Ocho

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El camaro amarillo se detiene frente a una cabaña lujosa, con detalles de madera, decoraciones de vidrio, un balcón en el segundo piso y una chimenea en el techo. El tejado estaba algo sucio, era evidente que había pasado mucho tiempo desde que alguien había estado por última vez en esa cabaña que, por cierto, estaba ubicada en el corazón del bosque, en Mazamitla. A más de siete horas de la ciudad de México de donde había salido huyendo Julián.

El viento soplaba trayendo consigo mucho frio. Julián bajo del auto. Miro la cabaña y suspiro. Supo entonces que esa cabaña en la que paso tantas noches con Paola, un solo fin de semana, frente a la chimenea, asando bombones, bebiendo vino, embriagándose juntos y haciendo el amor hasta el amanecer, sería su última morada. Había decidido encerrarse allí hasta que llegaran por él.

Entro a la cabaña sin ponerle seguro al carro y, no es que fuese ese sitio el lugar más peligroso donde le pudieran desmantelar su auto, es que simplemente ya no le importaba lo que sucediera con sus bienes materiales. Seguro su casa habría quedado abandonada, seguro que los pendientes de muchos casos importantes, de muchos clientes que habían pagado cientos de miles habrían quedado olvidados hasta que alguien, tal vez su recepcionista, tal vez Paola o tal vez la prensa, les comunicara que Julián Quintana había escapado convirtiéndose en un fugitivo de la ley. Porque le quito la vida a su esposa y a un par de seres indefensos e inocentes que debió llamarlos: hijos.

Ese pensamiento le trastornaba la cabeza, por eso se adentró en su cabaña. No cerró con llave solo emparejo la puerta. Camino lentamente hasta llegar a la sala, pero antes, se dirigió a su cantina para beberse toda una botella de tequila sin usar un vaso o una copa, directo de la boquilla. Se desato la corbata, encendió la chimenea y se sentó sobre su sofá, mirando hacia la puerta de entrada, esperando el momento en que las autoridades entraran para recoger su cuerpo inerte. Así es, Julián había decidido que no le daría el gusto al mundo entero de verlo acabado, derrotado, tras las rejas como un criminal, porque, según él, no lo era. No se le puede llamar criminal a una persona que vela por su vida propia, aun a costa de la de los demás. O bueno, eso es lo que el afirmaba. Entonces tomo de su saco, una especie de ampolleta con un líquido plateado que admiro durante unos segundos con gran alegría, como si se tratase del antídoto para la felicidad eterna.

Y mientras Julián se terminaba la botella para que al final, la ampolleta le detonara sus entrañas, un par de detectives rastreaban hasta el más recóndito de los rincones de su casa y de su despacho, buscando una pista que los guiara hasta dar con el verdadero criminal.

Mientras rastreaban la casa encontraron una pieza clave en aquel acertijo que según el doctor Rodríguez ya estaba resuelto: la caja de las pastillas abortivas estaban en la basura. Al descubrir esa pista, Octavio no pudo creer que Julián hubiera sido tan ingenuo como para dejar esa pista en una bolsa negra en su casa. No creo que sea tan imbécil. Seguro que se trae algo entre manos ese desgraciado. Pensó Octavio. Por ello fue que le sugirió a todo mundo que dejaran de rastrear la casa y su despacho y que en ese caso solo se dedicaran a buscar a Julián Quintana quien no aparecía desde hace dos días. Su argumento tenía mucha lógica pero los detectives se rehusaban a creerlo hasta que encontraron sobre el refrigerador, la nota que Julián escribió en donde decía: Solo quiero estar solo. Enseguida la compararon con la tipografía de las notas de sus agendas y con el popsticks que dejo pegado sobre el desayunador y, por supuesto, habría sido el mismo puño que escribió esa nota que las de la agenda: Julián.

-Entonces parece que sí ha sido Julián el culpable de esta desgracia -dijo uno de los detectives. -Solo me queda una última duda, ¿a dónde habrá escapado?

-A juzgar por lo que dice la nota, juraría que Julián huyo a su casa de campo en Mazamitla -intuyo con seguridad, Octavio.

-¿A Mazamitla, porque Julián habría huido dentro del país a un lugar donde cualquiera podría encontrarlo, porque no pensar en que habría vaciado sus cuentas bancarias y habría huido al extranjero?

-Eso es imposible -argumento el doctor Octavio muy serio. -Hace un par de horas, me comunique con Carlos, un amigo mío y de Julián, gerente del banco donde guardamos nuestro dinero. Lo contacte precisamente porque imagine que Julián habría pensado en escapar y saquear su cuenta bancaria, obviamente el no habría huido sin dinero, no señor, ese hombre no se rebajaría a vender chicles por la ciudad. Le pedí a Carlos que registrara los movimientos de su cuenta bancaria y, que creen: nada. Julián tiene meses que no retira dinero de su cuenta. Está intacta. Entonces, si Julián hubiera huido, lo habría hecho sin dinero y el jamás sale sin dinero, así que, estoy completamente seguro de que huyo a su cabaña.

-Si huyo allí, será muy fácil encontrarlo, me parece muy astuto Julián como para dejarse encontrar de ese modo -añadió el detective.

-Lo que ocurre señor detective -dijo Octavio, suponiendo una desgracia mientras sostenía la nota que Julián había escrito. -Es que si Julián huyo a su cabaña es porque no espera a que lo encontremos... al menos no con vida.

Positivo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora