Súplica

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Súplica

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Llevo tantos días, tanto tiempo sin escuchar tu nombre en mis labios. Siento que se ahoga en un susurro secreto, mordido por el deseo impoluto que conservo de ti. Eres como una tormenta que se agita dentro de mi pecho alcanzando olas inmensas que cubren la tierra, que arrasan con la vida y aún así me hacen vivir. Me despedazas con la agonía de tu ausencia. Me destruyes y conservas los trozos de mí en una caja de cristal. A veces siento que los observas como a un trofeo, que te regodeas con el fino hilo de sangre que destila mi corazón, ese que jamás se detiene, que me desangra con lentitud tortuosa. Y ya son tantas noches en las que espero tocar tu piel, besar tus manos y tus ojos dormidos. Son demasiadas noches en las que la realidad me ancla y no consigo salir de mi misma para llegar a ti. El grillete que se cierra en torno a mi alma me causa heridas dolorosas. Me sangra el pecho de angustia por no tenerte y las lágrimas de la desesperación se vierten sobre todos mis sueños.

¡Ámame, amor. Ámame!

Te grito con el dolor que brota de mis entrañas y con palabras que se atascan en mi garganta creando un nudo doloroso que me deja sin habla. Y lloro, porque tu corazón parece frío, distante y ajeno. Sé que la distancia, la triste distancia, está ahí porque quizás tu alma ya está plena. Busco un resquicio de tu felicidad porque duele acostumbrarse a no poder amar.

Hoy apareces frente a mí o yo frente a ti, no lo sé. Tu piel, tus manos, tus ojos; ese destello blanquecido de tu alma que me enamora, que me arrastra, que tira del grillete que le has puesto a mis sentimientos. Hoy te tengo tan cerca que siento que podría ahogarme con todas las emociones que me provocas. Me ahogaría en silencio, sin pronunciar mi amor en tus labios en secreto y susurrado. Te miro, oculta en las capas de realidad que aún no se han desvanecido, y tú permaneces ahí sentado en medio de la sala en la que haces música. Tu expresión es tan fascinante y compleja que me dedico a desgranar los mensajes que encierra. Quisiera sentarme junto a ti y esperar a que me contaras tus pensamientos, uno a uno, sin contención, sin que tengas que cuidar tus palabras por miedo a que no las entienda. Quiero que fluyas hacia mí del modo natural en que fluye la vida. Como un río que nace del hielo y se vuelve cálido de camino al mar.

Te contemplo, buscando entre las tenues marcas de tu piel alguna arruga de preocupación que lleve mi nombre.

¿Has pensado en mí? ¿Me has extrañado como lo he hecho yo? ¿Has rasgado el silencio con el puñal de una súplica?

Se silencia la música que hasta ese momento ha llenado la habitación. Te pones en pie, estrechas una mano y palmeas un hombro. Sonríes, pero la sonrisa no toca tu mirada y quizás ahí es dónde consigo ver la arruga que no existe en mi ausencia.

Te quedas en soledad y dejas sonar una melodía diferente, una canción delicada y melancólica que con acordes limpios de guitarra, permite que tu voz se abra y acaricie las notas y la poesía. Me acerco a ti desnuda de realidad, aún no me ves y tarareas el mensaje oculto de tu canción. El cristal de la cabina de grabación me delata y me miras a través de él. Tu rostro se llena de congoja, de incertidumbre, de enfado; y te giras, me observas y en el fondo de tus ojos veo la frustración: ese daño inmaterial que produce la distancia.

—¿Por qué no venías? —me reclamas.

—No lo sé.

—¿Qué te he hecho?

—No lo sé.

Caminas hacia mí y me intimidas con tu dolor. Tu cercanía me acelera el corazón, me arrebata la calma e intensifica la necesidad que tengo de tocarte. Tantos sentimientos mezclados e incomprensibles. Tantos dolores injustificados y necesarios para emerger de nosotros mismos.

Acerco mis dedos a tu pecho. Toco tu corazón, no el que te has tatuado, el que conservas latiendo. Dibujo las manchas de tu camisa que se asemejan a las de un leopardo, tu respiración se acelera, lo noto por la forma en que has separado los labios. Toco tu piel a través del escote y suelto el primer botón cerrado que me encuentro. Las lágrimas se desbordan de mis ojos porque vuelvo a sentir tu calor, que en pocas horas me será arrebatado. Tiró de los demás botones, con la desesperación que produce el miedo; no quiero dejar de tenerte, no quiero dejar de sentirte, porque hacerlo es lo único que me conserva con vida. Respiras hondo cuando acaricio con las manos tu torso. Me lleno de él, de sus volúmenes y formas, me detengo en las zonas que sé que te estremecen. Beso tu pecho como una desesperada, porque me has faltado tanto que no sé si soy fiera o humana. Me encierras en un abrazo y consigues quitarme el aire, aferrándome contra tu cuerpo. Me quedo ahí, quieta y agitada, llena de sensaciones que sólo me dan un respiro a través de las lágrimas. Tiemblo, y encuentro una réplica en tu temblor. Tanta desesperación nos consumirá, lo sé, y hay un siniestro placer en reconocerlo.

—Hazme el amor —te pido mientras escucho el latido abrumado de tu corazón.

—No puedo, necesito poseerte hasta despedazarte —me confiesas con toda la bravura innata del dominador.

—Despedázame, entonces —te ofrezco—. Me recompondré para que me hagas el amor después.

Gimes, aceptando mi invitación desde tu vientre excitado. Me besas y tu boca se apodera de mis pensamientos, lames mis ideas y muerdes mis intenciones. Te bebo con ansia, con exquisita desesperación, porque cuando bebo me gusta embriagarme. El roce de tu cuerpo es llano, carente de sutilezas y no podría ser más sagrado y sublime, porque es real. Me giras y me abres con la intensidad de tu pasión. El umbral de la puerta me sirve de soporte para contener la fuerza con que te estrellas contra mí. Jadeo todos mis deseos, mientras tus dedos se hunden en mi cadera dejando magulladuras que atesoraré mientras existan y extrañaré cuando se borren. Las cadenas de tu pecho tintinean al ritmo de tu fiereza, hasta que se acallan contra mi espalda y tu voz intensa e hirviente de pasión me susurra el inexplicable sentimiento de tu espera.

—Quédate conmigo.

Tiemblo estremecida por tus palabras, por su profundidad y significado. Hundo los dedos en tu nuca y busco tu boca. Te beso con poca precisión, con besos húmedos y erráticos, jadeantes y excitados.

¿Podía retenerte? ¿Podía permitirme el egoísmo de apresarte para siempre junto a mi corazón?

Suspiro sobre tu boca, anclada a ti por tu deseo. Recorro tu labio con la lengua, despacio para saborearte, lo acarició con mi boca de un lado a otro, mareada por el placer. Te miro, tus ojos adormilados y lujurioso esperan una respuesta para tu alma exaltada y dispuesta. Sé que mi respuesta te despedazaría, porque me despedaza a mí cada día.

—Oblígame a que me quede —te pido.

Doblega al universo para tenerme —es la petición que no formulo.

No soy lo suficientemente fuerte como para conseguirlo; es el lamento que se hunde en mi pecho.

—Quédate, quédate —comienzas a repetir, al ritmo de tus embestidas, sin poder comprenderlo aún y sin que pueda explicártelo.

Quédate, quédate, quédate... QUÉDATE

Se angustia el destino por no poder unirnos.

Te meces suavecito dentro de mí; tu culminación ha llegado entre suplicas. Te escucho jadear contra mi oído y encuentro en ese jadeo la más extasiante muestra de amor que pudiese pedir.

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N/A

Erótica es una necesidad del alma que se traduce en la pasión del cuerpo. Es un reclamo a lo prohibido, a eso que sólo podemos soñar sin que exista posibilidad de obtener. Erótica somos todas nosotras sumergidas en un sueño de amor.

Espero que les guste y que me dejen sus mensajitos.

Un beso.

Siempre en amor.

Anyara.

EróticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora