Capítulo 16. Conversaciones Familiares.

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Me alejé de mamá rompiendo el abrazo de reencuentro y me sonrió.

Desde que llegué a casa, me había dado cuenta que todo seguía igual que cuando me fui, nada estaba fuera de lugar, a excepción de que Amy me preguntó si podía volver al instituto porque ella pensaba quedarse con mi habitación. Lo cual me dio mucha gracia, pues siempre había pedido una habitación más grande, que era la que yo tenía.

Pero cuando crucé la puerta de casa, Kai fue el primero en recibirme y abalanzarse contra mí, moviendo su cola de un lado a otro con muchísima felicidad.

Yo también estaba feliz de volver a verlo.

—¿Vas a subir las maletas? —preguntó mamá interrumpiendo mis pensamientos. La miré y asentí—. Oh, bueno. Baja de nuevo en un rato para almorzar y nos cuentas sobre el nuevo instituto —dijo dándome una pequeña palmada en el hombro como si fuera mi amiga, y luego desaparecer al cruzar la puerta de la cocina.

Hice una mueca y miré la maleta a una corta distancia de mí.

En realidad, esperaba que mamá mandara a alguien para que me ayudara, pero no sucedió. O por lo menos haber obligado a Caleb, pues bajarla había sido fácil, ¿pero subir con la maleta? Y con lo que pesaba, diablos, iba a tardar una eternidad.

Levanté la manija de la maleta y la arrastré hasta la escalera, subí dos escalones y me estiré para volver a agarrar la manija y tirar de esta hasta que suba solo el primer escalón. Iba bien hasta que al esforzarme para que suba el sexto escalón (y yo estaba en el octavo), me agaché para jalar de su manija que casi caí y rodé por las escaleras, por suerte había llegado a tiempo para sostenerme de la baranda.

Eso había estado cerca. No necesitaba otra herida tan grave como aquella vez en la que me había chocado contra un árbol.

Y después de haber sentido que habían pasado mil años, llegué al primer piso ya cansada. Con lo pesada que era maleta y luego de haber subido unos quince escalones tirando de esta, podría haber sacado unos buenos bíceps.

Caminé hasta mi habitación y abrí la puerta adentrándome a esta al mismo tiempo que dejaba la maleta a un costado, para cerrar la puerta detrás de mí.

Solté un corto suspiro y me dirigí hacia la cama para dejarme caer en esta, pero cuando lo hice, muchas cosas que estaban sobre esta, saltaron hacia mí. Me senté con el ceño fruncido a observar mi alrededor.

En el extremo de la cama había una montón de ropa acumulada, una arriba de otra sin doblar. Sentí que estaba sentada arriba de algo, así que me hice a un lado y lo tomé, era un labial. A pocos centímetros de mí había un estuche de maquillaje abierto con algunas cosas fuera.

Maldije recordando haberle dicho a mamá que mantuviera la puerta cerrada porque sabía que Amy entraría.

Maldición, seguro había investigado toda la habitación. Amy siempre metiéndose en donde no debía.

—¡Amy! —grité.

Mi vista se clavó en el techo, esperando escuchar una respuesta, pero no la obtuve. Pero cuando estaba por volver a gritar su nombre, la puerta se abrió y la cabeza de mi hermana se asomó.

—¿Qué quieres? —frunció el ceño.

—¿Puedes juntar toda tu ropa de aquí? —sonó más como una orden que como una pregunta—. Y deja de usar mi maquillaje —eso sí que había sido una orden.

Amy se quedó callada y miró la ropa al extremo de la cama por unos segundos, analizando, para luego volver a mirarme.

—Luego vuelvo y lo hago —se dio media vuelta y se abandonó la habitación.

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