Capítulo XXXV

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Me citaron a las afueras del pueblo, a un lugar del que nunca había escuchado. Estaciono la moto junto a una cantina abandonada donde dijeron que me esperarían, pero llevo media hora aquí y aun no ha llegado nadie; mis nervios aumentan con cada segundo que pasa y me hierve la sangre el pensar que esa hija de puta me ha hecho una mala pasada.

Solo pienso en Cassie, porque si fuera yo no me importara una mierda. Si le pasa algo será mi fin, es decir; ¿Dos personas muertas por mi culpa? No joder, debería terminar muriendo yo de unas vez por todas, así los mas inocentes no pagaran por mi.

Luego de casi una hora, observo un auto rojo un poco viejo acercarse, me enderezo en mi lugar y lo observo con desesperación, necesito que sea ella y que traiga a Cassie consigo. La decepción, la rabia y la impotencia se arremolinan en mi cuerpo invadiendo cada célula de este cuando observo a tres chicas bajarse del auto, son las chicas con las que pelee hace un año en las peleas clandestinas, las compañeras de delito de Camila. Mis manos se empuñan casi por inercia cuando veo a Emma, es la chica que me encontré en el bar de mi amigo en el pueblo vecino. Dijo que Camila le había tendido una trampa; ¿Y ahora trabaja de nuevo para ella?

—Debes venir con nosotras—Dice la mayor de ellas —Y te conviene que no hayan policías, lo sabremos. —Termina. Esta chica parece aun peor que Camila.

No digo nada, solo me acerco a ellas y cuando estamos junto al auto, Emma me abre la puerta mientras me observa con ojos grandes y un poco asustados, no pierdo la oportunidad de darle una mirada de odio pero no digo nada más.

La chica mas corpulenta conduce al menos por media hora, un escalofrió espantoso me recorrió el cuerpo cuando nos adentramos a una zona pantanosa; si, mi pueblo tenia bellezas naturales, pero también lugares que era mejor no visitar. Emma va a mi lado izquierdo y la otra en el lado derecho, impidiéndome así, poder observar bien el camino.







Narra Cassie:

Estaba muy asustada, muy asustada. Ella había dicho que Sam venia, que iba a venir por mi y ambas lo íbamos a pagar, que íbamos a pagar que Sam se preocupara mucho por mi. Había salido de la cabaña donde me tenía hace ya tres días. Era espantoso, el primer día me había hecho participar en unas peleas clandestinas donde solo había gente que te daban ganas de correr con solo mirarla, a pesar del miedo que sentía pude defenderme; pero de igual manera recibí muchos golpes y ella una paca de dinero de dos peleas que gane.

El segundo día casi me mata a golpes, apenas y puedo moverme ahora mismo, si no hubiera sido por la chica que nos encontramos en el bar del amigo de Sam... estaría muerta. Esta desquiciada, esta completamente loca, me tiene amarrada a una silla en medio de la pequeña sala de este lugar, ni siquiera podría salir corriendo del dolor que recorre todo mi cuerpo, pero se que lo hace solo para torturarme.

La espera hacia que algo dentro de mi panza se revolviera y mi corazón latiera a un ritmo desbocado. La puerta principal se abre bruscamente, mi corazón casi se sale de mi pecho cuando veo a esa horrible mujer de nuevo. Ha vuelto.

—¿Creíste que era Sam? ¡Samantha viene a verme a mí! ¡No a ti! —Grita, camina de un lado a otro y pasa las manos por su cabeza, observándola estos últimos días pude comprender que ella no esta bien, a veces, me golpeaba y al siguiente minuto me pedía perdón y limpiaba la sangre en mi rostro, decía que cuidaría de mí para que Sam pudiera darse cuenta de que ella era buena —¿Crees que estoy bien vestida para ella? —Pregunta y la miro horrorizada —¡¿Qué si estoy bien para Sam?! —Vuelve a preguntar, pero esta vez saca el arma que tiene en la cintura y me apunta con ella, yo pongo los ojos en blanco y trato de que las palabras atoradas en mi garganta por el miedo salgan de una vez por todas.

La Chica del Box (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora