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Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue la ventana de la habitación que nos habían asignado. Las cortinas se movían con ligereza, como si la ventana estuviera abierta tan solo unos centímetros.

Me preocupé al darme cuenta que había dormido toda la noche con la ventana lista para que cualquiera entrara. Volví a la calma cuando supe que una ventana no podría salvarme.

Intenté moverme pero algo me lo impidió. Vi un brazo cruzar por mi estómago y apegarme al cuerpo detrás de mí. Su respiración en mi cuello era muy ligera y extendida. Inhalaba y exhalaba en largos periodos de tiempo. Me reí para mí misma.

―Buenos días ―escuché en mi oreja.

Me recogí por el cosquilleo que sentí en el cuello y que me recorrió todo el cuerpo.

―Hola ―dije manteniendo mi posición―. ¿Tú dejaste la ventana abierta?

―No me fijé si estaba cerrada.

Jacob se acomodó hasta acostarse en mi hombro. Se volvió incómodo y tuve que voltearme. Había perdido la vergüenza de que me viera al amanecer hacía mucho tiempo. Él sonrió.

―¿Me quedé dormida muy rápido?

―Digamos que sí. Salí y ya estabas roncando y con la baba hasta el suelo.

Me reí y me cubrí la cara con una de las almohadas. Jacob se reía bajito.

―Esa es la almohada que babeaste.

―¿Ah sí? ―bufé y luego la puse en su cara.

―No me molesta tu baba ―dijo, empujando la almohada lejos de su cara.

―Eres asqueroso ―comenté.

―¿Qué? ―sonrió―. Sabe bien ―añadió con coquetería.

Sentí que me sonrojaba.

―Bien ―le dije―. ¿Qué vamos a desayunar?

Sabía que si no cambiaba de tema, terminaría llegando a un lugar peligroso. Si algo ya tenía claro, era que Jacob se estaba haciendo a la idea de tenerme viva, pero algo me decía que eso cambiaría en cualquier momento.

―Vi un pequeño café aquí cerca. Podemos ir por unos panqueques.

Asentí.

―Pero primero ve a bañarte ―me dijo, levanté la ceja―. Anoche no lo hiciste. Y no voy a sacarte a pasear así.

Arrugó la nariz y yo me sorprendí divertida.

―Eres un tonto.

Él sonrió.

Cuando salimos ―después de bañarme―, nos encontramos con la mirada curiosa de una mujer en la recepción. El hombre gordo de ombligo peludo ya no estaba.

Caminamos un par de cuadras y entramos al café del que habló Jacob. Pedí panqueques con miel y jarabe de chocolate para mí, con una taza de café y algo de zumo de naranja. Jacob pidió waffles, zumo y café.

―Anoche tuve un sueño ―mencionó Jacob mientras comíamos. Lo miré expectante, él continuó―. Estábamos los dos, me costaba vernos; había mucha luz, tal vez un amanecer muy brillante. No oía lo que decíamos, pero no importaba, porque sonreíamos.

Asentí. Jacob dejó de hablar. Ese había sido todo el sueño.

No me gustaba tener que cargar sus esperanzas sobre mis hombros. No cuando no podía hacer que se cumplieran. Seguí comiendo en silencio, pensando en un lindo día, muy brillante, yo con un vestido, Jacob con una camisa ancha y pantalones de tela fina. Ambos en un campo de flores, tomados de la mano. Sin un inicio, y sin un fin. Solo los dos, siempre.

Destino Condenado [AOC #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora