Capitulo 1 Leyxa

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El sol me golpea en la cara al salir de mi casa, la calima es abrumadora. La ciudad de piedra rojiza, Elfendrielle. Las casas escondidas en montículos de roca roja, como altas y delgadas montañas acabadas en picos, irregulares y toscas. Nuestras casas son como cuevas. El musgo y las pocas plantas secas se adhieren a los altos edificios. Siguiendo de cerca a mi madre bajamos las irregulares escaleras, como arenilla a cada paso vamos levantando un polvo rojizo. Las altas montañas que esconden nuestros hogares se unen por puentes que comunican las montañas a metros de altura. Seguimos la calle en ruinas, mirando hacia el suelo para evitar tropezarnos con las piedras y los escombros rojizos. El sol golpea con ferocidad, este infernal calor hace que me abroche mejor la caperuza negra que me envuelve, escondo mi cara pálida bajo la capucha para evitar al sol. Mi madre, Ther, camina junto a mí llevando las riendas de nuestro garballo de pelaje amarillento, el animal alto, con las seis patas gruesas y fuertes. El animal lleva sobre su alargado lomo nuestras mochilas y bolsas de tela. Me encantan estos nobles animales de caras largas y hocicos redondeados, los ojos redondos les da un aspecto tierno. Nos acercamos al bullicio, el ruido de los aldeanos y de los mercaderes se agrupa en la gran plaza. El mercado, nos adentramos en él, envolviéndonos en su aroma a pescado, a dulces y pan. No me gusta mucho la gente y preferiría quedarme en casa, más, es peligroso. Un alto edificio resalta sobre el resto, de piedra blanca a excepción de rasgos rojizos por culpa del polvo del ambiente. El edificio de los Eidanos, la guardia del rey, que a mi parecer no hacen bien su cometido. Su justicia es relativa más yo prefiero no opinar al respecto, la mayoría de las veces ignoran los robos y los asesinatos. A penas escucho a mi madre que creo que me habla sobre lo que tengo que comprar, admiro a los mercaderes que negocian con los vendedores de los puestos improvisados que se reparten por el mercado.

-¿Leyxa me estás escuchando?- me para en seco, clavándome sus ojos verdes, en ese aspecto he salido a ella, ojos verdes. Aunque creo que mi baja estatura la saqué de mi padre, ya que ella es alta. Aunque no parece tan alta con esas ropas marrones que como telas la envuelven. -No madre perdona- me disculpo con voz tenue, ella sin embargo tiene la voz más grave y quebrada.

-Compra pescado y queso- añade con brusquedad mientras me ofrece una bolsa de tela, dentro hay dos monedas cuadradas, una con el símbolo X y la otra con el símbolo III. Las cojo tan despacio que se pone nerviosa cuando las suelta. Camino alejándome de ella, metiéndome entre la multitud ruidosamente molesta, me golpean y casi me caigo al suelo. Desteto que me ignoren como si no existiera, consigo llegar al puesto de pescado, el olor nauseabundo me golpea en la nariz. Miro las piezas con detenimiento, algunos de estos animales son extravagantes y raros. Me quedo mirando hacia un Jalileo, un pez dorado. -Un jalileo- murmureo tocando la aleta puntiaguda con mis finos y pálidos dedos. -Es el último que queda, los demás ya se los han llevado- comenta el amable pescadero.

-Pues me llevaré el último- digo con tono satisfecho, cuando el hombre va a cogerlo una mano sale de entre la multitud y lo agarra -He, lo estaba pidiendo yo- gruño lo más cabreada que puedo sonar, pero al notar mi suave tono pareció que se rió de mí, creo que tengo poca credibilidad... Alargo el brazo en un último intento para llamar su atención, le agarro del brazo, al hacerlo una luz blanca emerge del brazo y de mi mano. Una quemazón me hace apartarla de pronto

- ¡Joder cuidado! Contrólate niñata- gruño la mujer apartándose de mí, mucho más alta que yo, me fijo en su vestimenta, unos brazaletes de color bronce a juego con una pechera de bronce que esconde bajo la holgada blusa de tirantes. Su pelo rubio cae hacia atrás adornado con unas trenzas en forma de corona, me quedo mirándola con fascinación, clavando mi mirada en sus ojos tan azules como el cielo. La chica me devuelve una mirada asqueada, con gesto brusco me golpea en el hombro al marcharse haciendo que tropezase, las personas a mi alrededor se apartaron y me dejaron caer de culo. -¿Te quedas el pescado?- gruñó el hombre, dejando a un lado su falsa amabilidad. Me incorporo sacudiendo mis pantalones negros rasgados. Le doy las monedas y a cambio me da el jalileo envuelto en papel. Tras comprar un poco de queso en el puesto de al lado me dirijo corriendo a mi madre, quien se debate entre que fruta comprar. -¡Madre!- grito con entusiasmo, rebosando una larga sonrisa, ella sin atenderme escoge llevarse un kilo de limonzanas. -Madre mira- le digo enseñando mi mano izquierda emocionada, mostrando una leve quemadura en mis dedos finos.

Hijas de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora