23. Lectura de corazón

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  Ludovico Einaudi - divenire  

Sara

- No hacía falta que nos marchásemos – le reprocho a Abril a pesar de que sé que no aguantaría allí durante una hora completa.

- Calla, tía, calla.

Me mira de mal humor. Esta es una de las cosas de Abril que no cambiarán en la vida. Cuando se enfada no quiere hablar del tema hasta que ha pensado bien todo lo que quiere decir para no decir nada fuera de lugar o que realmente no piensa: y por eso mismo era la que nos salvaba de muchos líos a Andrea y a mí.

Llegamos a casa en un silencio solo perturbado por los coches, los semáforos, las conversaciones ajenas y los pájaros que vuelan de árbol a árbol por el barrio. Abro la puerta y me encuentro a mi madre en la mesa del salón con el portátil y las gafas de cerca totalmente concentrada.

- Mamá, vamos a la habitación a ver alguna serie o algo, ¿vale?

- Vale, vale – dice sin levantar la vista de la pantalla -. ¿Pero tú no ibas al gimnasio?

- Íbamos – le responde Abril sonriendo – pero me ha bajado la regla esta mañana y no he aguantado ni el primer cuarto de hora, así que se me ha ocurrido que podríamos hacer otra cosa.

- Muy buena idea – dice mi madre dando por concluida la conversación.

Abril sube las escaleras de dos en dos hasta que llega a mi habitación y cierra la puerta con bastante sutileza. Enciende la televisión, le sube el volumen y se sienta a mi lado con el gesto torcido.

- No me voy a enfadar contigo y si digo algo que no te sienta bien quiero que me pares y me lo digas, ¿vale?

- Comprendido.

- Eres gilipollas.

Vaya, menuda obertura para esta pieza. No puedo evitar romper una carcajada tan amarga que cuando me doy cuenta vuelvo a estar llorando como una estúpida que no sabe con exactitud por qué llora.

- Me jode decirlo, pero tienes razón – ratifico.

- Te lo digo en serio, Sara. ¿Tú te ves? Estaría por asegurar que pesas diez quilos menos que cuando te fuiste, no duermes, lloras sin motivo y hasta sin darte cuenta, ¡por el amor de dios! No eres capaz de estar compartiendo metros cuadrados con él.

- ¿Y yo qué quieres que le haga? Si pudiese evitarlo, entenderlo o superarlo lo haría.

- En serio – me dice suspirando - ¿qué os pasó de esta vez?

- No lo sé. Me di cuenta de que no... no soy capaz de... no soy capaz de estar con él. Y no es porque no lo quiera. Joder, que asco me está dando tener que admitir todo esto. Me gusta estar con él. Me gusta cómo me hace sentir. Cuando empezamos a estar juntos todo era pura vida, pura adrenalina, era un tira y afloja que por mucho que me hiciese sufrir, al fin y al cabo, me gustaba. Pero el busca más, y yo también, pero él es capaz de actuar en ese nivel y yo... Vaya, que yo no. Y eso, en resumen, fue lo que le dije el otro día y por lo que ahora estamos así.

- Hagamos una cosa – dice sonriendo con cariño -. Quiero que hables abiertamente conmigo. ¿Quién fue tu primer amor?

- Rodrigo, un niño que conocí en la guardería – Abril pone los ojos en blanco mientras esboza una sonrisa -. Era rubio y tenía los ojos verdes; aunque se comía los mocos, creo que por eso lo dejé.

- Muy bien. ¿El siguiente?

- Andrea.

- ¿Para ti Andrea fue...?

Ropa por romper: TORMENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora