29. Fotos familiares

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- No quiero que te vayas – le ruego a Leila mientras compra por internet el billete de avión para volverse a Florida.

- Pues vente conmigo.

Lo cierto es que hace un día muy agradable. Hace calor, corre el aire, huele a pastel y Kiwi ha aprendido que tiene que mear fuera de casa. La vida me sonreiría en su totalidad si no fuera porque a Leila le ha entrado la prisa por irse.

- No tengo prisa por irme, tía. Ya no sé ni cuánto tiempo llevo aquí, mis padres ya me están llamando la atención. Además has tenido suerte, no hay ningún avión que me cuadre bien hasta dentro de tres días. ¡Son tres días!

- No te vayas – le insisto -. ¿Y si te quedas a vivir conmigo? Podemos ser novias. Los hombres no están de nuestro lado, está claro.

- ¿Y si te vienes conmigo?

Me vuelvo a acomodar en la silla de la cocina dejando la mirada perdida en el horno. Volver con ella. Mentiría si dijese que no lo he pensado por lo menos quince veces. Sin embargo... no necesito engañarme a mí misma. En el fondo creo que aún creo que puede llegar Luca de nuevo a la puerta de casa a decirme que me quiere. Que lo intentemos. Que no le importa habérmelo dicho un trillón de veces por activa y por pasiva. Que lo volvería a hacer una y otra vez. Porque esta vez no dejaría que se marchase.

- ¿Qué me dices? – insiste.

- No lo he pensado todavía.

- ¡Venga ya! No falta mucho para empezar un nuevo curso, ¿no crees? Quizás allá... - me responde evitando acabar la frase.

- No lo sé. Aquí están Andrea y Abril y...

- ...y Luca.

- Y Luca – respondo suspirando.

- Duele mucho querer a alguien tanto, ¿verdad?

Y por primera vez desde que pisó esta casa, Leila lloró de verdad. Ambas lloramos juntas.

La tarde pasó entre pedazos de tarta, lágrimas y risas. Perdimos la cuenta de los altos y bajos que sentimos, de lo que hablamos y de todo lo que confesamos. Con el corazón abierto, descosido, rasgado, roto y desangrado. Y en el fondo, cuando las horas acabaron por apagar la conversación, me sentía bien.

Cuando nos damos cuenta son las seis menos veinticinco y Clara está timbrando. El hermano mayor de Marcos presenta hoy una colección de fotografía antigua basada en la ciudad y nos pidieron a todos que fuéramos para, según Clara, bajar la media de edad.

Podría asegurar que aún tengo la nariz roja y los ojos hinchados de llorar, pero no me importa: me arreglo el pelo, cojo una chaqueta y salimos por la puerta un poquito menos tristes que antes.

Cuando llegamos a la sala de exposiciones no me puedo sentir más maravillada. Se trata de un antiguo teatro de butacas verde botella y borlas doradas. Cuando entro un olor fresco inunda mi nariz e intento no volver a emocionarme. ¿Qué mierda me pasa hoy?

Cuando veo a Abril la abrazo con fuerza. Lo mismo hago con Andrea y también con Marcos. Evito hacerlo con su hermano al que me acaba de presentar y, por suerte, no tengo que plantearme qué hacer con Luca porque no ha venido todavía.

Lo cierto es que ha venido bastante gente que parece entender sobre fotografía, pues no dejan de ir a junto Raúl a darle la enhorabuena: yo también lo hago, pero no puedo evitar darme cuenta de lo poco que entiendo sobre este tema.

Se trata de un total de diez fotos de principios del siglo veinte totalmente restauradas y otras cuarenta sacadas a lo largo de los setenta, ochenta y noventa por su abuelo. Las fotografías son totalmente alentadoras, como si fuesen un viaje por el tiempo.

Ropa por romper: TORMENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora