La ciudad de los rebeldes, pensé al mirar las altas murallas de piedra dorada, tan altas que daba sombra medio bosque. Una pequeña ranura se abrió y apareció los ojos de un hombre, apenas podía verlo y tuve que ponerme de puntillas. Unos barrotes nos impedían verle. Remil fue el primero en hablar; -Soy Remil Quiweel, de Brelda- dijo con un tono serio, más parecido a respeto. No llegué a ver la cara del hombre pero un crujido sacudió la gran muralla, la puerta empezó a moverse arrastrándose pesadamente por poleas desde dentro, apenas se abrió lo suficiente para entrar de uno en uno, entramos tras Remil. El rio terminaba a nuestros pies, un gran rio que atraviesa la ciudad dando pequeños riachuelos. Los grandes edificios gruesos formados espirales se elevaban haciéndonos parecer pequeñas, el sol reflejaba en los esplendidos edificios y casas doradas, los grandes edificios mostraban lo extensa que era la ciudad. El rio parecía estar pintado en la calle de lo calmado que estaba, era precioso, los edificios casi parecían descansar a los pies del rio, las góndolas y barcas se deslizaban por la superficie, los mercaderes y pescadores descargan sus preciadas mercancías, el jaleo de los aldeanos envuelve la ciudad. -No tiene permiso para instalar a personas Remil- gruñó el hombre que nos esperaba junto a la puerta, parecían conocerse pero Remil guardaba la compostura con firmeza. Con un estruendoso sonido la puerta volvió a cerrarse a cal y canto, Keri y yo nos adelantamos unos pasos quedándonos al borde del rio que terminaba poco antes de llegar a la muralla. El sol de la tarde reflejaba tonos anaranjados y amarillos que hacían resplandecer aun más la ciudad, me fijé en los atuendos refinados de los aldeanos, el hombre que hablaba con Remil llevaba un traje corto, la tela parecía áspera y llevaba de decoración surcos dorados que parecían bailar en la ropa azul ajustada. Los aldeanos llevaban colores coloridos, la mayoría de mujeres lucían vestidos tan diferentes como únicos y coloridos.
–Son visitantes.- respondió Remil seriamente, y me pregunté si tendríamos nosotras que contestar con esa educación, de ser así, nos echarían de la ciudad gracias a Keri.
-Enseñadme vuestros identificadores- El hombre parecía algo mayor, rondaría los cincuenta o sesenta pero el pelo canoso le hacia parecer más atractivo. Acompasadas le enseñamos nuestros brazos derechos, mostrando la palma de la mano hacia arriba. Colocó un aparato desgastado que daba un ligero pitido al pasarlo por nuestras muñecas, se paró cuando la maquina dio un leve pitido en mi identificador, el hombre arrugó la frente y no apartaba sus ojos marrones de los míos. -¿Qué le pasa a tu identificador?- cuestionó haciéndose parecer más alto a medida que se acercaba a mí, me miré el pequeño granito de arroz blanco que tenia bajo la piel de la muñeca y luego devolví mi mirada al hombre -Es blanco.- su voz grave me hacía temblar y me pregunté si debería decírselo o si estábamos de incognito.
-Acaba de descubrir su Heracles, aun no le ha dado tiempo a cambiarlo- intervino Keri, suspiré aliviada al escuchar el dulce sonido de su voz melodiosa, se colocó enfrente de mi como protegiéndome, a pesar de que el pobre hombre solo hacia su deber. -Espero que sea cierto, llevad puesto estas pulseras en la muñeca derecha- nos colocó las pulseras amarillas, como telitas colocadas de forma bonita alrededor de la muñeca. Supongo que así nos encontrará cualquiera, no es una buena forma de empezar.
-Es para localizaros en la ciudad, si no respetáis las leyes os vais, estas pulseras se os quitaran tras tres meses.- Keri se nos había adelantado y tuve que excusarme ante el hombre, Dara, Ivy, Remil y yo caminamos rápido para llegar a la altura de Keri que parecía ensimismada en las maravillas de la gran ciudad. Las calles eran grisáceas aunque más bien de piedra blanca desgastada, unas aves con largos cuellos parecían flotar en el rio, las plumas de sus colas parecían largos hilos que colgaban de los plateados animales. El ruido de los mercaderes y de los aldeanos nos envolvía gratamente, estaba todo limpio y refinado, difería tanto de Elfendrielle, podría acostumbrarme a esto. El olor a pescado nos vino desde una barca amarrada a un lado del rio, los mercaderes vestidos de guardapolvos marrones estaban mojados y desgastados, al ver sus armaduras y espadas que contrastaban con sus vestimentas, me pregunté cuanto habrían tardado o que peligros les aguardará la próxima vez. Siempre quise ser mercader, ir por el mundo recaudando objetos o cazando. Una vida de aventuras. La humedad del rio nos acompañaba mientras caminábamos junto a él, -Es tan diferente a Elfendrielle...
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Hijas de los Dioses
FantasyPrimer libro de la saga Edantium. En esta historia seguiras la vida de dos chicas quienes tendrán que luchar para sobrevivir y descubrir quienes son y el por que ambas tienen una conexión que las hace tan poderosas. Una historia de amor, supervivenc...