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Travis

Cuando Michael llegó sonriendo pero a la vez con lagrimas deslizándose por sus mejillas, entendí que el rumor sí era cierto.

Nuestra pesadilla se iría del internado. Pese a que era el tormento de nuestras vidas, seguía siendo el amor de la vida de Michael y no pudo evitar sentirse horrible. Aseguro que hasta peor que Marshall.

—¿Ya se fue o...?

—Debe estar por despegar –respondió Marshall, seco, mientras leía un libro.

—Oh, bien.

—¿Bien?

—Sí... Bien.

—¿Acaso te parece bien que mi novio se vaya a vivir a Inglaterra? –preguntó con el ceño fruncido, viéndome directamente a los ojos. Había dejado su libro a un lado.

—¡Sólo dije "Bien"! ¡Es como decir un simple "Ok"! Estás...

—Insoportable, lo sé –terminó mi frase, suspirando– Solo... Entiéndeme ¿sí? No hablaré más nunca con él.

—¿Tan mal te sientes?

—Imagina que pasa lo mismo pero con Michael. ¿Cómo te sentirías?

—Mal, pero entendería que es por su bien. Claro, solo si es por la misma razón de Avan.

—Sabes que estarías peor o igual que yo –bufó.

—Sabes que no –contradije seguro.

—Que sí –dictaminó Marshall, mientras se levantaba de su cama desafiante.

—Te he dicho que no –imité su acción.

—¡Mientes! ¡Qué sí! –su anatomía se acercó más a la mía.

—¡No! –nuestras caras estaban más cerca una de la otra.

—¡Sí! –más cerca.

—¡Marshall!

—¡Travis!

Para el momento en el que él pronunció mi nombre, nuestras voces se habían elevado bastante y ambos rostros estaban muy cerca. Tan cerca que era peligroso.

Inevitablemente, mis ojos se dirigieron de forma veloz a los labios de mi amigo y pude notar como los suyos vieron fugazmente hacia los míos. ¿Seríamos... Seríamos capaces?

Esa es la pregunta. ¿Seríamos capaces de hacerlo? Y creo que la pregunta no va tanto dirigida hacia mi, sino más bien hacia Marshall.

Su novio se acaba de ir a Inglaterra, me contó anteriormente que acabaron todo, él sigue pensando que no estoy soltero. ¿Sería capaz de besarme?

No lo sé. Es algo que no me podré responder si solo es una interrogante que queda rondando en el mar que son mis pensamientos.

—¿Eres capaz de hacerlo? –susurré.

—¿Estaría bien? –respondió, en susurro, con otra pregunta.

—No, no lo estaría –dije sinceramente.

Tras unos minutos de silencio, pero sin movernos ni un centímetro hacia atrás, habló por fin:

—¿Desde cuándo solo hago las cosas que estén bien?

Una vez más, los labios de Marshall aprisionaban los míos, pero ahora de una manera tan sutil. No era violento ni salvaje, era dulce, delicado. Algo que Marshall no mostraba. Mis labios siguieron su ritmo, no pensaba detenerme. Ambos queríamos esto, no sé si debido al momento o desde hace un tiempo: pero lo queríamos. Sus manos acariciaban mi cintura con delicadeza mientras que me dejaba un camino de besos desde mi boca hasta el cuello. Besó, mordió y lamió lo que me hizo gemir un par de veces, pero cuando comenzaba a juguetear con el botón de mis pantalones me di cuenta que esto debía parar ya.

Me separé, con una respiración irregular y el corazón latiéndome a mil por segundo. Mi pecho dolía, dolía mucho.

—Lo sien...

Escuchamos que la puerta de la habitación es tocada. Qué momento más oportuno.

Marshall entreabrió la puerta.

—¿Tú eres...?

—Amigo de tu compañero de cuarto –respondió una voz que no lograba reconocer.

—Te buscan –dijo Marshall mientras se devolvía para acostarse en su cama.

Al acercarme a la puerta, vi a la persona que menos esperaba ver: el chico de mirada profunda.

En la esperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora