Drop in the ocean - OMI
Sara
Ay.
Es lo único que puedo decir.
Ay.
Me duele un montón la cabeza. Me duele cada uno de mis huesos y cada uno de mis músculos. De hecho, creo que me duele hasta vivir. Hasta respirar. Ya sé que es lo que pensamos todos siempre pero... no volveré a beber.
Cojo el móvil de la mesilla y compruebo quién me ha hablado. Mi madre, para saber qué tal me va; Abril, para saber dónde me he metido; otra vez Abril, para decirme que ya le ha dicho Andrea que me he ido para casa; después un mensaje de Leila hablándome de que ha discutido con Dan pero que no es nada serio, que con una buena hamburguesa lo perdonará.
Pues, como suponía, el mundo apenas ha cambiado desde la última vez que fui consciente de que el mundo seguía su curso. Eso es bueno, supongo.
Me incorporo despacio para no marearme. Bebo todo el vaso de agua que tengo en la mesilla: es lo bueno de ser previsora, que siempre me traigo algo de beber antes de dormir.
Una vez me pongo en pie me siento mejor de lo que esperaba. Sigo sintiendo como si los rayos estuvieran estallando dentro de mí, pero por mal que suene... no es tan horrible.
Siento una pequeña lengua lamiéndome los dedos de los pies. Lo cierto es que estos últimos días no le he prestado ninguna atención a Kiwi. Lo cojo con mis manos y empieza a lamerme la cara. No sé si es orgullo de madre, pero está precioso. Lo vuelvo a bajar y empieza a saltar por toda la habitación: se sube a la cama, salta a la silla, se baja de la silla para meterse en el armario, sale del armario y sube de nuevo a la cama... Parece que hay alguien que quiere salir de casa.
Subo la persiana y el sol inunda la habitación. Lo cierto es que hace un día cojonudo. Ayer debería haberme quedado en casa y hoy estaría en perfectas condiciones para hacer una vida humanamente normal.
Decido que me voy a castigar a mí misma y voy a pasar el día de hoy gastando mi energía como si ayer no hubiese salido. Como decía mi abuela, el cuerpo las hace y el cuerpo las paga. Jódete, Sara.
Me pongo unas mallas negras, una camiseta blanca de manga corta, unos deportivos y me dispongo a salir. Kiwi sale corriendo tan pronto como salimos por la puerta.
- ¡Kiwi! – le grito cuando veo que se aleja.
Kiwi se da la vuelta y vuelve corriendo hasta donde estoy yo. Le engancho la correa: prefiero que vaya atado en esta zona que los coches pasan a toda velocidad. Después iremos a un parque y allí lo puedo soltar.
Mientras estamos en el parque el perro es de lo más feliz. La verdad es que cuando ves estas cosas te das cuenta de lo felices que son los animales en libertad. Se dedica a jugar y a brincar con otros perros y se mueve tanto que vamos a beber a una pequeña fuente.
Camino cada vez más rápido y me sienta bien. Estoy muy – muy – cansada, pero aún así me sienta bien el sol y el paseo. Me freno delante de un edificio que me llama la atención. La última vez que pasé por aquí delante había un pequeño centro comercial en el que había cinco o seis tiendas, pero ahora es un gimnasio.
Un gimnasio. No es mala idea, supongo. Quizás necesito poner este cuerpo en orden para poner mi mente en orden. O por lo menos así podré pensar en otra cosa durante unas horas a la semana.
Venga, decidido. Entro y el aire fresco de los ventiladores se agradece bastante. Cojo a Kiwi en brazos pues no estoy segura de si permitían animales y me dirijo al fondo, donde está el mostrador vacío.
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Ropa por romper: TORMENTA
RomanceCuando Sara recuerda todo lo ocurrido en los últimos seis meses decide cortar por lo sano y volver al sitio que más feliz - o menos triste - le ha hecho sentir nunca: Italia. Reencontrarse con sus amigos le devuelve un poco de la magia de la vida qu...