Capítulo XXXI

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—No te muevas — pidió la ojicafé sonriendo.

Tomó un pedazo de carbón y trazó las líneas dibujando la silueta de Julianne, la ojimiel la miraba con una sonrisa y sin moverse, sus respiraciones pesadas combinaban en el aire.

—Eres una obra de arte — murmuró y beso la nariz de la morena.

—¿Puedo moverme? — preguntó aun con esa sonrisa fobial.

—Sí — asintió.

Se giró para poder ver y lo único que vio fue un trazo, frunció el ceño y miró a la ojicafé confundida.

—No entiendo — soltó sincera.

Selena negó divertida — A veces es mejor no entender sino sentir — aseguró — y recuerda que esta será nuestro hogar, nuestro pequeño lugar y quiero hacer algo, cada vez que entre me encuentre con mi mayor obra de arte.

Julianne rodeo el cuello de la ojicafé y dejo un corto beso en la mejilla sonriente. Habían decidido marcharse ya que creían que era necesario tener un pequeño lugar, la casa no era una mansión pero si acogedora con un pequeño jardín y digna. Suficiente para ellas y el amor que sentían, no estaban lejos de la ciudad pero no estaban precisamente en el ajetreo de la vida de ciudad.

—Me gustaría que tuviéramos más comestibles — comentó Julianne.

—Podemos ir y comprar lo que quieras, siempre y cuando me dejes ayudarte con la bolsa de compras—pidió.

Julianne la miró por un momento, sabía lo necia que era la ojicafé así que solo atinó a sonreír y asistir.

—Bien — respondió ya rendida y la ojicafé dio un salto de alegría.

—Entonces, no se diga más, ¡vamos! — soltó emocionada y tomó a Julianne de la mano.

Julianne solo pudo verla emocionada, amaba esa niña interior que tenía el amor de su vida, le encantaba ese espíritu alegre, encantador y necio.

—Esta bien, pero debería de tranquilizarse— pidió Julianne divertida.

—¡No!, mira que haremos cosas de parejas, ¡Dios!, no me acostumbro pero estoy emocionada — soltó con emoción.

Negó y salieron del lugar, unos cuantos pasos y se adentraron al mercado de la ciudad, miradas era lo que sobraban, y sonrisas cínicas de hombres al ver a dos mujeres solteras yendo solas por esos lugares.

Se acercaron a un puesto de frutas, a la ojimiel le pareció unas frutas jugosas y deliciosas.

—Me gustaría comprar unas libras de fruta— pidió Julianne.

La mujer con un lunar debajo de su labio inferior, el cabello desarreglado y malhumorada solo murmuró algo entre dientes y tomó una bolsa de papel para colocar unas cuantas frutas.

—Así está bien — quiso detener a la mujer y esta solo la vio seria deteniéndose.

—Son cinco peniques.— soltó dándole la bolsa.

La ojimiel hizo una mueca y giró para ver a Selena, quien de inmediato sacó de su bolso unas monedas.

—Gracias— agradeció entre dientes y giró.

—Y, ¿ahora?— preguntó la joven de ojos café.

—A seguir comprando — informó.

Compraron todo lo necesario, entre risas y comentarios divertidos, pasaron horas yendo de un lado a otro hasta que completaron con la lista mental que Julianne había hecho; regresaron a su casa.

Ricardo había llegado a París, y se encontraba hospedado en un hotel lujoso, sabía que se tardaría un par de días o más en encontrar a su hija pero estaba decidido.

—Disculpe — llamó la atención del joven recepcionista.

—Dígame — respondió viéndolo con una sonrisa.

—Por mera curiosidad, ¿se ha hospedado Selena Gomez de Montenegro? — cuestionó serio.

El chico asintió y empezó a revisar entre los papeles el nombre que Ricardo le había dado.

Hizo una mueca y ladeó la cabeza— No señor, no tenemos ni tuvimos a ninguna Selena, lo siento— respondió con simpleza.

Apretó su puño — Gracias — se dio la vuelta y empezó a caminar, pero solo dio unos pasos y se detuvo — que suban mi comida a mi habitación — ordenó y siguió su camino.

Estaba cansado y no iba a perder los estribos, desde mañana empezaría a buscar a su única hija.

Habían muchos motivos por el cual, él le sentía un odio puro a Selena, y entre esos era haberlo arrastrado hasta la muerte.

—Dante es una locura — reprobó la actitud de su marido— desde el principio te dije que era mala idea, Selena desde siempre fue sincera y le dijo que no le amaba, esto es solo..— trago en seco y observó con tristeza el retrato de su hijo— fue solo culpa de él.

Golpeo el escritorio y observó con incredulidad y desprecio a su mujer — ¡No!, ¡ella lo hizo perder la cabeza! — gritó.

—¡Deja de buscar culpables, cuando el único culpable fue Rafael, y si lo buscamos fuiste tú. ¡Solo tú!, ¡viviste haciéndolo creer que todo el mundo debía amarlo y obedecerlo!. Y yo por nunca enseñarle que no era correcto — soltó y lágrima cayeron por sus mejillas — pero ya es tarde, y ya no hay nada, absolutamente nada— concluyó con su corazón roto.

Un corazón roto por amor, puede construirse con el tiempo, pero el corazón roto de una madre es imposible.

—¡No digas tonterías!, lo eduque como me educaron a mí — soltó ofendido y al levantar la vista se encontró con su mujer llena de lágrimas.

Sentía su pecho encogido, y su cuerpo sin fuerzas pero se atrevió acercarse para consolarla. Su esposa nunca había llorado de esa manera y sabía que no solo había perdido a su hijo, sino que también estaba perdiendo a su esposa, al amor de su vida si seguía sintiendo ese odio tan puro.

—Amor — la llamó y la mujer se lanzó a los brazos de su marido— me rompes — dijo casi en susurro.

—Y tú me rompes buscando culpables cuando sabes que somos nosotros, me h-hace sentirme más culpable— respondió y apretó a su cuerpo a su marido.

—Amor mío — besó su frente y vio hacia al techo sin saber qué hacer en ese momento.

Quizás y si tenía razón, o quizás no tenía razón. ¡Diablos!, igual su hijo estaba muerto y no había marcha atrás, pero lo que sí tenía claro es que quería hablar con su ex-nuera, se lo debía, lo necesitaba.

—Prometo pensarlo — respondió después de unos minutos.

Se miraron a los ojos y se dieron un beso, un largo beso.

Buscando El Arcoíris |Selena Gomez| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora