01. Columpiándome por la jungla estudiantil (II)

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Jessica era... ¿Cómo decirlo con suavidad? La Barbie reina del lugar, Doña Popular en persona, siempre rodeada del mismo grupito de incondicionales entre quienes no sabría distinguir.

No es que tuviera nada en contra de las personas populares (sinceramente, me daba igual cualquier otra existencia que no fuera la mía), en cambio ellas parecían tener algo con el resto del mundo, como si necesitaran reafirmar constantemente que ocupaban un escalafón superior al del resto de los mortales.

Y, por desgracia para mí, en esta ocasión el escalón que pretendían pisar con sus murmullos y mal disimuladas risas burlonas éramos yo y mis fútiles intentos por abrir mi casillero.

—Tsk —chasqueé la lengua maldiciendo por lo bajo—. Lo que me faltaba.

Por mucho que los mal llamados expertos se llenasen la boca diciendo que el mejor método para tratar con ese tipo de personas era no seguirles el juego, mi opinión divergía completamente: Dejar que te coman los ojos no es la solución para librarte de una bandada de cuervos hambrientos.

Como la sutileza nunca había sido mi fuerte tampoco tuve que pensarlo mucho. Antes de que Barbie tuviera tiempo siquiera para abrir su bocaza pintada de rosa furcia fosforito usé la llave de emergencias de mi taquilla.

Digo "Llave de Emergencias" por decir algo, pues lo que en realidad hice fue sacudirle un puntapié con toda mi mala leche a la pobre puerta. La nota grave y metálica (digna de un gong de algún templo oriental) que produjo mi bota al impactar se propagó por el pasillo como un escalofrío. Sí, tal vez ahogase el murmullo de conversaciones reinantes y centrase más de una docena de ojos en mí, pero también hizo soltar un lastimero chirrido de rendición al casillero, que se abrió de par en par.

No había otra llave como aquella cuando las cosas se resistían. Y además servía para matar dos pájaros de un tiro:

Al fin pude depositar los libros que no necesitaba llevarme, coger los que sí, hacerme con mi smartphone y cascos... vamos, lo normal.

Y otra ave derribada, o más bien "las otras", fueron las pájaras que pretendían volar hacia mí quienes, tras presenciar aquel impredecible arranque de violencia irracional, se lo pensaron dos veces y se quedaron en el sitio cotorreando algo de lo que sólo logré entender la palabra "bestia". Después de todo, una puede meterse con un perro, pero si ve que dicho animal tiene la rabia se lo piensa dos veces.

Me había librado de tratar con ellas. En cuanto a lo que estuvieran diciendo... bueno, como si me interesara lo que pensaran o dijeran de mí.

Iba a cerrar mi taquilla para irme cuando una mano agarró la puerta y me impidió hacerlo. Dado el tamaño de aquella zarpa y la enorme sombra que eclipsaba la mía, no me hacía falta darme la vuelta para saber quién era su dueño, pero lo hice de todos modos para que no se tomara demasiadas libertades.

Kevin Flint, el mastodóntico capitán del equipo de fútbol, me cortaba cualquier atisbo de escapatoria con una sonrisa prepotente dibujada en la cara. Mientras tanto, como si fuera lo más natural del mundo, marcaba de forma conveniente músculo con sus gruesos brazos.

«Lo que me faltaba para completar un día nefasto» Pensé, creyendo inocentemente que la cosa ya no podía empeorar.

Porque si hay algo peor que la Barbie reina del instituto es su equivalente masculino, el Ken (o en este caso, Kev) que va a juego con ella, con su camisa de deporte ceñida, su sonrisa vacía y apenas dos neuronas funcionales en el cerebro (una de las cuales, estaba dedicada en exclusiva a la satisfacción de su entrepierna).

Qué veía Alva en él se me escapaba por completo. No. Miento. Sabía lo que quería ver en él, pero a mí no me hacía falta más que escucharle abrir la boca para desear tenerlo lo más lejos posible:

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora