07. Cosmogonía desconocida (I)

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Esto puede resultarle difícil de comprender, dado su limitado conocimiento de las Grandes Verdades, pero debe saber que la magia siempre ha estado presente en el universo y siempre lo estará. 

Cualquier elemento del Cosmos existe en él y, tan sólo por ello, es propenso a la magia. Esto se debe a que, a grandes rasgos, la magia no es más que manipular la energía de la propia existencia.

En aquellos lugares donde dicha energía arraiga con más fuerza acostumbra a surgir la vida, razón por lo cual lo hizo en La Tierra.

Da igual lo que crea saber, a partir del primer latido de consciencia planetaria en el seno del futuro planeta azul se manifestaron un sinfín de seres: desde los elementales ígneos nacidos de la reacción atómica inicial del núcleo terrestre, hasta llegar a las múltiples sociedades que habitaron los ecosistemas de su superficie mucho antes de la llegada del primer homínido.

Cuanto más se desarrollaba La Tierra, más magia y vida se arremolinaban en ella. Una hermosa fuente inagotable creciendo de forma exponencial estación tras estación, era tras era. 

A veces un mínimo cambio favorecía más dicho crecimiento, otras lo hacía la aniquilación casi completa, pero el potencial existencial nunca dejó de multiplicarse de forma armoniosa y todas las especies eran partícipes de ello.

Entonces llegaron los humanos. Débiles y fáciles de ignorar, como un retoño ajeno en un jardín sobrecargado.

Si fueron fruto natural de la propia existencia o una creación de algún autor particularmente inspirado depende de a quién le pregunte. Sin embargo, pese a no parecer gran cosa, resultaron ser una especie testaruda que luchaba a brazo partido por abrirse un hueco en el mundo.

Como reconocimiento por ello, las demás especies (más antiguas y sabias) se acercaron a ellos para guiarlos en los misterios de la existencia, pues los humanos carecían de una capacidad innata para la magia. Sin embargo, su terquedad no se limitaba a cuestiones de supervivencia, sino que insistían en hacer y ver las cosas a su manera y sólo a su manera. Así que rechazaron la ayuda.

Aunque nadie se esperaba tamaña desfachatez, se los siguió observando con cierto interés por dos razones:

La primera: Porque constituían la primera especie que no sólo ignoraba a sabiendas las leyes de la naturaleza, sino que nadaba a contracorriente y luchaba contra ellas de forma egoísta si lo veía conveniente.

La segunda: Que aunque su potencial mágico era menor, al no ser conscientes de él, lo dejaban descontrolado y eso (mezclado con su portentosa imaginación, su ignorancia y miedos primitivos) daba origen a nuevas criaturas.

El interés se tornó en desconfianza en cuanto los humanos comenzaron a multiplicarse como un virus y el resto de habitantes del planeta se vieron cada vez más divididos en cuanto a qué decisión tomar respecto a los recién llegados:

Había quien prefería ayudarlos sin que se diesen cuenta, mover los hilos tras bambalinas empleando métodos más o menos directos para guiarlos hacia la convivencia y la magia, con la esperanza de enseñarles a controlar su potencial. En grupos aislados dichos métodos funcionaron a las mil maravillas, dando origen a comunidades de hechiceros e incluso a nuevas especies mestizas que convivían en armonía con las demás. No obstante, cuanto más grande era el grupo más corrompía el mensaje y se obtenía precisamente el efecto contrario: dogmatismo, codicia desbocada y barbarie sin sentido.

Otros optaron por cortar por lo sano. Si los humanos no podían controlarse y adaptarse al planeta, simplemente habría que extinguirlos y problema resuelto. No serían la primera ni la última especie que se ganaba a pulso su desaparición.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora