Capítulo 21. Enferma.

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Sorbí mi nariz por enésima vez y pasé mi mano fuertemente por esta para luego acurrucarme entre las frazadas polares mirando la televisión.

Pañuelos por aquí, pañuelos por allí.

La habitación estaba llena de pañuelos. Todo por estar tan mal que ni sentía las ganas de levantarme para tirarlos.

El día anterior me había resfriado y por último, terminé enfermándome peor.

Mi nariz estaba roja, mi cara estaba también y mis ojos estaban llorosos por tantos estornudos.

Segundo día de clases y ya tenía que andar faltando a causa de mi resfriado. Y, por más que hubiera querido ir (cosa que no hubiera pasado), el profesor me habría mandado nuevamente a mi habitación.

También hacía un frío que hasta tu cerebro se congelaba. Bueno, no era tan así, pero me estaba muriendo de frío.

Ayer, Aaron me había invitado a algún a las cinco. Bien, estaba por ser las cinco. Pero, lamentablemente no podría ir.

Gracias estúpido resfriado por haber arruinado mi salida con Aaron (nótese el sarcasmo).

Y... ¡Tenía que enviarle un mensaje!

Busqué mi celular entre las frazadas, por ahí lo había dejado.

Comencé a moverme pasando mis manos por todo el colchón tratando de encontrarlo. Desesperada por no encontrarlo, me destapé hasta la cadera y me senté mirando a mi alrededor. Luego lo encontré en el borde de la cama, cerca de su muerte.

En realidad tan cerca de su muerte no estaba, porque me encontraba en la cama de Amber, que no era tan alta.

Lo agarré rápidamente antes de que se caiga y, cuando lo desbloqueé, me llegó un mensaje de Aaron.

Acomodé todas las almohadas detrás de mí para sentarme recostada en algo y así sentirme más cómoda.

Aaron. 4:58

¿Lista?

Y, cuando iba a responder el mensaje alguien tocó la puerta.

Sabía que era él, pues mi compañeras no volvían hasta la noche, o a veces al día siguiente.

Vaya puntualidad.

—Está abierto —¿hacía falta comentarles de que también estaba afónica?

Entonces la puerta se abrió de a poco y, cuando estuvo lo suficientemente abierta para que alguien metiera su cabeza para curiosear, la persona que asomó la cabeza antes de entrar era Aaron, con una sonrisa en su rostro.

Conocía pocas personas puntuales y en ese momento ya sabía que él también lo era.

Mantuvo la cabeza asomada dentro de la habitación con una sonrisa, recorriendo toda la habitación con sus ojos verdes, hasta que por último, su mirada cayera sobre mí, que fue cuando su sonrisa se desvaneció.

Hizo una mueca y se adentró a la habitación, cerrando la puerta detrás de él.

— Dios, que mal te ves —murmuró mirándome en vez de saludarme. Lo miré mal enarcando una ceja— ¿Qué te ha pasado, preciosa?

—Pues.. resulta que ayer me resfrié y, para peor, terminé enfermándome más. Lamento tener que cancelar nuestra salida —dije con pena, mientras dejaba el celular a un lado.

—¿Salida? —asentí—. No es una salida, es una cita —dijo volviendo a sonreír.

—Oh —mordí mi labio en un intento de reprimir la sonrisa, pero no funcionó—. Lamento tener que cancelar nuestra cita entonces —dije con algo de vergüenza.

Pasaste el límiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora