Capitulo 22 Kerisal

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Dos pequeñas criaturas emergieron de las piedras, eran como una especie de lagartijas, una era negra y la otra blanca, Leyxa intentaba adivinar que clase de animal eran, una de las cosas que más nos impactó, fue el echo de que tuvieran apenas cuatro patas, las delanteras acababan en pequeñas garras del tamaño de agujas, estiraron unas raquíticas alas cartilaginosas muy parecidas a las alas de los mamíferos. -parecen lagartos- comentaba ella mientras yo cogía al lagarto negro que tenia os ojos grandes y negros. Era tan pequeño que se recostó en los cuatro dedos de mi mano, la piel era suave, tenia escamas muy pequeñas que parecían brillar, al contrario que el de color más blanco que tenia la piel un poco más rugosa -fíjate en los cuernitos que les sobresalen de la cabeza y la mandíbula- señaló Leyxa hacia el pequeño animal negro que sujetaba entre mis manos, notaba como me pellizcaban sus garras al caminar por mi piel.

-¿este es el gran poder?- dije yo, dejando al bicho junto al otro que era parcialmente más grande que el negro. -Parecen dragones en miniatura- parecía que Leyxa hablaba para sí misma, ¿dragones? Quizás sea eso, mi mirada se iluminó y en mi cabeza empecé a vislumbrar infinitas posibilidades.

-Sí, quizás sean dragones, Leyxa- indiqué -crías de dragón, imagínatelo.

-poder criar a dragones, eso sería un gran poder...- murmuró poco convencida -Pero Keri, no hay dragones aquí- era increíble, estaba viéndolo, ella que había leído sobre ellos. Jamás se habían documentado a las crías de los dragones, solo existen estas magnificas bestias en las islas libres, más allá de Edantium. Tan solo pensar que ni los dragones se atrevían a volar por encima del océano, por miedo a las bestias marinas nos hacia ligera idea de cómo de feroces podrían llegar a ser.

-No lo sé, parece brujería.

-¿brujería, Kerisal? No puedes estar hablando en serio- añadió la persona que acababa de ver con sus propios ojos, como dos piedras levitaban y eclosionaban, mi piedra blanca, que estuvo partida en dos durante dieciocho años. -Si tienes razón, y son dragones...

-Si, Leyxa, tenemos que ocultarlos- contesté interrumpiéndola. Las criaturas comenzaban a chasquear las pequeñas mandíbulas, enseñando una fila de pequeños dientecillos tan afilados, como los colmillos de los felinos pequeños. Hacían sonidos muy propios de los reptiles, haciendo gárgaras con las alargadas gargantas. Agarré al blanco y lo balanceé repetidas veces viendo como extendía las alas por la sensación de caerse.

-No pueden volar, fíjate en las alas- decía Leyxa, empezando a examinarlos como si fuera a estudiarlos. -Son demasiado pequeñas, tendrá que crecerles un poco antes de intentarlo.- continuaba diciendo mientras cogía algo del interior de su armario, sacó un joyero mediano de madera con surcos parecidos a los que llevan en los vestidos de la gente de Soluril. Sacó las pocas joyas que había, cuando fui a coger al reptil blanco para introducirlo dentro me mordió la punta del dedo, sentí un leve pellizco y lo solté sobre la cama. -Me ha mordido- me quejé frotándome la pequeña herida, estos empezaron a pelearse entre sí, lanzando bocanadas al aire, el de color más claro parecía doblegar al más pequeño.

-Puede que tengan hambre- dije, Leyxa se levantó rauda y bajó a por algo de carne. Sostuve a unos de ellos, que comenzaba a corretear ágilmente por mis manos, el otro negro de pronto había desaparecido, sentí un pinchazo en la herida de mi hombro al bajarme de la cama, eché un vistazo bajo esta, al fondo vi los ojos brillantes de la criaturita. Conseguí atraparlo entre mis dedos y cuando volví a dejarlo sobre las sabanas el otro estaba mordisqueando la seda de los cojines. -Maldita sea- gruñí dejándolos a los dos dentro del joyero, la tapa pesaba demasiado como para que pudiesen levantarla. Odiaba a los críos, ¿Cómo íbamos a mantenerlos escondidos?  Me pregunté cómo serian de forma adulta, se sabía que podían llegar a medir hasta doce metros, al menos en lo poco que se sabía de ellos, quizás haya dragones más grandes. Por un momento eché de menos a mi padre, me hubiera gustado enseñarle lo que teníamos entre manos. Quizás en otro tiempo, así lo haga. La puerta se abrió despacio, Leyxa entró sosteniendo medio trozo de carne frio, supuse que era de las sobras de la cena. -Se hace tarde, tenemos que dormir- dijo mientras mantenía sujeta la carne sobre el joyero abierto, los pequeños lagartos dieron mordiscos repetidas veces, -Si, supongo que mañana celebrarán un canto por Ylwa- contesté recostándome en el cabecero de la cama, el canto a los caídos era una ceremonia de funeral, para celebrar que su espíritu se convierta en un regalo. No me consideraba muy creyente de los dioses, pero si me parecía una historia enternecedora, digna de un guerrero caído. -¿Qué vamos a hacer?- me preguntó al escuchar los ruidos que hacían los pequeños rascando la caja y gimiendo como lagartos. Con tal escandalera no sería de extrañar que los encontraran pronto.

Hijas de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora