Capítulo treinta y tres.

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  PARTE II: "El secuestro, camino lento hacia mi propia muerte".

En ese mismo momento, pasos se escucharon; pisadas livianas, como si se tratara de un par de tacones como los que yo tenía puestos, –ya que anoche salí con Justin, y no traje otros zapatos más cómodos–. Inmediatamente, largué un último suspiro y cerré los ojos intentando respirar tranquilamente. Entonces, una puerta se abrió, donde el seco sonido al abrir resonó como eco por el espacioso terreno; y pasos femeninos se iban acercando a mí, con lentitud pero seguridad. A pesar de mi miedo, no abrí los ojos en ningún momento, sólo me hice la dormida como sabía que era preferible hacerlo.
La sentía tan cerca. Mierda, estaba a tan solo menos de un metro de mí. Una mano caliente y suave se depositó en mi frente de repente, midiendo si tenía fiebre; la intriga me mataba, quería saber quién era esa mujer.
–¿No despiertas, todavía? –preguntó una voz sumamente desconocida para mí. Juraba por dios, de que nunca, jamás, la escuché.
Entonces, esa misma mano estrelló en mi mejilla fuertemente. Abrí mis ojos lentamente, intentando no llorar y parecer recién despertada; ignoré el dolor de mi mejilla, que había empezado a arder.
Una pequeña figura de una pelirroja, con ojos grises delineados con un negro exagerado, rostro pálido y facciones de la cara tan delicadas, que me pareció imposible imaginar que recién me había pegado. Sin embargo, su cuerpo era delgado, con senos operados; y su ropa era la ropa de una típica puta. Su rostro era como un ángel, y su ropa y apariencia era de asco, de un diablo.
Fruncí el ceño.
Ella... ¿ella era Cindy, la chica que me cuidó en el hospital?
–Era hora, niña... –dijo, con voz segura, irguiéndose en su espalda. Me miró por sobre su nariz y rodeó alrededor de mi por unos segundos, la seguí con la mirada temblorosa. –Veo que me recuerdas, ¿no? –preguntó retóricamente, haciendo revolotear mi estómago.
Estaba petrificada; ella... ¿por qué estaba así?
–Qué triste es que tengan que matarte... –susurró encogiéndose de hombros, con fingida inocencia asquerosa.
Esas palabras no me asustaron, me había pasado unas cuantas horas repitiéndolo.
–¿Qué? ¿No hablas? –preguntó deteniéndose enfrente de mi cuerpo, acostado en el sucio colchón.
<<No llores, _____, no llores>>.
–Sí, pero no hablo con personas como tú, Cindy –dije fingiendo que estaba tan segura que ni yo me lo creía. Fijé mis ojos en sus grises pares, casi con rencor.
Si de algo que sabía, era que debía mantenerme fija, firme. Y lo sé... era bastante bipolar, pero no podía dejar que me sobrepasen... después de todo, me matarán y llegaremos al mismo final de las dos formas.
Ella, Cindy, sonrió con falsedad.
–Una brava; no estabas tan así en el hospital... –murmuró, riendo tan asquerosamente que hizo que mis entrañas se volteen. –Me recuerdas a Lucile –dijo.
Lucile; Lucile era la antigua novia de Justin; la que también fue secuestrada, la que se suicidó.
Pero su voz sonó tan confusa, que me hizo dudar.
Apreté la mandíbula, sin saber que decir pero sosteniendo la mirada fija y dura en su rostro.
No contesté.
–Qué lástima es que tu novio no te pueda salvar... –sus labios se curvaron en una sonrisa, que si miraba de otra perspectiva, era linda; desde mi vista... era asquerosamente maliciosa. No contesté tampoco. –Después de todo... es un asesino.
–Él no es un asesino –ataqué fríamente.
Interiormente me preguntaba de donde mierda había salido esta mujer, qué tenía que ver en esto, si yo nunca le hice nada. Ella era mi enfermera, que si mal no la recordaba, era tan amistosa como simpática, entonces... ¿por qué estaba formando parte de esto? ¿Qué tenía que ver yo?
–Oh... Lucile decía lo mismo, ______. Y terminó, allí, siendo comida de gusanos... – su sonrisa desapareció y apretó tan fuerte su dentadura, que escuché el rechinar de ellos.
Me pregunté de dónde la conocía. Me pregunté si ella era la misma chica que dejó que una noche Justin durmiera conmigo, en el hospital. Me pregunté si sufría un trastorno bipolar, o solamente estaba aburrida.
–Ella se suicidó –dije segura.
–¿Por culpa de quién? –preguntó hipotéticamente.
Esperé un tiempo considerable, mientras sentía mi garganta tragar púas.
–Jason Mccan –respondí. Ella empezó a reír como si hubiera dicho la mejor broma del mundo.
Se acercó, a tal punto de estar a centímetros de mi rostro.
Y tuve miedo, más del que había olvidado. Pestañó clavando sus ojos en los míos, con rencor.
–Jason es otro inútil como tu novio, hermosa. –Y después de fulminarme con la mirada, se levantó de estar en cuclillas y con su pie pateó mi estómago.
Sentí que el aire se esfumó, y como si un pulmón se encogió.
Y después se alejó.

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Luego de que parecieron horas, y yo cada vez iba analizando y asumiendo la situación de mejor forma, se escucharon gritos de afuera.
Volví a sentirme rígida, a la vez que los gritos se acercaban. Y no dudé en pensar que quizás, sería lo último que escucharía.
Pero no fue así.
Todo lo que vi, fue que ambos niggas que me trajeron hasta aquí, aparecieron casi azotando la puerta, y en sus manos... en sus manos... estaba el chico que una vez apareció en el hospital; él estaba atado de la misma forma que yo, haciendo una mueca de dolor que se filtraba por sus rojos ojos azules.
Lo miré y me miró. Los negros que lo maltrataban, lo tiraron a un lado mío sin temor ni arrepentimiento. Y cuando pensé que sacarían algo y me matarían... nada paso. Sólo dieron la vuelta, luego de sonreírme en una sonrisa tan psicópata que me hizo temblar internamente.
–Tranquilos... el tiempo se va agotando –Dijo uno, mirándonos. Sin embargo, seguí mi promesa de mantenerme firme y no verme débil. Levanté una ceja, desafiante. –¿Qué sucede, _______? –preguntó divertido.
–Oh, nada. –Murmuré entre dientes. –Sólo que, ¿piensas que nos da miedo el pensar que moriremos? –esperé unos segundos. –Búsquense otras escusas.
–Mira, perra... –susurró el mismo, acercándose lentamente.
<<Sin miedo, sin miedo _____, sin miedo>>.
Cuando estuvo a menos de diez centímetros, habló con voz amenazante y dura, prepotente, dejando que un horrible aliento a marihuana entre en los orificios de mi nariz:
–Estás perdiendo la poca paciencia que tenemos en ti... aprovecha tus últimas horas, y cierra esa hermosa boquita, si no quieres otras cosas... –susurró tan maléficamente que me hizo arrepentir lo dicho. Pensé que iba a golpearme, pero fue una falsa alarma cuando su mano tanteó no muy fuerte, mi mejilla.
Finalmente, también salieron del lugar, dejándome respirar tranquila... bueno, no tanto.

Sentí la mirada de un chico a mi lado; el chico que apareció en el hospital, el supuesto médico. Entonces, corrí la cara para observarlo, con desagrado.
–¿No tienes miedo? –preguntó, casi tartamudeando. Aparté mi vista de él y miré el techo.
–Claro que sí –susurré–, pero... de todas formas me matarán, callándome o no. –Sonreí amargadamente. Él carraspeó su garganta.
–No sé qué hago aquí... –murmuró casi con voz confundida.
–Estas secuestrado, como yo. –Dije.
–Pero no sé qué hago aquí.
–Yo estoy aquí porque Justin Bieber es mi novio –reí entre dientes. –¿Patético, no? –pregunté retóricamente y cuando volteé a verlo, una sonrisa escondida apareció en los bordes de su boca.
–¿Y eso qué tiene que ver? Conozco a Justin, pero dudo que esté aquí por él.
–¿Lo conoces? –pregunté fijando mi vista en sus ojos azules... muy azules.
–Oh, claro que sí... –sentí como si le molestaba el hacerlo, pero lo ignoré.
–¿Eras tú el que apareció en el hospital, hace unos días? Estaba internada, y cuando te vi, no tenía idea de quien eras.
–Oh sí... era yo. –Confirmó sin mover nada más que la lengua.
Tomé un bocanada de aire, nerviosa.
–¿Cómo te llamas? –pregunté frunciendo el ceño, confundida.
Por lo menos, había averiguado que no estaba loca.
–Jason Mccan, ¿tú ______, verdad?

Oh. Dios.
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Ojos Ciegos ( Justin Bieber & Tu )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora