Capítulo veintinueve.

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  Apenas sentí mis sentidos despertarse, me obligué a no abrir los ojos aún. La venda ya no cubría nada, lo sentía. Mis ojos estaban descubiertos, sin nada que me intermitía abrirlos; casi gritaba de emoción, pero lo único que hice, fue bostezar y lentamente, casi controlando mi emoción, fui respirando despacio tratando de encontrar el perfecto momento en el que me encuentre segura para poder ver, por primera vez en casi tres años, algo que no sean colores o luces débiles para mi visión.
Entonces respiré, exhalé y volví a respirar a lo grande.
Me hundí en la tranquilidad de mi silenciosa habitación; en la tranquilidad de mis respiraciones.
¿Estaba lista para volver a ver? ¿Estaba realmente lista de poder ver mi sueño cumplido?
A un ritmo tan lento, pero tan embriagador en emoción, despegué mis pestañas de la parte alta de mis mejillas, tan suave y lento que parecían que mis ojos no se abrían completamente. Hasta que llegó al punto máximo, donde las bolillas verdes estaban expuestas de colores que no recordaba.
<<¡Estaba viendo! ¡Y no era un sueño!>>
Mi garganta esforzó un sonido tan raro, parecido a un sollozo. Por dios. Estaba viendo los colores de las paredes blancas, las sábanas también blancas que cubrían mi cuerpo, mi piel clara y de un leve rosadito, el televisor gris a lo alto cerca del techo y la marrón silla del costado de mi cama. Oh, por dios. No podía creerlo. Quería llorar, y mis ojos estaban llenos de lágrimas que nublaban mi visión, pero sin embargo, sentía una sonrisa de felicidad.
Levanté una mano, y la miré examinándola por un momentito. La dirigí a mi mejilla, donde lágrimas caían, y al limpiarlas, la volví a poner delante de mí para ver el color de ellas. Cristalinas, como las recordaba. De repente, me encontraba de nuevo observando las blancas cuatro paredes del hospital; hasta que mis ojos se detuvieron en un botón rojo a solo unos centímetros de mí, y lo apreté sabiendo que llamaría a la enfermera. Segundos después, una joven chica apareció en mi vista, con un uniforme blanco y abriendo lentamente la puerta de un color verde esmeralda: mi favorito.
Al verme, sus lindos y grandes ojos grises se ampliaron, y luego, su boca se curvó en una sonrisa.
–¡Que agradable es ser la primera cosa que ves! –Exclamó con felicidad, acercándose y permitiéndome verla más de cerca. No tenía más de veinticinco años, y su sonrisa era tan blanca y contagiosa que combinaba a la perfección con su voz suave y melodiosa. Era delgada y muy bonita, con un cabello rojo caoba, la piel blanca y unos ojos grises delineados en negro, resaltándolos.
Yo reí.
–En realidad, eres la primera persona que puedo ver. –Corregí con felicidad. Ella me devolvió la carcajada.
–¿Cómo te sientes, ______? –preguntó. Tomó mi brazo, justo donde la aguja intravenosa estaba, y la observó por unos segundos para luego volver a mis ojos.
–Creo que decir que estoy demasiado feliz, es poco.
–Se nota. Mi nombre es Cindy, y soy tu enfermera. –Asentí con la cabeza, dado que me di cuenta eso desde que entró. –Hay varias personas que te esperan afuera, pero el médico tiene que entrar primero, para revisarte.
Volví a asentir con la cabeza, y seguido de ello, ella soltó mi brazo y dio la media vuelta para dirigirse a la puerta.
–Mientras... me gustaría que pienses y trates de recordar a cada uno de tus seres queridos. –Y salió.

Intenté pensar a mi abuela... sus ojos azules brillantes, su nariz pequeña y delicada, su boca roja y resaltante por sobre su piel, algunas arrugas presentes y justificando su edad. Pero con una sonrisa tan hermosa que me causa escalofríos de solo pensarlo, quizás sigue como lo era hace casi tres años. Y luego, Kelsey, que apuesto lo que sea, que había cambiado demasiado. Sus ojos verdes, la réplica exacta de los míos, con una mezcla del pequeño recuerdo de mi rostro, el de mi mamá y el de mi papá; no lograba imaginármela con precisión pero sabía que ella era hermosa. Entonces, la ignoré y dejé para verla ahora, porque seguramente vendría a verme. Cuando quise pensar en Angelina, mi tía que era más mi amiga que tía, la intriga de imaginármelo a Justin me desconcentró. Él había dicho que era rubio, con ojos mieles; ¿sería verdad? Recuerdo ese día, en el que me permitió tocar su rostro. La piel suave por sobre todo, sus pestañas abundantes, la nariz respingada pero pequeña, sus labios... esos labios que me los sabía de memoria y parecían tan finos pero a la vez cómodos. Estaba segura de que él era encantadoramente apuesto; y de repente, las ganas de verlo me inundaban de emoción. El sonido de la puerta abriéndose, me desconcentró, y cuando miré, un doctor joven (demasiado para decir verdad) entraba por ella, cerrando la puerta detrás de él.
Me miró con una sonrisa; y yo la devolví, sin saber quién era realmente.
–Buenos días, paciente Denninson. –su grave voz, me hizo recordar demasiado a Justin, sin saber por qué.
–Buenos días. –Saludé correctamente.
–¿Se encuentra bien? –preguntó. Un pequeño instinto me hacía desconfiar de él; pero no podía ser tan desubicada de preguntarle la edad, ya que podría tomarlo a mal. Suspiré y vi como él se acercaba.
Algo en su mirada... eso me asustaba.
–Mmmh... –susurré, sintiéndome como una presa frente a un depredador, y no sabía por qué. –Estoy muy bien. –sonreí con nervios, pero lo hice.
Algo me decía que una pizca de esto no iba bien. Sus ojos eran increíblemente azules, pero algo de ellos me llamaban demasiado la atención; su sonrisa, era siniestra, que hasta una ciega podría darse cuenta. No sabía porque me parecía tan raro; y mientras intentaba pensar que él era mi doctor, recordé el japonés, el mismo que me operó. ¿No debería él venir?
Miró mi suero, y luego me volvió a mirar a mí, recorriendo todo mi cuerpo. Mierda. Me sentía intimidada y rara.
De repente, agradecí que la puerta se abrió detrás de él. El doctor desconocido y joven, se volteó asustado, lo que me hizo llamar la atención. No podía ver quien era la persona que estaba en la puerta, ya que el tipo me tapaba, pero me helé cuando la voz de mi abuela sonó.
–Perdone... me acaban de dejar entrar; usted debe ser el enfermero. –Sonreí. Mi abuela, estaba mi abuela. No pude ver la reacción del supuesto enfermero, pero al parecer asintió.
–Sí... vine a ver como estaba.
Esto era extraño.
–Pero, veo que está perfecta... el color que tenía el lunes desapareció por completo. – volvió a hablar él con voz segura. Mi abuela asomó la cabeza por sobre su hombro, y me vio. En ese mismo instante, sus ojos detrás de los grandes lentes que usaba, se ampliaron para llenarse de lágrimas.
El joven se corrió al darse cuenta de ello, dejó que mi abuela pasara y dedicándome una última mirada cómplice, salió.
–¡______! –chilló ella, emocionada. Se acercó a mí rápido, y yo con una gran y amplia sonrisa, abrí mis brazos para estrecharla en un abrazo.
Seguía igual que siempre, igual de hermosa y juvenil. Tal y como la recordaba.
Sabía que lloraba por los sollozos que intentaba ocultar, y yo besé su mejilla tratando de hacer que pare de hacerlo, porque si lloraba ella, lloraba yo.
–¡Puedo ver, abuela! –grité emocionada, olvidándome por completo lo del extraño chico. La abuela se separó de mí, y me miró al rostro, especialmente a mis ojos.
–Te ves hermosa –dijo con el tono tan dulce que era característico en ella.
–Te ves más joven –respondí yo, sonriendo y dejando escapar una carcajada. Ella limpió sus lágrimas de felicidad y se alejó un poco de mí, para sentarse en la silla alado de mi cama.
–Ay, gracias. –pestañó coquetamente y reímos juntas.
Era imposible no amarla.

A medida que iba pasando el día, mi hermanita había salido del colegio recogida por Angelina, y ambas, vinieron a verme al hospital. Ange seguía igual que recordaba, con más caderas y quizás más pechos, pero sus ojos marrones seguían igual, lo mismo con todo su cuerpo. Y Kelsey... Kelsey había cambiado todo su pequeño cuerpo. Pero estaba hermosa, más alta pero delgada y pequeña como una niña de ocho años.
Empecé a preguntarme por Justin. Y cuando lo hacía, la intriga me carcomía y me llenaba de emoción. ¿Qué se suponía que tenía que hacer cuando él aparezca? ¿Cómo me daría cuenta que es él? Ignoré todas mis preguntas, y volví a meterme en la conversación de ellas. Apoyé la cabeza sobre la almohada, y cuando me di cuenta, el murmullo de mi familia hablando se iba desvaneciendo, y yo... me iba durmiendo.


La suave textura de algo que no pude reconocer, me acariciaba un lado del rostro; casi dormida, y sin darle importancia, me quejé en un gemido. Y se alejó, todo completamente en silencio. Cuando siento, y esta vez sí reconozco, un dulce y tierno beso por encima de mis labios. Adormilada, suspiro y abro lentamente los ojos.
Casi grito del susto.
Dos ojos increíblemente mieles me estaban mirando tan de cerca que me daban ganas de empujarlo; pero sin embargo y a pesar de que seguro tenía una cara terrorífica, el chico sonrió, mostrando una pequeña sonrisa. Fruncí el ceño, confundida.
–¿Quién sos? –pregunté en un susurro. Sus ojos no dejaban de mirarme y sentía como si estaba viendo cada uno de mis defectos; pero cuando yo veía de cerca su rostro... no encontraba ninguno.
Él era tan... lindo, que no podía permitirme alejarme.
–¿No me reconoces, princesa? –mi voz se desintegró, me quedé sin aire, mirando esos profundos ojos.
–¿Justin? –pregunté.
Cabello rubio, piel blanca, ojos mieles, nariz respingada y boca roja y fina. ¿Cómo no podía reconocerlo? Él era exactamente lo que no me imaginé.
Él era mucho más de lo que pude haberme imaginado.
Y si antes estaba enamorada por su interior... creo que mis ojos permitieron que me enamore un poquititito más.
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Ojos Ciegos ( Justin Bieber & Tu )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora