Desolación

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Desolación

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Tanta profundidad para sentimientos tan vanos, tan vacíos, tan carentes de vida ¿De qué me sirve amarte de esta manera tremenda en que lo hago, si nada a mi alrededor tiene sabor, color o emoción? De qué me sirve si tú no estás.

Me paseo por los pasillos del hotel al que he llegado; Las Vegas parece siempre un buen lugar para olvidarte. El ruido, las risas, el sonido de las máquinas, las luces; tantas y tantas variantes de la diversión que están ahí para que los desolados como yo encuentren una chispa que los encienda. Lo observo todo, me detengo y supongo que me veo como una de esas estatuas que decoran el lugar, de pie mientras los demás se mueven llenos de vida. Giro sobre mis talones y todo parece tan colorido y tan gris a la vez. Dicen que desde que despertamos a la vida buscamos un alma que nos complete, que nos haga uno con el resto del mundo, que nos dé un eje; yo sé que te encontré, pero aún no te he hallado.

Bebo del vaso que llevo en las manos; la mezcla es whisky y cocacola. Con el vaso aún en alto veo a alguien; no eres tú, aunque podrías serlo ¿No? Eres tú la que dice que te puedo encontrar en mi parte del universo, en este universo caótico en el que existo y en el que te espero. Sus ojos oscuros, casi negros, me observan, parece como si me conociera o quizás simplemente le gusto; eso también puede pasar, puede ser que yo le pueda resultar interesante a una chica cualquiera o que le pueda parecer curiosa mi forma de caminar, tambaleándome ligeramente mientras me acerco.

—Hola, soy Bill —le digo, sonrío y le ofrezco de mi vaso con su contenido de evasión.

—Hola, Bill —dice, recibiendo mi oferta. La miro, mientras el licor entra en ella; quizás más tarde pueda hacerlo yo.

—¿Sola? —la pregunta ayuda a tirar abajo todas las barreras de la seducción previa y deja abiertos dos caminos: la aceptación o el rechazo.

—Contigo, ahora, si tú quieres —me devolvió el vaso.

¿Cobras? —quise preguntar, pero por muchas copas de más que llevara, sabía que no era una buena idea; así que volví a sonreír y beber.

—Estoy con unos amigos —le cuento—, pero tengo un momento para perderme por ahí.

Ella se acerca un poco más y juega con el ribete de mi camiseta.

—Podríamos perdernos juntos. Mi habitación está cerca —la intención de ambos queda más que clara, sin embargo aún tengo algo de lucidez para pensar en si me interesa tomarla. Pienso en ti, pienso mucho en ti ¿Lo sabes?, pero es tan difícil sobrevivir a esta vida medio muerta cuando no estás.

Busco su mano y enlazo los dedos como si pretendiera crear una ilusión romántica. No hay romance en lo que voy a hacer, no hay consciencia; sólo tristeza. No obstante, sonrío, lo hago porque es el modo en que enfrento la soledad.

Caminamos los amplios pasillos del hotel, tomados de la mano como harían dos enamorados. Nos metemos en un ascensor de cristal, que mientras sube nos deja mirar el hormiguero de colores que se despliega por doquier. Nos damos nuestro primer beso, no me gusta demasiado porque no sabe a ti, pero me convenzo de que en sus caricias te encontraré. Salimos del ascensor y recorremos un pasillo que nos lleva a su habitación. Ella ríe mientras abre la puerta y lo hace otra vez cuando nos volvemos a besar. El lugar está a oscuras y lo prefiero. La acaricio en las caderas, de ese modo en que te gusta ¿Lo recuerdas? La escucho suspirar y supongo que también le parece agradable. Busco el modo de abrir su pantalón y deslizar mi mano dentro de él. La toco, del modo firme e intenso en que te toco a ti cuando me deseas y su cuerpo responde de la misma manera: sus uñas aferrándose a mis brazos y su boca abierta en un gemido.

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