Capítulo IX

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Esta noche de invierno, era más fría que las otras o al menos así era para la joven y atractiva hija de los Gomez. El viento golpeaba su cara y sus brazos abrigaba su abdomen.

—¿Que debo hacer? — se preguntó en voz alta, mientras contemplaba la estrellada noche y dejó escapar aire retenido. Cerró los ojos y por momento sintió los brazos de la morena abrigándola — No puedo hacernos esto mi amor — murmuró y una lágrima se derramaba por la blanca y carmesí mejilla.

Se retiró del balcón para poder dormir, y el sueño no la atrapaba, es más pareciera que el dios del sueño se burlaba de la ansiedad de la joven por recibir de ese polvo preciado que la llevaría a un mundo donde sólo ella podría crear su mejor realidad.

Al fin de tantas luchas, sus ojos se cerraron y su imaginación se dio lugar.

La morena se removinaba, no entendía qué hacía allí, menos que había hecho mal. Todo había pasado tan rápido que aún eran sombras en su cabeza.

—¡Por favor! — suplicó mientras temblaba — ¡Señora por favor! — soltó en un grito desgarrador — ¡Compasión! — gritó llorando como un infante.

Esas cadenas apretaban sus tobios y sus manos, sintiendo como la apretaban en cualquier movimiento, su cuerpo golpeado y mojada en uno de los corrales para caballos, donde nadie pudiera oírla solo los de su clase, y los pobres atemorizados no se atrevían a ayudarle a su amiga Julianne.

—Tengo frío — murmuró temblando mientras absorbía por la nariz — mucho — y se echó en el suelo.

En un momento, la morena empezó a murmurar algunas frases que aparecían en su cabeza, sintiendo como el dolor pulsaba su cuerpo y la obligaba a retorcerse. Si tan sólo la joven hubiera pensado más en el bienestar de la morena y no el de ella, no la hubiera buscado y mancillado por un talvez, y si Julianne hubiera sido más sabia no hubiera aceptado el juego prohibido.

Pero aquel amor le quemaba las entrañas, y sabiendo que era el menor castigo que lograría no le importaba, porque para ella Selena lo valía, lo valía todo.

La joven subía, bajaba y sus ojos se movían de un lado a otro. Y dándose por vencida, abrió de golpe la alcoba de su madre.

—¡¿Dónde está?!— preguntó con rabia — ¡¿Que le has hecho?! — la tomó del antebrazo — Si a ella le pasa algo, yo no me caso y soy capaz de decir tantas cosas que jamás nadie lo olvidará y se lo recordarán a las futuras generaciones de nuestra familia — la señaló con su dedo y la mujer se soltó.

—¡Todo lo que hago es por tu bien! — exclamó ofendida.

—¿Por mi bien madre?, ¿Que quieres de mí?, ¡¿Qué cojones quieres de mí?! — gritó al borde de las lágrimas.

—¡Quiero tu felicidad!, es lo que quiero y hablé con el padre para que te curara — de forma brusca se colocaba sus guantes.

La joven negó con una sonrisa incrédula — No parece, y si quieres mi felicidad, te lo diré, mirame, ¡Mirame! — exigió y su madre la vio — ¡Esa negra que tienes no sé dónde, esa negra que tanto odias!— la mujer la vio asustada y la voz de la joven se suavizó — ella es mi felicidad, en sus brazos volé y en sus brazos descubrí que un arco iris no solo es negro, blanco y gris, sino que existe otro, uno lleno de colores y yo los quiero todo — la mujer fundó su mano en la mejilla de su hija, haciendo que su cara girase.

La joven sostuvo un momento su rostro, su cabello había caído en la mejilla golpeada, enderezó el rostro y si más, su mano se fundó en la mejilla de su madre.

—Te lo advertí madre — dijo con molestia — y si quieres que exista boda, me da devuelves, y todo seguirá igual.

La madre sollozó — ¡Esa mujer te ha introducido el demonio! — soltó con horror.

Buscando El Arcoíris |Selena Gomez| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora