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―Hey.

Una mano tocó mi hombro, pude sentirla de una manera débil.

―Hey.

La voz se hizo más alta, más clara, más real.

―Hey.

Abrí los ojos. Sandy me miraba con una sonrisa en sus labios.

―Ya amaneció ―me dijo.

Me senté sobre la cama y me restregué los ojos con el dorso de la mano. Sandy corrió las cortinas y se volteó hacia mí.

―Buenos días ―le dije. Mi voz sonaba somnolienta.

―Vamos ―dijo mientras caminaba hacia la puerta―. Tenemos cosas que hacer.

Confundida, me arrastré fuera de la cama y tomé algo de ropa que había encima de ésta. Supuse que Sandy la habría puesto ahí para mí.

La puerta se abrió, y cuando volteé, vi la cabeza de Sandy.

―Y dúchate ―me dijo―; será un día muy largo.

Al salir a la estancia, noté que nadie estaba ahí excepto Sandy. Luz entraba por los ventanales, iluminando de a poco los sofás. Seguí a Sandy hasta la puerta para salir y darme cuenta del friolento día, aunque el sol se asomaba apenas entre las nubes.

―¿A dónde vamos? ―le pregunté mientras caminábamos por el sendero que nos dirigía a una cerca de madera.

―Sin querer ―se pausó mientras abría la puerta, fuera de la cerca había un callejón muy largo―, anoche escuché lo que hablaban tú y Jacob.

Me detuve.

―¿Qué?

―Bueno ―ella se volteó para verme con una expresión de disculpa―, sólo salí a caminar y justo ustedes se acostaron cerca de donde estaba yo.

―¿Nos estabas espiando?

―No.

Sacudí la cabeza.

―¿Eso tiene algo que ver con el lugar a donde vamos?

―Eso lo juzgarás tú misma.

El callejón parecía más corto a veces, y a veces parecía no tener fin, sin embargo, la actitud de Sandy era muy tranquila, lo que por inercia me hacía conservar la calma a mí también.

Finalmente, luego de alrededor de cinco minutos caminando llegamos a una calle. Sandy se acercó a un auto color concho de vino y me hizo una seña para que entre en él.

―¿Conduces? ―le pregunté mientras me colocaba el cinturón de seguridad.

Ella sonrió.

―De hacerlo, lo hago ―contestó, colocando la mano izquierda al volante mientras con la otra encendía el auto. Mirando al espejo retrovisor me dijo: ―La pregunta es si sé hacerlo o no.

Con algo de temor, le pregunté: ―¿Sabes conducir?

Ella sonrió.

―No.

Y arrancó, de inmediato pegándome contra el asiento al primer frenón.

―Lo siento ―dijo―, siempre me olvido cómo funciona esta cosa.

―Deberíamos tomar un taxi ―sugerí sutilmente.

―Tranquila, este es más rápido y económico.

El camino se hizo muy largo, lo único que me distraía no eran los lugares por los que nos dirigíamos, sino la conversación de Sandy. Quizás percibía de alguna manera lo nerviosa que me sentía. No le prestaba atención, hasta que empezó a aminorar la velocidad y reconocí el lugar donde habíamos llegado; la florería donde trabaja Anna.

Destino Condenado [AOC #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora