Tristeza

281 23 8
                                    

Tristeza

.

Te observo tras las luces de este particular escenario en el que te encuentras. Hace mucho que no me ves en la penumbra de tu habitación, quizás, como una forma de proteger mi alma de ti, quizás, buscando que no duela tanto el momento en el que definitivamente te alejes de mí.

Te observó, sonríes. Tu mirada se pierde en los encantos interminables de todas aquellas que desfilan ante ti. Te observo; tu mano apoya la cintura definida de una, tus ojos dibujan un claro coqueteo para otra. Te observo y mi pecho se hace pequeño, se contrae sobre sí mismo, con cada gesto que le regalas a alguien más, con cada sonrisa. Te observo, pero ya no quiero hacerlo más.

Así que ahora, cuando es la noche la que te acompaña, la soledad de tu habitación la que te abriga; yo, recostada junto a ti, vuelvo a observarte, resguardada por la ilusión de que me perteneces, esa ilusión es la que me ayuda a volver, eres tú la única motivación, la única razón, la única conexión que tengo con este mundo.

Tus ojo permanecen cerrados e ignorantes de mi presencia; tus labios apenas entreabiertos, inhalan y exhalan con ese suave sonido que decora mis noches. No quiero despertarte, hoy no me siento capaz de hacerlo. La herida sigue abierta en mi alma, esa que me causa la posibilidad de no tenerte más. Así que esta noche sólo te observo, silenciosa y decadente, sintiéndome mínima, inapropiada y tan dolida. Un par de lágrimas resbalan desde mi rostro, una delinea mi nariz, la otra es contenida por la almohada, la misma almohada que un día compartirás con alguien más.

Contengo el aire, cuando respiras irregularmente y te remueves para acomodar tu rostro hacía mí, aún con tus ojos cerrados. Y vuelvo a llorar, tontamente, pensando en que tus ojos un día se abrirán y yo observaré oculta en mi rincón, el amor que profeses a otro ser. Extiendo los dedos, deseando acomodar ese mechón de cabello que se desliza por tu frente y cosquillea sobre tu ceja, pero mis dedos se detienen antes de hacerlo, temblorosos. No, no quiero despertarte, no quiero que tus ojos me observen de un modo diferente, no quiero que tu mirada me diga que te has enamorado.

Porque entonces dejarás de verme, ya no podré estar junto a ti más que desde mi visión, ya no podré volver a sentir el tacto sugerente de tus manos sobre mi cadera. Ya nunca más, tus labios me besaran. No, nunca más me verás.

Lleno mis pulmones y respiro profundamente cuando tus ojos se abren y se cierran, despertando. Contengo el aire, esperando a que no me veas, ni siquiera soy capaz de irme; pero tus ojos se abren finalmente y me estás mirando. Los míos se nublan por las lágrimas, no quiero llorar, no quiero que me veas hacerlo.

La cama se mueve suavemente bajo el peso de tu cuerpo. Me besas y el beso me sabe extraño; sabe a congoja, a llanto, a una tristeza tan profunda, casi a despedida. Y comienzo a sollozar en medio de él, incapaz de contener las emociones que se desbordan de tal forma que no logro ocultarme de ti.

—Bill —murmullo tu nombre, buscando que él logre asirme a la realidad. Ni siquiera puedo abrazarte, porque la certeza de que no me perteneces me inmoviliza— ¿Y si sólo dejo de pensar?, ¿dejaré de existir?

—Existes porque sientes —me dices, acariciando mis labios, con los tuyos en cada palabra.

Comprendo que he hablado, que te he expresado mi más profundo dolor y son tus brazos los que me rodean, pegándome a tu cuerpo, acomodándome sobre ti.

—No llores —me pides, mientras mis lágrimas van bañando tus mejillas.

—Esto no debía pasar —te digo, intentando secar con los movimientos erráticos de mis dedos, las gotas que han caído sobre tu rostro— Tú no debías despertar.

Cierro los ojos y sé que he roto la norma, la he roto hace mucho, pero ahora ya no soy capaz de contenerlo más. Suspiro, quiero hablar, quiero decírtelo, quiero que lo sepas. Quizás si suplico tu alma me pertenecerá. Pero entonces descansas tus dedos contra mis labios con un gesto tan dulce, con una caricia tan amable, que me es imposible romperla.

—Shh —me indicas y como si tu corazón latiese a capela, es lo único que logro escuchar. Late con tanta fuerza que me sorprende. Y de pronto ¡No! Ese sonido tan fuerte son nuestros corazones que laten a la vez.

Y esa herida abierta y sangrante en mi alma comienza poco a poco a ser olvidada, a través del calor de tus besos, que se llevan también el nostálgico sabor de mis lágrimas. Las caricias de tus manos me ayudan a sentirme tuya, un poco más con cada roce, un poco más cerca de tu alma.

Y mi boca se llena de la tuya; estoy arrodillada alrededor de tu cadera, hundiendo mis dedos en tu cabello gris. El amor se vuelve salvaje cuando duele el alma y los besos buscan abrir un camino profundo para que la desolación se marche.

Tus manos me tocan dónde ya saben que deben tocar. Tus dedos se hunden, dónde saben que deben hundirse; y me retuerzo contra ti, ansiando más, ansiándolo todo, ansiando ser yo quien se lleve tus toques ligeros, tus miradas dulces, tus suspiros de añoranza.

Me abrazo contra ti en el momento exacto en que envuelvo con mi sexo el tuyo. Tú jadeas, con los dedos aferrados en mis costillas. Yo pego tu rostro a mi pecho.

—¿Podrías amarme a mí? —te susurro como una súplica, esperando que me respondas, tanto como espero que no me escuches; porque el amor a veces duele más de lo que podemos enfrentar.

Tú te agitas, me giras y te quedas sobre mí; no dejas de mirarme, mientras tu sexo entra tan profundamente que sólo puedo suplicar. Tu boca me acaricia el cuello, el pecho, el mentón. Tu cadera se hunde en medio de la mía. Me aferro a ti, como lo único a lo que puedo aferrarme; como la única esperanza que ahora mismo tiene mi vida. Y siento que te derramas, siento la forma en que tu cuerpo se tensa sobre el mío y mis lágrimas vuelven a brotar, pensando en la posibilidad, esa que permanece latente en mi interior, de no volver a sentirte, porque nunca sé cuándo será la última vez. Duele. Tal vez la próxima vez que compartas tu cama, tu cuerpo y tu alma, yo simplemente te observe desde ese rincón de tu habitación que nunca podré abandonar, porque nunca podré dejar de amarte.

Tu cuerpo cae sobre el mío, lánguido y tembloroso. Tu boca, cerca de mi cuello, me acaricia sin besarme. Tu voz, comprimida por el esfuerzo, me susurra palabras que me tocan de ese modo que sólo tú consigues; en lo profundo de mi alma.

—Podría... si te quedas...

.

Ufff... uno más de "Erótica". Me van a disculpar la tristeza de este one shot, pero creo que es inevitable sentirse así. Un día se enamorará, y nosotras tendremos que dejarlo ir.

Espero que comprendan las emociones que encierra esta serie y que la disfruten.

Besos y muchas gracias por leer y comentar.

Siempre en amor.

Anyara


EróticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora