Capítulo XXXII

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Los rumores habían llegado hasta los oídos de la ojicafé, o mejor dicho las noticias atrasadas. Completamente en shock era como se encontraba en ese momento, sus manos se escondían detrás de su espalda, y su cabeza cabizbaja, su ceño fruncido y la incredulidad gobernando su cerebro.

—¡No puede ser!— exclamó dubitativa.

Giró y abrió la puerta de su casa, suspiró, y entró de forma lenta mientras Julianne la observaba con curiosidad.

—¿Ha pasado algo? — preguntó asustada — ¿Le han hecho algo?, contesteme por favor — pidió mientras la estudiaba de arriba a bajo.

—Rafael, Rafael murió — respondió y apretó sus ojos.

Julianne abrió la boca en incredulidad, negó y abrazó a Selena. Se mantuvieron por un largo momento abrazadas, Julianne sabía que ella tenía todo el amor de la ojicafé pero una muerte de alguien que compartió una parte de su vida, le había dolido y mucho.

—Tranquila — susurro en su oído y acaricio su cabello con amor.

—No comprendo Julianne, y la verdad no me da ni la más mínima de felicidad, a pesar de todo fuimos amigos en la infancia— recordó con tristeza.

Asintió —Tranquila amor mío, recuerde lo mejor que él pudo dejar, y así su recuerdo permanecerá vivo — besó la frente de su amor y le regaló una sonrisa reconfortante.

Suspiró — ¿Qué haría sin ti Julianne? — preguntó.

—¿Qué haría yo sin usted? — preguntó con el mismo tono amoroso.

A pesar de aquella noticia, y sabiéndose soltera la ojicafé se comportó de la misma manera, regalándose miradas lascivas de amor y sonrisas. Mientras la ojicafé pintaba el muro que había trazado en la pared, tenía sus dedos llenos de pintura y sus antebrazos; la ojimiel la observaba con ternura, mientras le hacía un té de vainilla.

—Le traje un té — dijo detrás de ella.

—Déjalo por ahí mi amor, estoy a punto de terminar y no quiero dejarlo — respondió.

Asintió a pesar de que no podía verla, e hizo lo que ella le había pedido. A Julianne no le molestaba que, toda la atención la tuviera por el momento el muro, así que empezó a sacudir de nuevo la casa, y a ordenar cualquier imperfección. Lo que sí estaba era aburridisima, así que se lanzó a la cama y tomó un pequeño libro y empezó a leerlo.

Al padre de la ojicafé le molestaba completamente la ineptitud, y sobre todo caminar entre la “chusma” que él pensaba que era la gente que vivía del comercio. Pero sin embargo los había necesitado, y había logrado su objetivo. Encontrar la ubicación exacta de su hija.

—Estoy por encontrarte — masculló.

Le pidió al chofer del carruaje que lo llevase a la dirección que se encontraba en aquel papel, y si era la correcta. Al cabo de unos minutos llegó, le regaló un par de peniques y se bajó. ¡Pobre Selena!, no tenía ni idea de lo que le tocaría enfrentar en este momento.

Se paro enfrente de la casa, y tocó la puerta unas cuantas veces. Solo esperó unas décimas de segundos para que su hija la abriera.

La ojicafé al verlo se quedó boquiabierta, y sin decir nada más que palabras incompletas y sin sentido. Lo único que la hizo reaccionar fue una bofetada que hizo girarla.

—¡Enferma! — gritó y volvió a pegarle.

La tomó del brazo y entró en la casa con su hija llorando y cubriéndose las mejillas.

—¿Qué hice mal Selena?, te di todo, todo lo que creí que era bueno. Y esa, ¡esa te enfermó!, ¡si!, eso debe ser — soltó viéndola con rencor.

Sollozo y negó — ¡No!, no puedo creerlo — soltó.

Apretó el brazo de la joven ojicafé, con tanta fuerza que ocasionaba que la joven hiciera muecas de dolor. La ojimiel escuchó ruidos que hizo ponerse en alerta y salió hasta la alcoba principal.

Sus palabras no salieron de su boca y solo pudo parpadear un par de veces, Ricardo la vio con odio y se acercó de forma peligrosa.

—¡Ni que se te ocurra! — advirtió Selena y se posó delante de la ojimiel de manera protectora.

El padre de la ojicafé se dio la vuelta con molestia y se giró, tomó a la ojicafé lanzándola a un lado y el puño impactó la quijada de Julianne.

—¡Maldita enferma!, juro que te haré pagar— escupió y le lanzó una patada, impactando el estómago.

Selena de inmediato se lanzó encima de su padre, tratando de alejarlo de la ojimiel.

—¡Por favor, dejala! — suplicó llorando.

—Sueltame, sueltame, ¡ahora! — gritó.

—¡Padre por favor!, haré lo que quieras pero, dejala— pidió con voz rota y llorosa.

Ricardo giró y la observó por unos prolongados segundos, y asintió.

—Bien, entonces. Vámonos— tomó a la ojicafé del antebrazo y la sacó de su casa.

Selena no tuvo tiempo de despedirse de Julianne, y la ojimiel no pudo evitar que se la llevasen lejos de ella, solo podía toser y removerse en el suelo por el dolor.






                       XII


—Creeme que me has a agradecer lo que estoy haciendo, es por tu bien cariño. Me rompe el corazón dejarte en este lugar, pero prefiero que te rehabiliten — soltó con voz suave.

—¡Por favor!, ¡no dejes que me lleven!, ¡padre!, ¡compasión! — gritaba desesperada mientras dos hombres vestidos de blanco la tomaban de los brazos afuera de su casa, y la subían en un carruaje.

Vio cómo se llevaban a su hija en aquel carruaje, y como los oficiales entraban llevándose a la morena detenida por el delito de perversión.

—Recibirás lo que te mereces.

Sonrió victorioso, pensando que había hecho lo correcto.

Buscando El Arcoíris |Selena Gomez| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora