{Capítulo 22}:

38 6 4
                                    

                                                
~Narra Jimin...~

Ya era de noche. Era increíble lo rápido que pasaba el tiempo... Estaba vagando, perdido entre las oscuras calles, inalando aquel frío aire que te calaba hasta los huesos. Me era costumbre pasear a éstas horas, eso me hacía recapacitar y analizar las cosas metódicamente.

Después de salir del instituto y discutir con Naomi, lo único que quería era largarme de allí. Estaba cansado de discutir todo el tiempo con ella. Tal vez lo mejor que pudo haber ocurrido para ambos era eso, cortar por lo sano, no me sentía bien con esa relación.

Quería perderme, sí, tal vez lo mejor sería eso.
Irme de aquí sería lo mejor. 

Llegué a casa y todos estaban dormidos o eso parecía, ya que no veía a nadie. Entré a mi cuarto y me tumbé en la cama. Eran las once de la noche y la verdad no tenía sueño un jueves.

Entonces me acordé de ella, de la chica que no dejó de ocupar mis pensamientos desde hace unos días, de la chica que más tengo que odiar en este mundo, de Ji Ae Sung...

Fui hacia mi armario y cogí la cazadora. Esa cazadora que se le había olvidado cuando vino aquí con sus padres. Olí la dulce fragancia que desprendía y visualicé su rostro.

Cuánto quisiera que las cosas ocurrieran de otro modo...

Dejé la cazadora otra vez guardada en el armario y me acosté. Miré mi móvil y vi unos cuantos mensajes; eran de Naomi, seguramente para reprocharme la clase de cerdo que soy y decirme de todo...
Pero no me importa.

También había unas cuantas llamadas perdidas de ella y otras de mis amigos. No tenía ganas de hablar con nadie así que lo apagué. 

Cogí mi i-Pod y me puse a escuchar música hasta quedarme dormido.

***

~Narra Ji...~

Como de costumbre, me desperté temprano para arreglarme e ir al instituto.
Hice mi rutina matutina de todos los días, cogí mi mochila y bajé a la planta de abajo.

—Hola, mamá—me acerqué a ella y le di dos besos.

Me dolió verla así... Se ve que no durmió y me preocupó su aspecto.

—Hola, hija...—me acercó el desayuno.

—Gracias, pero no hacía falta. Me lo podría preparar yo. 

—Sabes que me es costumbre preparártelo. Siempre lo hice—sonrió levemente.

—No has dormido, ¿verdad?

—No, no he dormido mucho...

—¿Papá no ha llegado?—Ella se tensó al escuchar mi pregunta.

—Sí, llegó como a las cuatro de la mañana o así.

—¡¿Otra vez?! 

—Sí

—Mamá, ¿es por eso por lo que discutisteis ayer? 

—Algo así.

No quise profundizar más en el tema ya que no la veía con ganas de hablar de eso, y tampoco quería verla peor de lo que ya aparentaba estar. 

Entre el amor y el odio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora