La enorme wyvern desplegó sus alas en toda su amplitud antes de tocar suelo. Redujimos así la velocidad poco a poco hasta aterrizar con gracilidad en el centro de una plazoleta donde confluían varios caminos.
Blaze no tardó en agazaparse, pegando el cuerpo a la superficie adoquinada para hacernos más fácil el bajar de su lomo. Por supuesto, Drake se apresuró en desmontar primero con intención de ofrecerme ayuda a la hora de descender.
Rechacé su oferta sin pensarlo dos veces. Ya había golpeado bastante mi orgullo el tener que aferrarme a él para escapar de aquel cuarto cerrado, como para además jugar a su juego del dragón cortejando a la chica.
Salté por mi cuenta, sintiendo en mis carnes las quejas de muslos y espalda, doloridos por cabalgar a pelo una montura del calibre de Blaze.
Hablando de ella, al ver cómo me frotaba las piernas para desentumecerlas, la wyvern me empujó de forma leve el hombro. Su imponente mandíbula no había dejado de imponerme respeto, pero aquel gesto recordaba más al de un perrito preocupado que al de un depredador jugando con su almuerzo.
—No ha estado mal, Blaze. Ya lo repetiremos en otra ocasión.
Una verdad a medias. Aunque no me habría importado volver a volar sobre sus hombros sin Drake de por medio, tampoco veía la hora de regresar a mi tranquila vida cotidiana, donde resultaría bastante complicado hacerlo.
Aun así mis palabras debieron de contentarla pues, con un gruñido de satisfacción, volvió a erguirse en toda su envergadura antes de emprender el vuelo.
—Ya te dije que era buena aterrizando —intentó hacerse oír Drake entre el vendaval levantado por el poderoso batir de alas— Aprendí de la mejor.
Que lo dijese en serio era todo un insulto al sentido común:
—Pues eres un alumno penoso —resoplé antes de subir también el tono para que pudiese escucharme— ¿A dónde va?
—Oh... Al islote donde anida —contestó mientras se acomodaba la ropa, aprovechando que la ventolera se había detenido— Puso su primer huevo hace unos meses y no le gusta quitarle el ojo de encima por si eclosiona.
Imaginándome el tamaño que debería de tener el huevo de una criatura como aquella, seguí su vuelo con la mirada hasta verla desaparecer opacada tras el imponente Palacio Cristalino.
—¿Seguimos con la visita? —Insistió Drake, señalando hacia uno de los caminos que surgían de la plaza.
—Claro —Total, no tenía nada mejor que hacer.
Y si lo que podría considerar a aquellas alturas como el edificio principal de todo aquel tinglado impresionaba tan sólo con verlo de lejos, sus aledaños tampoco se quedaban cortos. Pronto estuvimos paseando por un intrincado sistema de jardines entretejidos con plazas y caminos magníficamente conservados. En ellos, desplegaban todo su esplendor multitud de flores y árboles desconocidos para mí, si bien nunca me había interesado tanto la botánica como para identificar algo que no existiese en la gran ciudad.
No habríamos caminado demasiado cuando comenzó el goteo de personas cuidando los susodichos jardines, charlando entre ellos, ocupados en las tareas más variadas o paseando como nosotros. Bueno, yo los calificaba como personas aunque, cada vez que una pasaba a nuestro lado, Drake me susurraba su nombre asegurando que pertenecía a alguna especie mitológica cuya existencia habría puesto en la duda más absoluta tan sólo un día atrás.
Todos tenían rasgos físicos de lo más variados, aunque siempre dentro de lo humano (al contrario de lo que cabría suponer escuchando la creciente lista del dragón) e incluso su ropa bailaba discordante entre lo ancestral, lo steampunk y lo moderno. La única característica común a todos era que transmitían la misma sensación de belleza impactante que había sentido al ver por primera vez a Drake, Georgson o Weissman.
Alguno que otro hizo un alto en sus ocupaciones para saludar al chico que paseaba a mi lado. Otros le hacían gestos respetuosos, hasta el punto de que algunos incluso se inclinaban en su presencia. Drake, por su parte, les contestaba de forma despreocupada y escueta, intercalando dichas interacciones con las explicaciones que me iba dando. Era como ver a una muchedumbre de fanáticos alabar a alguien con doble personalidad: El Dr. Guía Servicial y Mr. Famosillo de Revista.
—¡Qué popular eres! —comenté algo molesta al comprobar que algunos me observaban con curiosidad antes de volver a sus asuntos— ¿Te he comentado alguna vez que ni suelo caerle bien a la gente popular ni ellos a mí?
Sobre la sempiterna sonrisa del chico de ojos rojos volvió a chispear de nuevo el mismo orgullo cortante que había intuido al escucharlo hablar de la diferencia entre dragones y wyverns:
—¿Popular? Nunca me había parado a pensarlo. Soy la élite dentro de la élite, que los demás me tengan en cuenta es el pan de cada día.
Aunque toda esa frase fuese una escalera ascendente en la pirámide de la arrogancia, no había ni rastro de la misma en su tono, trataba el tema como si fuese una obviedad. Eso me resultó desconcertante.
Pensándolo detenidamente, me di cuenta de que él no había sido el único en hablar de élites desde mi llegada al Palacio Cristalino:
—Weissman también mencionó algo de eso: Sobre que esto es un lugar para educar a las futuras élites de las especies sobrenaturales o algo así.
—Sí, claro. El Palacio Cristalino es una academia a la que sólo unos pocos elegidos podemos asistir. Cuando aquellos que aspiramos a gobernar alguna de las especies más importantes del Mar de Esferas llegamos a cierta edad se nos invita a tomar parte de esto como preparación para ello.
A esas alturas el camino nos había llevado a bordear un pequeño lago de aguas tranquilas que reflejaban el claro azul del cielo. Con eso a un lado y los jardines a otro, parecíamos recorrer el sueño de algún pintor paisajista; hasta no me parecía exagerado asegurar que más de uno de esos artistas habría dado su mano buena por contemplar aquel escenario, aunque tuviese que aprender a pintarlo con la otra. Incluso el aire allí era el más limpio que había respirado en mi vida, aunque lo cierto era que jamás había salido de la Gran Manzana y la gente no solía alabarla precisamente por su ambiente libre de polución.
—¿Así que es como un internado elitista? —comparé.
—No sabría decirte. Aquí se enseña lo que se necesita sólo a quienes lo necesitamos y pretendemos sacarle provecho ¿Encaja eso en tu pregunta?
Juraría que sí. Eso sonaba lo suficientemente pedante como para encajar. Comenzaba a cansarme de aquella conversación cuando mi ceño fruncido inspiró a mi guía otra genialidad de esas que le daban la puntilla al asunto:
—Pero, no te preocupes, tú eres mi prometida, ahora también formas parte de la éli-.
Traté de hundir mi codo en sus costillas con toda la fuerza que me confirió mi determinación por no terminar de escuchar la tontería que estaba pronunciando. No le hice daño, su piel seguía siendo tan impenetrable como siempre, pero al menos le cerré la boca creando la oportunidad perfecta para dejar claro un tema que me molestaba más cada vez que lo mencionaba:
—No vuelvas a mencionar esa estupidez de que soy tu pareja ¡Yo no soy nada tuyo! ¿Entiendes? —grité— Entiendo que me salvaste la vida con todo el lío de la sombra y eso, pero bajo ningún concepto-.
Ni siquiera tuve tiempo de terminar mi frase antes de recibir un inesperado baño de agua helada. Y no, no estoy usando una metáfora: De forma tan literal como desagradable un torrente de agua cayó sobre mí como si alguien me hubiera lanzado un globo lleno hasta los topes.
Empapada y tosiendo, traté de recuperarme de la sorpresa mientras apartaba los mechones de pelo que se me habían pegado a la cara. Sacudiendo los brazos para intentar librarme de la humedad que calaba con fuerza la ropa a mi piel busqué a la persona que pretendía matar por aquello:
Drake había retrocedido hasta una distancia prudencial, mirándome con el horror de quien se sabe metido en un lío (viéndolo en perspectiva, estaba escrito en su cara que no había sido él). Estaba ya en camino de desquitarme una vez más con el asustado dragón cuando las aguas del lago se agitaron haciéndolo mascullar:
—Por favor, cualquiera menos ella.
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Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!
Fantasy¡Cuidado! Si lees mi historia conocerás hechos que jamás deberían haber ocurrido o, peor aún, ser revelados a persona alguna. Aunque supongo que, si pese a ello continúas leyendo, será porque eso ya ha sucedido y alguien ha recopilado mis pensamient...