14. El auténtico callejón sin salida (II)

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—¡Menuda mierda! —renuncié por completo a las formalidades viéndome acorralada.

Weissman reaccionó a mi salida de tono levantando dos de sus dedos, donde un par de anillos brillaban con fuerza.

«Cierto, no le gustan esas cosas» Por un instante supuse que pretendía borrarme la boca, como le había visto hacer con Schwarz y Drake. Me equivocaba.

Una sensación de calma artificial se expandió desde mi corazón al resto del cuerpo via sistema circulatorio conforme la magia del anciano invadía mi cuerpo. Daba la impresión de que alguien me hubiese encerrado en una dama de hierro con agujas rellenas de tranquilizantes, pues enseguida las piernas dejaron de sostenerme y di con mi culo en la hierba. 

Me quedé allí sentada con expresión interrogante mientras el dolor de mis heridas desaparecía por completo y mi respiración acelerada se calmaba. A los pocos segundos comencé a sentirme mejor físicamente y, aunque mi cerebro seguía trabajando a marchas forzadas, ya no me sentía tan agobiada.

—¿Mejor así? —quiso saber Weissman entonces.

—Un poco —admití masajeándome la nuca.

—Bien, porque entender los contratiempos que complican su situación no sirve de nada si está demasiado superada por ellos como para combatirlos.

¿Entenderlos? Ojalá tan sólo los entendiera y no tuviese que vivirlos. Sin embargo, no repliqué, pues seguía embriagada por aquella cálida sensación de calma y entre los dedos del anciano acababa de materializarse un extraño naipe:

—Como ya hemos comentado, debemos descartar el protocolo habitual de devolverla a su mundo sin memoria alguna de lo ocurrido, pues el señor Redfang acabaría haciendo algo de lo que todos nos arrepentiríamos.

Contemplé con resignación como Weissman descartaba esa opción prendiendo en unas llamas blanquecinas la carta que representaba mis esperanzas. Por raro que suene, el fuego no consumió la carta, sino que continuó ardiendo incluso mientras otra aparecía a su lado:

—Por desgracia, es usted una humana sin la más mínima ascendencia mágica y por ello su presencia en el Mar de Esferas supone una flagrante violación del Tratado de Paz. No hay excepción posible, mucho menos en su caso, pues la última vez que se hizo una concesión a los humanos estalló la Gran Guerra y eso volvió a muchos de los firmantes escépticos ante ellas.

—No se olvide que bajo ningún concepto pienso aceptar ser la pareja de Drake —resalté un matiz importante.

—No lo hago —contestó él mientras la segunda opción comenzaba a arder sin quemarle—. De todos modos, aunque aceptase serlo la situación tampoco cambiaría. En nuestra cultura el matrimonio no otorga nada al miembro que se une a la familia (aunque sea una familia real) y el escándalo generado sería una bomba de relojería en sí mismo.

Lo mirase como lo mirase, mi futuro pintaba oscuro y corto.

—¿Así que haga lo que haga provocaré un apocalipsis interdimensional? ¡Dios, me despisto un día volviendo a casa y acabo destruyendo el mundo!

Pronuncié lo anterior aún arrastrando los efectos de la anestesia mágica de Weissman, dando a mis palabras un tono tan sobrecargado de calma que hasta a mí me dieron ganas de reírme (incluso en medio de todo aquel desastre). De hecho, hasta él sonrió conforme hacía aparecer una nueva carta flotando entre ambos:

—No obstante, ciertos detalles de nuestra conversación actual y de la mantenida ayer en mi despacho me han llevado a plantearme la existencia de una tercera opción

Mientras las otras dos cartas en su mano ardían, la que completaba el trío de mis posibilidades monopolizó por completo mi atención, levitando silenciosa como una tabla de salvación fantasmagórica de la que desconocía el precio.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora