Capítulo XXXVII

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Caminaba de un lado a otro, en esa estrecha alcoba; mientras los ojos mieles la observaba de manera atenta con el entrecejo unido. Balbuceaba mientras se echaba el cabello hacía atrás con desespero, y solo podía suspirar y hacer gestos de descontento.

—¡Dios! — se quejó y le otorgó a la ojimiel una mirada lasciva.

—Dime que pasa, me tienes nerviosa — pidió Julianne con voz suave.

Elizabetta se mordió el labio inferior, desde que habían llegado a la alcoba de ese viejo condominio, no había hecho más que negar, moverse y maldecir entre dientes, ocasionando que los nervios de Julianne se soltaran y atacaran el cerebro de la ojimiel.

—No estaba en la mansión de los Gomez — soltó observando la pared grumosa y desgastada.

Suspiró y sus ojos mieles se apagaron, no dijo nada pero ese silencio le decía más que una frase que podría articular.

—Pero, hay alguien que pudiera ayudarnos pero...— pausó — pero, no estoy segura.

—¡¿Quién?!— preguntó con una luz de esperanza en sus ojos mieles.

Negó —Si te dijera no lo creerías, iremos a buscarla mañana mismo; espero esté dispuesta a ayudarnos.

La mañana había caído, el olor del rocío; caminaba por el lugar con una bata delicada color hueso, su hebras de cabello caían por sus hombros y su rostro se encontraba de mejor forma, y su cabeza ya estaba un poco ordenada.

—Veo que te has levantado mucho más temprano, inclusive que la servidumbre — soltó aquella voz de la bella pelirroja.

Asintió — Es porque no puedo dormir sin ella, siempre dejo su espacio en mi cama; ese espacio vacío, un vacío en mi cama y en mi corazón. ¿Lo entiendes? — preguntó con voz melancólica.

—Melancolía, una enemiga poderosa— aseguró y dio unos pasos para acercarse mucho más a la ojicafé — ¿puedo decirte un secreto? — preguntó con sus ojos claros cristalinos, la ojicafé asintió, incitando que continuase — Renuncié, renuncie a la realeza, o mejor dicho me excluyeron. Cuando intenté hablarle a mi padre y madre sobre el amor que le sentía aquella doncella, me dijeron que estaba loca — rió con amargura — y que no se expondrían al escándalo. ¿Entiendes lo que digo?, me hicieron elegir, y obviamente la elegí, me quitaron el título de condesa, mi herencia y mi familia. Pero lo más triste es que...— su voz se suavizó — mi padre, contribuyó a que ella se marchará, y ella se fue; se esfumó y se llevó con ella mi alegría, todo de mí — aseguró.

—¿Entonces? — preguntó Selena confundida.

—Mi padre que era el más duro de todos, al final él decidió ayudarme, y me manda una mensualidad para mantener todo, paga todo. Incluso mis amantes — respondió con una sonrisa de malicia.

Selena solo atinó a verla de manera curiosa y sus ojos levemente cerrados, no artículo ninguna palabra. Solo pudo acercarse a la pelirroja y acariciar su espalda.

—Decidí ayudarte porque sabía lo mal que lo estabas pasando, no me imagino que infierno estabas pasando. Y sobre todo porque me prometí, ayudar a alguien como yo, a alguien que ama el alma y el cuerpo delicado, torneado de una mujer.

La ojicafé se mantuvo en silencio y asintió, sin estar segura si realmente entendía los motivos o no. Se quedaron paradas sin decir nada, solo sintiendo el viento golpeando sus rostros y ese hermoso cielo azul.

—No te preocupes — soltó después de unos largos minutos, con voz suave y una media sonrisa — y cuando lo digo, me refiero a que nadie vendrá a buscarte, me he encargado de ello.

Buscando El Arcoíris |Selena Gomez| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora