Capítulo treinta y uno.

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  <<Siento que este momento es infinito. Siento que quiero que todos los días sea esto así... juntos y por siempre, a pesar de todo>>.
Y se repetía esa frase en mi cabeza. Día y noche, tarde y madrugada. Sentía como si un grabador con su voz estaba en el centro de mi cabeza, pero sabía que era yo, y ese extraño cosquilleo que molestaba en mi estómago.
Lo quería tanto.
Que parecía irreal todo.
Y aunque, sentía que no debía confiar en sus palabras, no sabía que otra cosa hacer. Porque hay veces, que uno no sabe con certezas las cosas y te das cuenta que, al mirar atrás, todo no era como una pensaba, todo era totalmente distinto. Y no quería terminar mal; no quería tener el corazón roto, ni sufrir días (quizás semanas) por su culpa. Creer en hechos me parecía difícil, también, porque él era el mejor mentiroso que yo conocía, y actuando, se merecía un Grammy.
Pero suspiré y mordí mi labio, indecisa.

Ese día, luego de esa frase que tanto me perseguía, la enfermera cuyo nombre creo que era Cindy, nos sorprendió y él (Justin) se vio obligado a bajarse de la cama y sentarse en la incómoda silla de mi lado; y aunque yo seguía petrificada por lo que hace segundos me había dicho, escuchaba como ella relataba nos vio dormir juntos ayer y aunque las reglas eran que él debía irse porque el horario de visitas había terminado, Cindy se conmocionó recordando a su novio y ella, entonces nos dejó cerrando la puerta y mintiendo de que todo en mi habitación estaba en orden.
Pero yo pregunté luego: "¿Tengo dos enfermeros, verdad? Hablo de ti y de otro chico, uno muy joven como tú". Ella me regaló una mirada confundida y su frente fruncida; puso una cara pensativa y articuló: "Soy tu única enfermera. Creemos que con una es suficiente para ti." Luego de contarle que un chico había entrado, ella me pidió que lo describa, pero fue en vano, porque no lo recordó ni pensó que era real.
Por un momento, imaginé que estaba loca y era por el encerramiento de estas cuatro paredes blancas. Después, lo descarté; podía ser cualquier cosa menos loca. El chico era real.
Luego, pensé que tal vez se había equivocado de habitación, ¿pero por qué salió corriendo, literalmente, cuando mi abuela entró? ¿Y por qué Cindy no lo había reconocido? Al esperar que me dieran el alta, dos días después, esperaba ansiosamente que él aparezca. Pero, para mi desgracia... nunca apareció.
No sabía que ocurría conmigo que estaba tan interesada en un pobre tipo. Pero mi instinto, decía que debía mantenerme alertada.

–Nada de lentes por un momento, que no sean los oscuros para acostumbrarte al sol; nada de mirar directamente al sol, ni el de colocarte alguna gota por si te duele –Cindy estaba dándome instrucciones desde que entró en la habitación, hace una hora casi. Y repetía y repetía lo mismo.
–Ya entendí, Cindy –dije calmadamente, luego de rodar los ojos.
–¡Estoy hablando en serio! –exclamó dramáticamente haciéndome reír.
–¡Está bien! –dije del mismo modo. –Entendí todo a la perfección.
–Más te vale; recuerda que tus ojos te acompañarán por años hasta que seas vieja, y se te caiga la piel y... –hizo una mueca de asco divertida, luego se señaló los senos por arriba de la ropa –estos también se caen.
Reí, sin poder controlarme. Ella me regaló una simpática sonrisa.
–Ya entendí, gracias –repetí sonriendo.
Me abrazó amistosamente y susurró en mi oído:
–Cuida de tu guapo novio, también. –Y ambas reímos, mientras yo rodaba los ojos de nuevo.

Minutos después, Kelsey y mi abuela estaban a ambos lados de mí, ayudándome con un bolso donde contenía medicamentos y esas cosas. Miré a Cindy por última vez, y le sonreí. De verdad me había encariñado con ella. Levanté la mano y la saludé agitándola; ella repitió el gesto riendo.
–¿Vamos? –pregunté, sin controlar mi emoción –. No veo la hora de volver a ver nuestra casa.
–Síp –contestó mi hermanita, mirándome con una sonrisa idéntica a la mía.
Al salir del hospital, vi por primera vez como eran los paparazzis, aunque Justin no estaba conmigo (tuvo que volver al estudio para dar retoques a su último disco), los flashes dispararon sobre mi cara y luego de bufar silenciosamente me puse los lentes de sol.

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Habían pasado sólo unos cuatro días de la operación... y aquí estaba.
Estábamos en Marzo 24; el invierno había acabado hace dos días pero el frío todavía se sentía. Y la primavera iniciaba, mi estación favorita.
Hoy era un día especial. Y por eso, estaba vestida con un lindo vestido que me llegaba hasta la rodilla de un color bordó, zapatos negros con plataforma, chaqueta de cuero negra, pelo lacio y maquillaje simple pero lindo. Hoy íbamos a salir con Justin. Todavía no sabía a donde, ni a qué hora vendría, o qué pasaría, pero estaba emocionada y para decir verdad, aún no me acostumbraba a verlo e ignorar el revoloteo de mariposas que siempre sentí.
Me senté en el sillón y miré nerviosa hacia mis manos entrelazadas sobre mi regazo. Luego suspiré y hundí la espalda contra el respaldo del antiguo sillón verde olivo, en el que estaba sentada. Amaba este sillón; eran innumerables las veces que sucedieron cosas aquí.

–¿Ya estas lista? –preguntó mi hermanita, tomándome de sorpresa. La mire por unos segundos y, sonriente, asentí con la cabeza.
–¿Me veo bien? –pregunté ahora yo, insegura. La que sonrió ahora, fue ella.
–¡Te ves muuuuuuuuy bonita! –exclamó y se sentó a mi lado. Por suerte, su presencia me hacía olvidar mis nervios.
–Gracias, Kelsey.
–De nada –dijo dulcemente –. En una semana empiezo las clases...
–Y yo la universidad –rodeé los ojos – ¿Estás emocionada por tu nuevo año?
–___________, ¿quién se emociona por la escuela? –frunció el ceño y ese gesto, la hacía ver tan tierna que me daban ganas de apretarle las mejillas. –Odio la escuela.
–Cuando empieces la universidad será peor, te lo aseguro...
El sonido de un conocido bocinazo, hizo callarme. Y luego los nervios volvieron.
Miré a Kelsey con una sonrisita nerviosa y besé su mejilla.
–Saluda a la abuela por mí. –Tomé mi bolso de mano y la señalé con el dedo –. Te comportas.
–Ya se, boba – agregó divertida. –Suerte –gritó antes de que cruce la puerta.
–¡Gracias! –respondí saliendo.


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–¡Eso no es cierto! –exclamé riendo; él rodó los ojos sonriendo.
–¡Estabas vestida de payaso! ¡No lo niegues! –Justin rió; la que rodeaba los ojos ahora, era yo.
–Está bien... no lo niego, pero tampoco te creo.
–¿Me estás diciendo mentiroso? –levantó una ceja castaña, y en el intento de enseriarse, sonrió con malicia.
Tanteé la cabeza de un lado para el otro.
–Súper, mega, híper mentiroso –reí.
Justin me miró desafiante.
–Tienes cinco segundos para correr, princesa. –De los finales de sus labios, una sonrisa maliciosa se extendió por sus mejillas. Lo miré a los ojos, intentado analizar si era verdad o solo broma; pero sus pupilas estaban fijamente amenazantes.
Dejé el tenedor y el cuchillo con un cuidado casi inexistente, sin despegar mis ojos divertidos de los suyos buscando ser fríos. En sus labios, empezó a articular los segundos, y yo, cada vez me quedaba más plantada en la silla, con una sonrisa piadosa.
–Tres... –susurró despacito. Esperó algo más que un segundo y volvió: –Dos.
Quería reír; su cara era divertida.
Con los talones de mis pies, quité mis tacones y los dejé sobre la arena, bajo la mesa donde estábamos cenando en la playa.
–Dos... –repitió... –Uuuuuuuuuuuno. –Entonces, giré mi cuerpo y empecé a correr hacia el agua. Segundos después, escuchaba como Justin saltaba de la silla y empezaba a correrme. Yo no aguantaba la risa. Y él soltaba carcajadas por mi rara forma de reír.
Yo seguí corriendo por el costado del agua del mar, haciendo que los dedos de mis pies se entrelacen con la arena mojada; pero no importaba. Como era obvio, Justin era mucho más rápido, y cuando me di cuenta, lo sentí a sólo unos centímetros de mí. Riendo y agarrándome el estómago volteé para enfrentarlo y verlo totalmente grandioso, con el pelo desordenado y sus rasgos del rostro normalmente tan frío, ahora con una hermosa sonrisa que me dejaba sin habla. Con mis brazos intenté protegerme el pecho, pero era en vano.
–¡No, espera! –chillé entre risas cuando él se abalanzó sobre mí, abrazándome y riendo sobre mi oreja. Entonces, me alzó en sus brazos aunque yo daba patadas para todos lados, y se dirigía hacia el agua... ¡no! –¡Justin! ¡El vestido! –grité como pude. Cuando abrí mis ojos, lo encontré mirándome con sus ojos mieles, que a la luz de la luna parecían verdes.
Justin sonrió, y sentí como una mano bajaba por mi espalda para bajar el cierre de mi lindo vestido, todavía sin mojarse del todo; para ayudarlo, yo dejé de patalear, pero seguí riendo, sus dedos me daban cosquillas. Mientras una mano me sostenía como si yo era una pluma, la otra iba bajando el cierre; cuando llegó al final de mi columna vertebral, él me bajó de sus brazos sin soltarme ni su agarre, ni su mirada. El agua me llegaba apenas, hacia los tobillos, y a él a casi la mitad de su pie, ya que era mucho más alto que yo.
Dejé de reír.
Y también dejé de respirar. Porque esto era demasiado para soportarlo.
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Ojos Ciegos ( Justin Bieber & Tu )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora