Libre - Tercera temporada

8. Fugitivos

—Debo lucir fatal —comente mientras cambiaba mi ropa por una limpia.

—No dormiste nada —Steve amarraba sus agujetas.

—Tu tampoco lo hiciste —tome asiento a su lado para imitar su acción con mis botas.

—¿Cómo está tu mano? —él tomo mi mano entre la suya examinándola con cuidado.

—Mejor —asegure comenzando a sujetar mi cabello en una coleta alta—. No puedo creer que Romanoff piense que yo pude... ¡Ah! —solté un pequeño grito de frustración.

—Sólo esta enojada y quiere respuestas. Sólo ponte en su lugar

—Como sea —respete importancia—. Vamos que el jefe espera.

Me sentía cansada, sumamente cansada, no había dormido nada, los de Strikes nos trajeron a Steve y a mí al cuartel directamente a SHIELD. En el camino nadie menciono palabra alguna, por aquel silencio que era incomodo, pero que supe aprovechar recargando mi cabeza en Rogers para poder descansar, aunque fueran unos minutos.

Al llegar a las instalaciones Steve y yo decidimos que nos vendría bien tomar una ducha antes de ir a ver a el jefe. A Rumlow no pareció agradarle del todo la idea, pero cuando informo la situación y le dieron la autorización no le quedo más que obedecer y esperar a que Rogers y yo estuviéramos listos.

Mientras Steve vestía su traje y escudo, yo solo vestía un pantalón y playera en color negro, el color jamás pasa de moda. Las puertas del elevador se abrieron en el piso correspondiente, ambos salimos del cubo de metal dirigiéndonos a la oficina indicada, cuando de ella salió nuestra "vecina" enfermera - espía de SHIELD

—Capitán —saludo ella.

—Vecina —respondió Steve de forma seria.

Observe a la rubia sin quitarle la mirada, Steve tomo mi mano, pero no como señal de regaño si no como estamos juntos.

—Capitán —aquel hombre de edad estrecho la mano de Steve—. Agente —imite su acción—; soy Alexander Price —se presentó con nosotros.

—Señor —hablo Steve—. Un honor.

—El honor es mío capitán —aseguro nuestro jefe para regalarme una pequeña sonrisa—. Mi padre sirvió en división 101. Pasen —Steve me tomo de la espalda permitiéndome ingresar a mi primero, era una amplia y muy sofisticada oficina.

Amablemente nos ofreció tomar asiento, ambos lo hicimos y mientras Steve y yo nos sentábamos en el sillón, él de uno de los cajones saco un sobre amarillo el cual coloco en su escritorio, lo abrió dejando ver unas fotografías, avanzo hasta nosotros, entregándoselas a Steve.

Ahí se podía ver a Nick con unos años menos encima de él y sus dos ojos bien, ni ese parche tan suyo que lo caracteriza como a un pirata.

—Esa la tomaron 5 años después de que conocí a Nick en el departamento de estado de Bogotá —comenzó a relatar—. Los rebeldes de la ELN atacaron la embajada y los guardias me sacaron, pero los rebeldes tomaron rehenes. Nick era director de la estación de allá y vino a mí con un plan, quería invadir el edificio por un drenaje y le dije: No, hay que negociar. El ELN no quiso negociar y se dio la orden de matar, entraron por el sótano y encontraron que estaba vacío —coloco unos papeles en la mesita—. Nick había ignorado mi orden directa y realizado sin autoridad una operación militar en tierra extranjera y salvo la vida de una docena de oficiales, políticos incluyendo a mi hija —termino de explicar Price.

—Y le ofreció un mejor puesto —concluyo Steve.

—Esa decisión nunca la lamente —aseguró Price—. ¿Capitán que hacía Nick en tu departamento anoche? —soltó sin más. Steve y yo nos dimos una mirada. Reí amargamente ante su falta de tacto.