Conseguía entrar en calor gracias a la manta, -Gracias- susurré tragándome mi orgullo, hacia los pescadores que aun me rodeaban, -No sé si ha sido un acto de valientes o de estúpidos- comentó uno de ellos, rascándose su barba descuidada, me fijé que tenía una cicatriz cortando uno de sus ojos, escuchaba a mi padre hablando por un sólar, seguramente de Rydenzy ya que él odiaba esos trastos, según él era una forma de agruparnos como ganado, en cierto modo tenía razón, los núcleos funcionan junto a otros núcleos. -¿Estás bien?- Ylwa me ofreció un poco de agua de su cantimplora, negué con la cabeza, ya había tragado suficiente del mar. -Mi barco está de camino, estaba amarrado cerca de la costa de Elfendrielle- mencionó mi padre sentándose a mi lado, mientras que yo mantenía las piernas cruzadas, él, las dejó colgando por el borde del muelle, supongo que los pescadores no temían tanto al mar. Sabía que le había resultado difícil, al ser un aviso tan rápido, seguro que perdieron la pesca del dia, eso suponía una gran fortuna, pero no iba a agradecérselo, esta vez no. Todos tenemos que hacer sacrificios.
-Hemos llegado tarde- murmure mirando al horizonte, no había atisbo de tierra firme, las nubes blancas parecían cubrir gran cantidad de océano en la distancia. -Aun no, tardarán unos minutos, quizás una hora- dijo en un intento de alentarme, pero dejé de escucharlo. -¿Cómo conseguiste la piedra?- pregunté sin ser capaz de mirarlo, mantuve mis ojos clavaos en el mar en calma, tan azul que parecía reflejar el cielo.
-Cuando eras tan solo un bebe, yo robaba objetos valiosos- suspiró, bajaba la mirada con arrepentimiento, tal vez una artimaña para que sintiera pena por él, pero me había mentido. -Le hablé a tu madre de unas piedras que habían cogido fama, ella me suplicaba que parase, por ti, mis acciones algún dia me matarían y no quería que su hija creciera sin un padre- a medida que hablaba yo intentaba acordarme de ella, pero solo recuerdo el sonido de su voz.
-Pero no hiciste caso- contesté frunciendo el ceño, me giré para poder ver en su mirada el dolor, ¿Qué había pasado? -Le prometí que dejaría de robar, pensé que con las romas que me darían por las piedras podríamos empezar de nuevo, asi que me fui.- terminó la frase en un susurro.
-La abandonaste- gruñí, sabía que gracias a eso, ella estaba muerta, estaba muerta por su culpa. -tras robar la piedra,- titubeó, le era duro contar la verdad, casi tando como a mi escucharla. -Volví a casa tras unos meses, pero ella ya no estaba, unos bandidos entraron en casa buscándome, no estuve allí para protegeros.- negaba con la cabeza, mis ojos se humedecieron, no por la pena o la nostalgia, si no por la ira.
-Te rescaté de la familia vecina que había estado cuidando de ti y nos marchamos, juré que no dejaría que te pasara nada malo- esas palabras no me amedrentaron, noté como mi Heracles blanco emergía de mis puños que mantenía apretando con fuerza -Quise vender la piedra, pero me obsesioné, leia sobre ella día y noche. Cuando supe lo que era, ya fue tarde. Tenias cuatro años cuando tocaste la piedra, está brilló con fuerza- maldito destino, -justo tuviste que ser tu quien robara la piedra... no puede ser una casualidad- contesté con voz severa, respiré mas calmada, agradecí que mi Heracles retrocediera.
-Las piedras se aferran a espíritus inocentes, ¿Qué hay más inocente que un niño?- contestó, o un bebe, pensé yo al recordar a Leyxa, tuvimos que ser nosotras, no por el destino, sino casualidad. -Me negué a ello, no quería que corrieses la misma suerte que tu madre- gruñía agitando la cabeza, no tenia derecho a decidir.
-¡En lugar de romper la piedra y ocultármelo, podías haberme enseñado!- grité levantándome, él se incorporó intentando calmarme, pero estaba harta de esto -Me mentiste, toda mi vida, he pensado que eras un buen hombre, pero no es así.- dije asqueada, clavé mi mirada en sus ojos azules, estaban tan húmedos que una lagrima cayó por su descuidada barba -Dejaste de ser mi padre en el momento en que la abandonaste.- mis palabras fueron ahogadas por el ruido de los nucleos de un barco que se acercaba por detrás de nosotros, pareció golpear contra el muelle. Era pequeño, y lleno de arañazos, la cubierta de hierro parecía desgastada, tenia dos mástiles que atravesaban el techo, dos pequeñas velas algo amarillentas. La pared cayó sobre el muelle mostrándonos unos escalones, dos hombres nos esperaban dentro de la lata poco iluminada. Me sequé las lagrimas con el ante brazo -tenemos que marchar- murmuré bajito, estaba segura de que si elevase más el tono me temblaría la voz. La coraza de metal que envolvía el barco me hizo cubrirme más con la manta, dentro de la oscura y pequeña nave hacia más frio. Apenas estaba iluminado por una burbuja de luz en el techo, la cubierta estaba llena de mallas, el olor a pescado me hizo cubrirme la boca y la nariz con la manta, había una pequeña plataforma al fondo donde estaba el navegador y un mástil. Un hombre delgado, envuelto en ropas de piel, mantenía un rumbo fijo y no pareció reparar en nosotros. El ensordecedor ruido de los nucleos que mantenían el barco a flote iba cesando a medida que abandonábamos el muelle. El mar golpeaba el costado haciendo que diésemos tumbos. Habian escotillas repartidas por los lados, la curiosidad me hizo asomarme por uno de ellos, estaban sucios y apenas se veía el mar que parecía estar en calma, no s apreciaba nada. Cualquiera diría que hay bestias marinas nadando libres por las profundidades, este pensamiento me hizo retroceder unos pasos, me acurruqué a un lado, apoyada en la pared medianamente curvada. No podía mirar a mi padre, me negaba. Toda mi vida he crecido sabiendo que mi madre murió por un asesinato, pero jamás creí que fuera por su abandono, me hizo entrenarme durante todos estos años para poder protegerme por mi misma, pero me ocultó la parte más importante de mi vida, no sabía si era por el frio que me calaba hasta los huesos, por la chocante decepción que me había dado la persona que más admiraba o porque ya no sentía a Leyxa, pero las lagrimas me invadieron. Tuve que envolverme con la delgada manta para que no me vieran aunque sabía que ellos me escucharían. Ylwa luchó contra sus impulsos de preguntarme, se quedó sentado a mi lado intentando apoyarme. Los crujidos del navío me ponían nerviosa, mi imaginación se disparaba, podría ser Driales, a pesar de que no escuchábamos sus intimidantes cantos, quizás peces o simplemente el destartalado buque.
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Hijas de los Dioses
FantasyPrimer libro de la saga Edantium. En esta historia seguiras la vida de dos chicas quienes tendrán que luchar para sobrevivir y descubrir quienes son y el por que ambas tienen una conexión que las hace tan poderosas. Una historia de amor, supervivenc...