Capítulo treinta y dos.

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  Con sus expertas manos bajó las mangas de mi vestido, con una delicadeza tan embriagadora que me enloquecía. Sus ojos no me dejaron de mirar en ningún momento, y los míos tampoco; parecía como si su pupila se iba dilatando y el lindo color miel se oscurecía, al igual que la linda sonrisa simpática que tenía hace un rato; ahora, en su boca, reinaba una secreta... tímida... pero traviesa sonrisa. Las mangas cayeron hasta mi cintura, donde Justin me tenía sostenida con una mano, quedando sólo en un sostén bordó del mismo color del vestido, cubierto de un encaje muy prometedor. Sin embargo, él no dejó de fijarse en mi boca, que ocultaba una tímida sonrisa, ni en mis verdes ojos; llenándome de curiosidad por saber qué era lo que en ese momento pensaba.
Ahora era mi turno.
Quité su mano de mi cintura, y dejé que el vestido caiga al agua para mojarse una parte; ahora no me importaba. Con un pie, lo atraje hacia mi mano y lo sostuve, luego lo tiré para la arena, <<anda a saber dónde cayó>>, y cuando escuché que la tela estrelló con el arenoso suelo de la plaza, dirigí mis brazos para quitar su traje rojo informal. Primero el saco, con la misma lentitud; y así, hasta que ambos quedamos en ropa interior.
Estábamos solos. ¿Qué más daba?
Justin enganchó nuestros dedos, a medida que íbamos caminando a la par para el agua del mar.
–Es lindo esto... –susurró casi inaudible.
–¿El estar en ropa interior en una playa privada? –bromeé riendo. Lo miré y me miró. Mi corazón latió y yo tuve la leve sospecha de que saldría disparando hacia el exterior. Él rió con una pequeña carcajada, y pasó nuestras manos entrelazadas por mi cintura, para estar más cerca.
–También... –dijo mirándome con algo distinto que no vi en toda mi vida en él. Quizás era por el hecho de que ya no era ciega... gracias a él. –Se siente raro esto.
–¿El qué? –pregunté.
–No sé... –volvió a susurrar. El agua me llegaba hasta la mitad del muslo y en él, un poco más bajo. Entonces suspiró –. Siento como... –y se calló por la ausencia de palabras.
–Sientes como si todo esto no es real –dije. Y él me miró con una mirada que me explicaba que era cierto. Él quizás sentía lo mismo que yo.
–Nunca sentí esto. –Respiró y exhaló, miró al cielo pero yo seguí mirándolo.
–Yo siempre lo siento... cuando estoy contigo –. Mis mejillas se encendieron de calor por lo que yo misma había dicho.
Volvió a mirarme. Con otra hermosa mirada que me dejaba sin aire.
–¿Así se siente estar enamorado? –preguntó.
Eso fue algo suficiente para que mi respiración se expire.
–Yo lo estoy... –murmuré, mis palabras cargadas de sentimiento. Y cuando abrí la boca para hablar, él cerró mi mente con un dulce y largo beso.


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Las sábanas estaban enredadas a lo largo de mi cuerpo; y luego de abrir los ojos, suspiré ante sentir el perfume de Justin en la habitación de la linda y costosa casa playera, que Justin había alquilado... para nosotros.
Al correr sólo un poco mi mirada, estaba él. Sus ojos cerrados, cada músculo de su cuerpo relajado y descansando. El pecho donde yo estaba descansando mi cabeza, subía y bajaba a la par de su corazón, que latía en latidos no tan constantes. Lo miré hasta que me sentí cansada de contar sus lunares pequeños, o sus imperfecciones... que no existían, por más que revise siete veces seguidas.
Me levanté con cuidado de no despertarlo, y eso no fue difícil, ya que dormía como un cerdo. Me puse su camisa blanca, que me tapaba lo suficiente como para usarla, y así bajé al primer piso.

La pequeña casa de playa, era el pequeño sueño que una típica niña sueña. Grandes ventanales de vidrio transparente por dentro y oscuro por fuera, permitiendo que veas todo el bello mar, sin que nadie vea adentro; los muebles eran rústicos y modernos a la vez, todo madera, hasta el piso; las escaleras grandes y también de una madera de algarrobo de un marrón fuerte. Simplemente... todo era perfecto. Más perfecto aún, era que estábamos a cien kilómetros de la bulliciosa ciudad de Nueva York, y era una propiedad privada que pocas personas se daban el lujo de pagar. Y agradecía eso, porque no quería que fotos mías y de Justin en ropa interior naveguen por todos lados.
Agarré unos huevos que habían en la heladera, y los puse en la sartén; y aunque sabía que no era la mejor cocinera, unos huevos revueltos y café era algo que podía hacer... y tostadas con mermelada. Puse todo en una bandeja, cuando estaba listo, y me arriesgué a subir las escaleras con todo eso.

–¿No piensas despertarte, Justin? –reí mientras dejaba la bandeja con toda la comida sobre su mesita de luz. Él no contestó, aunque sabía que estaba despierto. –Drew... –susurré divertida.
–No me digas así –. Bufó. Yo carcajeé.
–Hola.
–Hola.
Sus largas pestañas se elevaron por sus parpados. Talló sus ojos y bostezó.
–Hola –repitió para luego sonreír.
–Hola.
–Esa camisa me suena conocida –dijo divertido. Me sonrojé.
–Ese chupón y ese arañazo, también me suenan conocidos –respondí levantando una ceja. Él se estiró, y plantó un pico en mis labios.
–Yo no los hice...
–Claro, fui yo... pero fue tú culpa.
Me enseñó una secreta sonrisa, y yo otra algo de picardía.
No sabía que tenía la cara para hablar de... eso, con él.
–Ya... tengo hambre, comamos.


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Esa tarde casi por las 7 pm, decidí volver a casa. Luego de los mil quinientos intentos de que Justin me dejara venir en taxi para que él siga descansando en la cómoda casa de playa, aceptó mi pedido y me escuchó... por lo que creo que es la primera vez.
Entonces, aquí estaba. Sentada en la parte trasera del taxi, con una estúpida sonrisa en mi rostro, a pesar que llevaba más de media hora soportando la asquerosa música italiana que el taxista tenía en la radio, sonando por los viejos parlantes.
Bostecé y volví a mirar por la ventana. Un cartel me llamaba la atención.
<<78 kilómetros para Filadelfia>>.
Fruncí el ceño, confundida.
Según mis cálculos, Filadelfia era el lado contrario para Nueva York. Dos horas de diferencia, y lo sabía porque unas primas viven allí actualmente. Pero seguía sin entender por qué estábamos yendo para ese lado.
–Disculpe, amigo... –dije incómoda, empezando a desesperarme –Dije Nueva York, no Filadelfia...
–Oh... lo lamento, creo que escuché mal –dijo. Pero su voz no sonaba como si estaba arrepentido; volví a apoyar la espalda contra el asiento trasero del coche, esperando que él volteé para ir hacia la casa de mi abuela.
Pero no lo hizo.
–En serio... señor, debo irme a mi casa urgente. –Dije. El temor se notaba en mi voz, y yo estaba tan tensa que no podía respirar con facilidad.
–Tengo órdenes para otra cosa, señorita.
–¿De quién? –pregunté casi gritando. Tenía miedo. El tipo no tenía aspecto raro, no parecía un violador ni un secuestrador, pero de todas formas... ¿debería precipitarme?
–Me encantaría poder decirle, señorita, pero tengo órdenes. Ya le dije –a pesar de todo, su voz era tranquila, como si no sabía que estaba cometiendo un delito.
–¡Me está secuestrando! –Grité asustada –¡Deje bajarme! –pero, cuando intenté abrir la puerta, él cerró con el seguro para niños.
Y la carretera estaba vacía.
Y mi celular no tenía señal.


<<Estoy perdida>>.
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Ojos Ciegos ( Justin Bieber & Tu )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora