La Ilustración

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Dejé de recibir mensajes por largos minutos y deduje que no venía. No me mentía cuando me decía que estaba ocupada, pero a pesar de ello en mi mente me recordaba que era yo quién había cambiado sus prioridades. Ser feliz era la primera, el resto estaba en pausa, pero no todo el mundo jugaría ese juego.

«Pues ella se lo pierde» pensé, y comencé a caminar... quizás intentando dejar mi cuerpo igual de agotado como mi mente... iba a un lugar cerca, y no tenía apuro.

Recorrí por minutos, lentamente, cada uno de las mesas, mientras sonrisas me ofrecían objetos, y me conversaban respecto a lo que hacían. Concentrado en ello, perdí la noción del tiempo hasta que la vi.

La artista estaba terminando su trabajo cuando la coloco a ella sobre la mesa, pasando a hacer otra cosa. Me acerqué y le pregunté a su autora, que le restó importancia al trabajo. Un mero boceto. Sin embargo algo su dibujo tenía, pues parecía decir mi nombre. Lo levanté y pidiendo permiso me lo lleve... algo me decía que el boceto quería que lo hiciera.

Seguí caminando, terminando mi recorrido, y volví a tomar la hoja de papel en cuanto lo hice. La figura empezaba a aclararse. Las líneas uniformes empezaron a dar forma a sus ojos, a su nariz, a su boca; el pelo comenzó a ondear con el viento que corría en el dibujo; la boca intentó dibujar una frase pero se quedó a medio camino... tuve que contener la respiración para no asustarme y dejar caer el papel.

Seguí mi camino, colocándola en el bolsillo, el dibujo bien ordenado, evitando doblarlo. Algo me dice que no le gustaría que lo hiciera.

Camino entonces a su casa, a preguntar cómo está, para saber si había valido la pena cambiar sus prioridades, pero no estaba. Sus padres me abrieron la puerta y me preguntaron si no estaba mi amiga conmigo. Respondí negativamente y volví a mí casa, algo preocupado... quizás en el momento en el que salí había ido a mí casa y me estaba esperando allí.

Sin embargo, tras llegar y girar la cerradura de la puerta de mi casa, tomé el dibujo y comprendí que le había mentido a su familia. Entendí porque no podía ir y porque el dibujo había dicho mi nombre. Porque, si... su hija estaba conmigo.

Con cuidado tomé el dibujo y lo coloque en la biblioteca. Me prepare un café y lo levanté saludándola. Y ella, del otro lado de la celulosa, me saludó riendo.

Divagares y Devanares del SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora