Capitulo 2 Kerisal

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Guio a Leyxa hacia las afueras de la ciudad, el desierto rocoso parece color tierra por la oscuridad, apenas iluminada por farolas de madera con burbujas de luz que parecen flotar en los cristales de las farolas. Unas cuevas a ras del suelo se agrupan, cada una independiente. Me acerco a una de ellas, una alta cueva con una puerta ovalada de madera torcida, tras entrar yo, ella entra más cautelosa, mira confusa, creo que nunca ha estado en este tipo de casas curvadas.- ¿Esta es tu casa?- pregunta confusa, creo que es por la falta de muebles, es una extensa habitación con el techo curvado, muy iluminada por las ventanas redondas repartidas por toda la gran habitación. Ella se fija en los tres marcos repartidos por las paredes cóncavas, mira hacia el marco junto a la puerta donde está la escueta cocina. Una pequeña nevera con la puerta de madera, se fija en los otros marcos que dan a dos habitaciones  que son prácticamente idénticas. Con grandes camas apoyadas en el suelo de piedra pulida que hace que no se desmenuce al pisar. Vuelve su mirada a la gran sala, hay gran cantidad de espacio, una gran mesa blanca a ras del suelo con varios cojines  de colores a su alrededor, se fija en las paredes donde tengo colgadas mis armas, espadas, cuchillos navajas... que creo recordar que la mayoría son de Dara. Leyxa recorre despacio la casa, mirando exhaustivamente cada detalle. En frente de la mesa, entre dos ventanas donde se puede ver la ciudad a lo lejos. Está mi pequeña colección de medallas, expuestas con orgullo. No entiendo por qué me molesta tan poco que las esté toqueteando. Me acerco por su espalda para ver si intuye que detesto que toquen mis cosas, miro las medallas por encima de su hombro, una con forma de gota, otra con forma de balanza, siete en total. No está nada mal. -¿Qué son?- pregunta con su habitual suavidad en la voz, curioseando con la mirada.

-Son medallas, insignias- Alargo el brazo y cojo mi favorita, una medalla con la cara de un ragsha. Un animal feroz, seis patas acabadas en largas zarpas,  un felino con dientes afilados, casi cuatro metros de animal y tan alto que mide casi dos metros desde la pata hasta el lomo. Sus ojos negros, sus dientes afilados y grandes como su mal genio. –Los recibes cuando terminas un entrenamiento con un maestro Heracles.- añado volviendo a colocar la medalla en su sitio.

-Debes de ser muy buena- comenta, creo que en el fondo me caerá bien esta chica. Sabe apreciarme. -¿De quién era?- continúa preguntando, no puedo evitar soltar una pequeña sonrisa que escondo inmediatamente.

-Del primero que me enseñó, mi padre.- respondo elevando la cabeza con orgullo.

-¿Dónde está tu padre ahora?- me pregunta sentándose en uno de los cojines de colores frente a la mesa blanca, cruza las piernas despacio, como si fuera a romper un cojín...

-Hace como dos años que no le veo, mi padre es comerciante y viaja mucho, yo preferí estar atada a algo y me quedé aquí. De vez en cuando recibo alguna carta.- contesto sin darle mucho interés, me acerco a la mesa y me siento junto a ella, odio su mirada que muestra compasión. Aparto los ojos de ella centrándome en la ventana, mirando los picudos edificios en la lejanía.

-Podrías aprender tú también, una de las primeras lecciones es no dejar que te inmovilicen como lo hizo el tipo- apunté devolviendo la mirada hacia ella, Leyxa frunce el ceño, confusa.

-¿Aprender? Soy humana- responde exaltándose, abre los ojos de par en par, justo ahí, divisé en sus ojos. Un tenue cambio de color en sus ojos, como un humo negro invade sus ojos verdes extendiéndose, mostrando unos ojos negros con franjas blancas. Esto apenas dura lo mismo que un pestañeo y en seguida vuelve a notarse sus ojos verdosos. 

-¿Humana?- pregunto con una sonrisa incrédula, me levanto camino hacia mi habitación, el marco que está junto a la cocina. Voy hacia la modesta cómoda de madera negra que hay junto a la cama y saco del primer cajón un espejo de mano, vuelvo al salón y se lo ofrezco volviéndome a sentar junto a ella. Leyxa me mira aun confusa y levanto el espejo poniéndoselo en frente de la cara.

Hijas de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora