Parte 20

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Ya habían pasado cerca de tres semanas desde que Fátima se tomó un receso en su trabajo. Ya había pasado sed, hambres, sufrió los estragos de las necesidades insatisfechas que debía excretar incomoda sobre el suelo y una bacinica; supo lo que significaba tener una menstruación y cólicos durante esos días. Fueron insoportables según dijo.

Fátima, que en realidad era Julián, extrañaba ser hombre de nuevo. Mas cuando Rebeca le enseño a usar una toalla femenina, tal como se lo habría enseñado a su hija que por primera vez sufría de la regla.

Paso esas semanas confinada en el sótano de la casa, sin luz y con un hedor insoportable hasta que Gonzalo comenzó a ver un declive en sus finanzas. Necesitaba reajustar sus números y para ello sería preciso poner a trabajar horas extras a sus rameras o venderlas a un mejor pagador.

Entonces fue cuando una noche le marco a su despacho un viejo amigo, un socio para ser más precisos. Un diputado de renombre, conocido como Rodrigo Castillo. El hombre tenía mucho sin saber nada de Gonzalo y de sus negocios turbios. Por eso lo llamo, por eso y porque también tenía ganas de volver a encontrarse con su chica favorita: Fátima.

-¿Qué tal mi buen amigo Ramiro, como la trata la vida? –le pregunto con alegría Gonzalo. Sabía que si Ramiro le estaba llamando era precisamente porque tenía intenciones de reservar por una noche (y a un gran precio) a la mejor chica que tuviera.

Bastante bien, Gonzalo. Muchas gracias por preguntar.

Le contesto Ramiro con su típico tono grueso de voz.

-Pues dime, a que se debe el honor de tenerte por lo menos en la línea.

Seré franco contigo, Gonzalo. Nunca te he considerado como uno de mis amigos, así que olvida que te estoy hablando porque quería saludarte, solo quiero saber si aún sigue contigo esa chica tan hermosa de cabello negro.

-¿A qué chica te refieres? Tengo muchas con cabellos negros y si no la hay, se lo puedo teñir –bromeo Gonzalo.

No te hagas el gracioso Gonzalo que no te queda serlo. Sabes muy bien a quien me refiero. Fátima. ¿No me digas que ya trabaja para ti?

-¿Fátima? –se preguntó sorprendido Gonzalo. -¿En verdad era ella tu favorita? Pues si aún trabaja para mí pero, realmente no se encuentra en su mejor forma, esta algo... no lo sé, la veo pálida.

Pues más vale que no lo esté para esta noche. Ya sabes, te daré veinte grandes por ella. Toda la noche, como siempre.

Oro, era oro puro lo que valdría para Gonzalo esa noche, Fátima. Es cierto que no estaba en sus mejores condiciones. Estaba lejos de estarlo, aún tenía la pierna lastimada por la bala y debía seguir usando la venda, al menos durante otros veinte días más, según dijo el doctor; no obstante se veía desmejorada físicamente, no solo pálida, tal como la describió Gonzalo sino muy delgada, se le notaban las costillas más de lo normal, los labios secos y los ojos hundidos.

Al verla, ni Gonzalo se imaginó acostándose con ella. Pero algo tenía que hacer para que regresara a su estado natural o, al menos que así lo aparentara para esa noche. Estaban en juego veinte mil pesos que podrían rescatar de alguna manera su negocio. Fue entonces que Gonzalo ideo una forma muy certera e infalible para hacer que Fátima aceptara el trato.

-Fátima, necesito que me escuches –le dijo Gonzalo.

Fátima lo ignoro, sentada sobre su cama, mientras leía un libro de autoayuda.

-Sé que me he portado muy mal contigo y la verdad es que no intentare que me perdones porque sé que no me perdonaras jamás, y no me importa –continuo sínicamente. –Es por eso que solo me limitare a hacer un trato contigo.

-Si el trato no es dejarme salir de esta prisión, entonces olvídalo –respondió Fátima con un hilo de voz, sin apartar sus ojos de la lectura.

-No será exactamente así pero, te regresare a tu vida normal, te pagare el doble –le susurro.

-No me interesa el dinero –contesto Fátima. –Solo quiero mi libertad.

-De acuerdo, entonces tendrás libertad, no al cien por ciento pero tendrás más días de descanso, que respondes a eso.

Fátima no le respondió y solo le levanto el dedo medio.

Gonzalo se molestó y le tiro el libro que leía al suelo. Fátima estallo en furia.

-Está bien, lo que sea que vayas a hacerme hazlo ya –le dijo. –Es decir, que más puedes hacerme. Ya me maltrataste, ya me follaste, ya me humillaste, ya golpeaste, ya me gritaste, ya me amenazaste, ya me disparaste; que más vas a hacerme. Crees que porque ahora vas a tirarme un puto libro al suelo voy a tirarme a tus pies a seguir tus órdenes. Vete al carajo Gonzalo, muérete maldito.

-No vuelvas a hablarme así –le dijo Gonzalo intentando sacar su arma del pantalón.

-¿Qué piensas hacer con eso? De nuevo vas a dispararme, está bien, hazlo, pero esta vez no seas tan marica y dame en la cabeza, hijo de puta.

Gonzalo tomo su celular y con furia lo arrojo al piso, quebrándolo en mil pedazos y después le disparo un par de veces, agujerando la pared de tabla roca.

-Sabes que voy a hacer estúpida, voy a disparar esta arma contra una cabeza pero no será precisamente la tuya –le dijo. Enseguida llamo a su asistente, tronándole los dedos, quien entro a la habitación de Fátima acompañado de su padre. Un señor de edad avanzada, tal vez pasaba de los setenta. El viejo tenía la pierna izquierda vendad, al igual que Fátima, producto de la última amenaza que le hizo. El asistente de Gonzalo lo tiro al piso, probablemente el hombre se fracturo la cadera, ya no estaba en posición de soportar esa clase de caídas. Gonzalo sonrió, disfrutaba ver el sufrimiento de la gente y en especial, el sufrimiento que estaba causando en Fátima.

-Te lo preguntare de nuevo –le dijo Gonzalo, apuntando su arma contra la frente del padre de Fátima. -¿Vas a colaborar conmigo, sí o no?

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