Capítulo veintitrés.

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  La semana pasó rápidamente y cada vez, nos acercábamos más a Marzo donde el japonés experto en ojos venía. Estaba ansiosa por la operación; me sentía feliz y llena de emoción. Pero hoy... hoy era de esos últimos días de Febrero, donde la primavera se empezaba a notar en el clima insoportablemente; por lo que había escuchado en la televisión, era un domingo nublado y con una mínima de diez grados para la ciudad de Nueva York, lo que tenía que tener un saquito liviano para visitar a mis padres.
Hoy se cumplían dos años y dos meses de su partida.
Había subido al taxi con Homero, mi amable amigo y chofer quien me conocía de toda la vida, con intenciones de ir al cementerio junto con Beethoven.
Si hablaba respecto a mis sentimientos, decaídos y tristes se acercaban a lo que realmente sentía, diferentes a lo que el resto de la semana sentí. Y claro... ¿quién estaría feliz el día en donde, veintiséis meses antes, estaba disfrutando de su viaje y luego... todo se caía? Me mostraba dura al hablar de ella, pero no era así; es como un cristal que se rompe en tu interior y si los recuerdos empezaban a aparecer lentamente, pasando cada uno por tu mente.

~Flash back.
–¡Mami! ¿Por qué estas llorando? ¿Te sientes bien? –pregunté dulcemente. No era la ____ actual, era la _____ pequeña, de nueve años. Íbamos en el auto de papá, mientras él se mostraba nervioso y no paraba su frente de sudar. Yo no entendía, no comprendía.
–Me duele, me duele mucho. –se quejó agarrándose con más firmeza de su estómago grande y... ¡Adentro estaba mi hermanita! ¡Que pronto nacería y tendría con quien jugar!
–Mami... no llores. –dije yo, acariciando su mano. –Todo va a estar bien. –le esforcé una sonrisa, y con mis pequeñas manitos, las elevé a sus mejillas y las acaricié sacando las lágrimas con una dulzura de niña sobrenatural.
Ese día... mi hermana Kelsey había nacido sana y salva.

...

Estábamos en un parque, cuando Kelsey tenía ya cuatro años y yo trece. Era toda una adolescente, regañona y pesada, como cualquier chica normal.
–¿Podemos ir a la hamaca? –preguntó mi hermanita, tirando de mi mano para ir con ella. Yo la miré y sonreí, para luego mirar a mi mamá que estaba a mi lado. Ella nos dio un leve asentimiento con la cabeza y sonriéndonos solo como ella sabía hacerlo, dándonos permiso.
Acompañé a Kelsey a las hamacas. Mi hermana se sentó en la silla y yo me coloqué detrás, para empujarla.
–¡Despacio, _____! –gritó mi mamá desde allá, asegurándose para que no la lastime. Hice un asentimiento con la cabeza, y seguí empujándola escuchando las carcajadas de Kelsey, por la adrenalina. De repente, mamá sacó su cámara del bolso y se puso en posición de fotógrafa, haciéndonos reír.
Éramos tan pequeñas, tan llenas de vida y mi madre tan joven, tan encantadora, divertida y cuidadosa que me daba escalofríos. Peleaba con ella constantemente, pero era una adolescente... todas pelean con sus madres, pero yo... yo me arrepentía.

...

Habíamos pasado las mejores vacaciones de mi vida. San Francisco, fue todo lo que siempre quise visitar, y todo mejoraba cuando papá hacía sus tontas bromas de mal gusto, que terminaban subiéndonos el ánimo una y otra vez.
–¡Vamos de paseo, pipipí! ¡En un auto nuevo, pipipí! ¡Pero no me importa, pipipí! ¡Porque llevo torta, pipipí! –cantábamos todos al unísono, mientras íbamos por la carretera, divertidos.
Mi mamá se reía y sacaba fotos con su cámara profesional: era fotógrafa y amaba serlo; mi papá cantaba con nosotras mientras miraba la carretera y conducía despreocupado... y yo y Kelsey, nos divertíamos.
De repente... una luz blanca gigante empezó a aparecer, acercándose a paso rápido y en zic–zacs que atemorizaban. La luz era grande y luminosa, haciéndome entrecerrar los ojos y tomarme con fuerza del cinturón de seguridad. Mis padres habían quedado callados, sin decir una palabra más, pero sabía que querían gritar del susto; y cada vez la luz se acercaba. No teníamos salida. Sólo pude estirarme, y tomar a mi hermana en brazos, dándole el apoyo de hermana mayor y diciendo que todo estaría bien... cuando no era así. Y se estrelló. Todo quedó en una oscuridad completa. El auto solo daba vueltas por el aire, y lo sentía; nosotras gritábamos mientras mis padres también se abrazaban, asustados. El vidrio de mi ventanilla reventó, en el momento justo en que uno entró en mi ojo izquierdo; pero después... todo quedó en silencio y yo, sentía como mis parpados se cerraban completamente pero no lo evité.

~Fin de Flash Back.

¿Quién iba a pensar que eso sería lo último que vería? ¿La última vez que estaba con mis padres? Yo no me lo imaginaba. Tan solo era una niña de quince años, con sueños decididos y felicidad completa; que de a poco fue disminuyendo. Mis padres habían muerto luego de estar en coma; mi padre primero y luego ella... sólo con diferencia de horas. Entonces, sentía que mi vida no tenía sentido ni nada por lo que vivir, hasta que recordé a Kelsey y toda su vida por delante. Habíamos quedado huérfanas, sí... pero nos unía esa fuerza de voluntad: estábamos juntas. Y como decía mi abuela... <<las cosas suceden por algo. Pueden ser buenas o malas, pero más adelante con el paso del tiempo, todo tendrá su merecida respuesta. Quizás puede no gustarte el cambio, pero la vida presenta los diferentes obstáculos para superarlos. ¿Qué sentido tendría una vida fácil y sin altibajos?>> siempre me la repetía... y amaba que lo haga.
Me di cuenta que habíamos llegado, por el simple hecho de que el auto se había detenido y Beethoven se quedó sentado derecho, y tirando de su cuello para que la correa se mueva. Entonces agradecí a Homero, y bajé del coche junto con mi fiel amigo canino.


{••••}

Me sentía vigilada.
La horrible sensación me tensaba y hacía que mis nervios se eleven al mil. Tenía miedo, y cada vez estaba más segura que no me equivocaba.
Sin dudarlo, saqué el celular del bolsillo de mi simple campera, y marqué el número que la voz robótica me asignaba de Justin. Por suerte, él atendió rápido, y lo agradecía casi de rodillas.
–¿_____? –preguntó.
–Justin... –afirmé, con la voz temblorosa, llena de temor; casi me temblaba la mano y el corazón no me dejaba de palpitar. –Ayúdame. –sentí que me desvanecería. –Tengo miedo.
–¿Qué sucedió, princesa? –preguntó con su tono de voz preocupado.
Estaba en medio de un cementerio, con el corazón en la boca, sintiendo que alguien me vigilaba y sin tener escapatoria además de que estaba con Beethoven, que se encontraba tranquilo, pero en alerta cómo si saldría a atacar en cualquier momento.
–Necesito que vengas... ya. Estoy en el cementerio principal. Rápido, por favor. Apúrate. Por favor. –rogué con la voz en un hilo.

Tenía miedo. Demasiado.
Justin me había contado sobre Jason; y todo pareció peor el recordarme al chico. Justin también contó que él había desaparecido por completo y que andaba suelto por la vida, con esa mente maligna y llena de rencores; ¿qué debía hacer? ¿Y si se trataba de Jason? Dudaba demasiado, pero... nadie lo negaba. Todas las novelas policiales que había leído, terminaban de este modo; aunque esto no era una jodida novela... era real.
¿Estaba en peligro o no? ¿Era Jason o no? ¿Era mi imaginación o no?
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Ojos Ciegos ( Justin Bieber & Tu )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora