Siete

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Es el alegato más complicado al que ha tenido que enfrentarse Julián Quintana. El abogado que ha contratado la esposa del señor Buenrostro conoce muy bien el tema del divorcio y parece tener las suficientes pruebas, solidas por cierto, de supuestos engaños y difamaciones causadas por su marido. Julián lo defiende con pruebas que ha mostrado sobre su esposa: se trata de unas fotografías donde se le ha visto saliendo, tomada de la mano con otro hombre. Sin embargo, según los argumentos de la señora, esas fotografías, que supuestamente el detective privado del señor Buenrostro le tomo, están manipuladas y por tanto no son verídicas. Julián se retuerce por dentro. Está a punto de perder el caso. De hecho, sería la primera vez que el perdiera un caso, y frente a una mujer.

Julián toma asiento y bebe un poco de agua del vaso de cristal que le dejaron a un lado de su portafolios café. Le tiemblan las manos. Está preocupado y muy nervioso, se le nota en las gotas de sudor que se resbalan por su frente. Su mirada está perdida, igual que el caso. El señor Buenrostro ni siquiera lo voltea a verlo. Sabe que ha arruinado el caso y por tanto su defensa con esas fotografías falsas. Incluso, gracias a esas fotografías y el resto de sus difamaciones, será condenado a 2 años de prisión sin derecho a fianza y, ni siquiera el gran Julián Quintana, el gran abogado invicto, defensor de las causas masculinas, puede hacer algo contra ello.

Declaro al señor Joaquín Buenrostro culpable...

Ha hablado el juez. Golpeo con su mazo, la mesa y termina por dictaminarle la sentencia al señor Buenrostro. Se levantó la sesión. Su esposa estaba feliz, su sonrisa lo decía todo. Los familiares y amigos de las víctimas que aguardaban detrás de los implicados, se ponen de pie. Unos para felicitar a la señora, ex de Buenrostro por su flamante victoria y, otros para llorarle al hombre que estaba siendo arrestado por un par de monigotes vestidos de policías. Lo esposan con sus manos por detrás. Su mirada dice: ayúdenme por favor, alguien haga algo, no dejen que me lleven. Entonces, el señor Buenrostro, dirige su mirada hacia un derrotado Julián Quintana que no hace por levantar su cabeza, ni siquiera se ha puesto de pie. Es como si él hubiera sido el sentenciado.

-Usted -dice el señor Buenrostro, a manera de reclamo, dirigiéndose a Julián entre jalones. -Haga algo idiota. Le he pagado bastante dinero, vamos, haga algo... hijo de puta, haga algo hijo de puta...

Julián no respondió a las agresiones verbales de su cliente. Se siente raro. No sabe que se tiene que hacer en estos casos, es decir, el jamás había perdido un caso. No sabe si hay que darle las condolencias al afectado, a la familia, a los amigos, no sabe si debe ignorar las palabras hirientes que el señor Buenrostro le grito. No sabe nada. Y de hecho, Julián no quiere saber nada de nadie ni de nada. Por eso es que ahora, Julián hace como que no escucha las groserías que le comienza a gritar la madre del señor Buenrostro.

Maldito imbécil, hijo de puta, haga algo, haga que lo regresen, defiéndalo, vamos, levántese de esa silla y hable con quien tenga que hablar pero haga valer lo que mi hijo le ha pagado, hijo de puta, bastardo...

Julián permanece inmóvil, sentado sobre su silla. Por fin, levanta su cabeza y divisa su alrededor, como si se estuviera dando cuenta de que los moros se han ido de la costa. Gira ligeramente su cabeza y dirige su mirada hacia la ganadora: la esposa de su cliente. De ese costado es todo alegría. Su familia solo le dirige palabras de aliento y de felicitación y, Julián, se sorprende cuando centra su mirada sobre la ex esposa de su cliente: abraza a su abogado, un tipo ya grande, de algunos sesenta años tal vez, con poco cabello, solo sobre sus sienes y ese poco es canoso. La tipa dirige su mirada a Julián que no aparta sus ojos de ella y, ve como la mujer besa la mejilla del abogado y luego le acaricia la espalda del traje negro que lleva puesto, con sus largas y afiladas uñas pintadas de azul turquesa y, enseguida le sonríe a Julián discretamente y luego le guiña el ojo como si le estuviera diciendo: lo vez papi, te dije que ganaría. Además, era evidente que ese abogado era su amante. Lo supo Julián por la forma en que se abrazaban. Él sabía que finalmente esa perra, al igual que todas las mujeres, guardaba un as bajo la falda.

Positivo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora