Capítulo XVI

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No hacía falta preguntarle a Rafael si tenía un mal dia puesto su semblante y sus gruñidos lo hacían evidente. Las miradas lo observaban con incredulidad, nadie se explicaba como el aún recién casado se encontraba tan desaliñado, gruñón y con ojeras marcadas.

—Mala noche, ¿Eh? — le preguntó sentándose en el escritorio de madera un amigo y trabajador.

—¡Bajate de mi escritorio! — exigió escondiendo sus dedos en su cabellera — ¡Me esta volviendo loco! — aseguró.

—Tranquilo — se bajó del escritorio y tocó el hombro de su jefe y amigo — ¿De qué hablas Rafael? — cuestionó ceñudo.

—Ella esta con otro, estoy seguro; mirame ¿Que mujer no me quiere a su lado?, soy…¡Soy hermoso! — aseguró angustiado — mirame Demián, lo soy ¿no? — preguntó casi en suplica.

El joven trigueño de pestañas risas tomó entre sus grandes manos el rostro de Rafael —Eres hermoso Rafael — aseguró sonriente.

Rafael se sonrojó y asintió —Gracias — fue todo lo que pudo decir.

Demián no espero nada más y fundó sus labios con los de su amigo, quien fue sorprendido y no pudo más que quedarse quieto esperando que Demián acabase.

—No lo vuelvas a hacer.

Y se fue de su oficina dejando con un mar de dudas a quien había sido su amigo por un largo tiempo y ahora el pobre Demián no tenía ni la más mínima idea de que iba a hacer.

¿Huir?, negó de inmediato. ¿Fingir?, hizo una mueca. Claro que no. ¿Dejar que el tiempo pasara para volver a comentarlo, quizás hacerlo?, dudo un poco pero lo consideró.


                                VIII

—Deberias de embarazarte — comentó su madre.

Soltó la aguja dejándola encima de la manta que estaba bordando para ver de forma negativa a su madre y junto a la mirada un gesto de asco — Ni loca me embarazaria de Rafael, ni en mil años — respondió decidida — mejor dicho nunca — concluyó.

—Sabes que no está bien visto que una mujer se separe de su marido y mucho menos que esté sola, y con un hijo amarraras a Rafael para siempre — afirmó mientras seguía bordando — allí te has equivocado — señaló el bordado.

—¡No lo haré! — gritó arrojando en la mesa la lana, aguja y mantel.

—¿No arreglarás el bordado?, deberías hacerlo para que se vea proporcionado — sugirió.

—Hablo de ese bordado y de Rafael, ¡no haré nada!— soltó poniéndose de pie.

La vio ceñuda y también se puso de pie para enfrentar a la necia de su hija unigénita — ¡Deberías!, piensa en el futuro. ¡No seas necia! — gruñó.

—No voy a hacer lo mismo que tú hiciste con mi padre — se marchó a paso apresurado.

—¡Selena! — llamó — ¡Selena ven aquí! — exigió con voz demandante y gruesa.

Las palabras que Selena le había dicho; le habían penetrado en el alma. Cada una de esas palabras dichas por su hija arrastraban la verdad de su vida.

La joven esposa de Montenegro camino hacía la entrada de la casa y se sentó en el escalón de la entrada de su mansión.

—¿Por qué se lo dije? — se lamentó y relamió su labio inferior— soy una torpe — se mordió el labio inferior con angustia.

—Yo diría que es muy inteligente — escuchó desde la distancia — un poco testaruda pero inteligente — dejó a un lado la jarra llena de agua que traía consigo para dedicarle una suave sonrisa.

Selena observó hacia sus costados para asegurarse que nadie las viera, se puso de pie sacudiendo su vestido y dispuesta a borrar la distancia que ellas tenían, pero cuando ella se disponía en caminar; unos sonidos de pisadas sobre el cascajo del camino de la entrada hizo girarse.

—¡Cariño! — la llamó — Cariño — corrió como un pequeño niño y abrazó a su esposa como si fuese el último día que la miraría.

—Rafael — no se movió ni un poco y dirigió su mirada hacía Julianne quien tragó en seco y tomó la garra para poderse ir; suspiró cansada y gimió de impotencia — ¿Que quieres? — preguntó y se apartó de su lado.

—No me desprecies — pidió herido — no me hagas esto — se aferró a ella de nuevo.

—Te lo he dicho, has perdido lo poco o nada que habías conseguido — soltó serena.

—Selena….— la llamó con sus ojos aguados.

Selena se separó de su lado, sus ojos café se habían encendido de enojo puro y su cuerpo completamente tenso — Con permiso Rafael — intentó caminar pero su esposo lo impidió.

—¡Me harté! — gritó y una vena saltaba en su frente — ¡eres mi mujer! — dijo firme.

—No soy un robot — escupió — no soy un objeto que puedes ponerlo donde se te antoja — masculló señalándolo molesta.

—Selena, escúchame — suplicó.

—¡No quiero! — salió corriendo hacia la parte trasera de la casa.

«Incluso en mi propia casa me siento enjaulada, estoy harta.¡Harta!» se quejó internamente y golpeó un tronco de leña que reposaba encima de otros.

Se sentó encima de los troncos sin importar que se llenará de polvillo, mientras escondía su rostro en sus manos y quejidos de frustración salieran de su boca mientras mascullaba alguna que otra frase incomprendida.

Escuchó una risa que hizo que deshiciera su posición actual —Recuerdo que solías hacer eso cuando tenías ocho, ¿Que te tiene tan frustrada? — preguntó su padre con voz dulce y paternal.

Lo abrazó dejando escapar un suspiro de alivio, eso es lo que ella necesitaba. Apoyo — Padre, no sé si deba decirlo — lo vio fijamente dubitativa.

Acarició sus mejillas con el dorso de sus manos, ¿Como ella podía pensar tan siquiera en dudar?, él jamás le daría la espalda — Puedes decirme lo que sea, que yo estaré aquí, para ti — sonrió comprensivo.

Ambos se quedaron en silencio, y sus manos se entrelazaron. Ricardo Gomez idolatraba a su única hija.

—Padre — lo llamó arrastrando sus palabras desde lo más profundo — no estoy enamorada de Rafael, y no lo quiero junto a mí — concluyó miedosa observando a su padre.

Ricardo permaneció en silencio, completamente incrédulo. Rascó su nuca y se llevó una mano a su boca limpiándola, sonrió incrédulo —¿Que has dicho? — preguntó intentando sonreír.

—No estoy enamorada de Rafael, y no lo quiero en mi vida; yo quiero mi libertad — habló segura Selena.

Buscando El Arcoíris |Selena Gomez| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora