34. Charly el panda

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— ¡Papá me duele la panza! — grité por quinta vez desde la cama. — ¡Will tengo hambre, carajo!

Y por quinta vez, no tuve respuesta.

Tomé mi celular y marqué el número de papá.

Hola...

— ¿Dónde estás? ¡Tengo hambre, frío y ganas de golpear a alguien! — le grite.

Charly estoy en la empresa... ¿Cómo estás? Por lo de golpear a alguien asumo que estas mejor.

— No sé. Creo que sigo muriendo lenta y dolorosamente.

No exageres que hoy ya ni tenías fiebre, ¿Tomaste las pastillas que te deje sobre la mesita de noche?

— Si, y casi me muero ahogada. ¿Cuándo volverás? Estoy aburrida como un queso...

Cielo no puedo ir en este momento, pero en cuanto termine voy para ahí ¿sí? Y si estas aburrida levántate un rato de la cama, haz estado ahí todo en fin de semana. Eso sí, no tomes frío.

— Si, no lo haré. Vuelve pronto...

Si amor, adiós. Cuídate.

— Adiós — tiré el móvil sobre la cama y me escondí debajo de las sabanas.

Maldita gripe.

Desde el sábado por la tarde que estoy apestada y chorreando moco como si no hubiera un mañana. No sé como paso, pero paso.

Yo, que soy fuerte como un nokia 1100, me enferme justo un fin de semana.

El mundo me odia.

Hoy es lunes pero yo no fui al instituto. Eso es lo único bueno que rescató de todo esto, eso, y que cuando papá nos obligó a limpiar la casa el fin de semana yo me lo pase en la cama, o sea que no hice nada.

Miré la hora y según el reloj los chicos ya deberían estar en casa, pero no lo sé, porque todo está muy silencioso... Y también porque me acabo de despertar solo hace unos momentos.

El timbre sonó y yo me acomodé en mi cama.

Que abra maringa.

Volvió a sonar, una y otra, y otra vez. No me quería levantar pero el idiota no se cansaba de llamar a la puerta.

¡Maldito destructor de siestas!

Enojada, muy enojada, salí de abajo de las sabanas y me senté en mi cama.

— ¿¡Dónde mierda están mis pantuflas!? — gruñí al no encontrarlas.

Miré mis pies y las tenía puestas.

Maldita sea.

Me puse la capucha de mi pijama de panda y salí de mi habitación.

Bajé las escaleras lo más lento posible y el timbre seguía sonando.

«Ojala te mueras desgraciado»

Abrí la puerta totalmente enojada y ahí estaban casi todos los chicos del equipo de fútbol.

Estos idiotas interrumpieron MI siesta.

— ¿Qué hacen aquí y por qué no dejaban de tocar el timbre? — pregunté cabreada.

Ellos me observaron de arriba abajo y alguno que otro, sonreía.

¿Alguien ve el chiste? Porque yo no.

— ¿Y bien? — insistí dándole golpecitos al suelo con mi pie derecho.

— ¿Charly?

— No, tu madre. ¿Eres idiota, Jace?

Somos 7 rubiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora