Parte 28

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Fátima había pasado la noche en la central de autobuses de la ciudad de México. Estaba aun mojada por haber corrido bajo la lluvia para encontrar las llaves de su cabaña. Se despertó tras escuchar a la voceadora.

Pasajeros con destino a la ciudad de Guadalajara, favor de abordar por la puerta 26.

Fátima se incorpora. Estaba acostada, intentando conciliar el sueño e intentando no hacerlo porque imaginaba que los matones de Gonzalo, sino es que Gonzalo mismo habría de estarla buscando y podría estar mezclado entre la gente de por allí.

No llevaba ningún equipaje, vaya ni siquiera llevaba zapatos, solo sus ropas húmedas, unos cuantos billetes de doscientos que le quedaban y la copia de la llave de su cabaña.

Camino a la puerta 26 la gente se le quedaba viendo como un bicho raro porque parecía una tipa cualquiera, una indigente que no podría pagar un boleto de camión. Incluso antes de subirse al autobús, la sobre cargo pretendía negarle el acceso debido a su apariencia.

-Ósea que solo por la facha no piensa dejarme abordar -Fátima no podía cree que aun con boleto en mano, la sobrecargo no fuera a dejarla subir.

Al final, se terminó subiendo a la fuerza y tomo asiento. Minutos más tarde, el autobús comenzó a desplazarse y horas más tarde, hizo su arribo a la ciudad de Guadalajara donde Fátima se apresuró a comprar un boleto de camión hacia Mazamitla que salía casi en cuanto hizo su arribo. Corrió al autobús y una vez adentro, mientras se adentraban en la sierra, Fátima recordaría aquella tarde o más bien la única tarde que fue capaz de llevar a Paola, siendo Julián a su cabaña. Recordó cuando se metieron en la cama después de haber tomado un chocolate caliente porque afuera casi nevaba y la chimenea no era suficiente para quitarles el frio. Se cobijaron y en un beso inmortalizaron su amor, el amor que habría de perdurar aun después de la muerte, tal como ahora lo pensaba Fátima, tal como lo recordaba.

Fátima dejo escapar una lagrima mientras veía los cedros anegados de musgo verde; los verdes pastizales y la tierra con su rojizo, característico color.

Fátima pidió que la dejaran bajar a medio camino porque sabía que todavía faltaría mucho camino por recorrer si se bajaba en la central. A partir de allí comenzó a caminar y que tragedia hacerlo porque estando embarazada no se puede ingerir casi ningún tipo de medicamento y por supuesto que para donde se dirigía no había farmacias cercanas y con el invierno cerca sería imposible salir de la cabaña, así que sería crucial no enfermar a pesar de que caminaba descalza y sin mas abrigo que una estúpida blusa blanca y un pantalón de mezclilla. Vaya que si se moría de frio Fátima, se estaba congelando. Debía llegar lo antes posible a la cabaña porque ya había comenzado a estornudar y a ver flujo nasal. Estaba enfermándose.

Luego de una larga caminata encontró la cabaña. Tal como la recordaba aunque en esta ocasión lucía un aspecto desolador, abandonado y un anuncio pegado a la ventana que decía se vende. Alrededor, los encinos y los pinos aún estaban acordonados con trozos de cinta amarilla que decía no pasar, que colocaron los oficiales de policía. Aun recordaba la escena del momento en que lo sacaron sin vida de allí.

Fátima no pudo esperar más y corrió a la cabaña, saco su llave y le rogo a Dios que nadie hubiese cambiado la chapa. Giro la llave y en efecto aun seguía siendo la misma combinación. Pasó adentro y cerró la puerta de nuevo con llave. Corrió a la recamara para arroparse de inmediato con una frazada y se sentó en su sofá, en el último sofá en el que estuvo sentado Julián antes de morir. Aún estaba al lado, los trozos de vidrio de la botella que quebró.

Por la tarde, Fátima salió de la cabaña para recoger unos trozos de madera secos que pudieran encender la chimenea que le serviría como calefacción, luz y estufa y para ella necesitaba también traer comida, moría de hambre.

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