18. Llego tarde a la Fortaleza de la Soledad (II)

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—Tengo entendido que se le asignó a Redfang como guía ¿Acaso no le ha explicado él nada?

Su constante tono autoritario me estaba poniendo de los nervios y, como cada vez que eso ocurría, mi lengua se adelantó a mi razón:

—¿Drake? Le di esquinazo en cuanto vi la ocasión.

La desaprobación ante lo que había hecho se hizo patente en la mirada parda de la profesora:

—¿Acaso no respeta a quien se encarga de enseñarle nuestras instalaciones de manera altruista?

¿Altruista? ¿Acababa de decir "altruista"? Por ahí no pasaba. Drake lo hacía por dos razones que ambas conocíamos: Porque se lo había ordenado Weissman y porque intentaba obtener algo a cambio de su amabilidad (algo que no estaba dispuesta a darle) ¿No era eso lo contrario al altruismo?

—Respeto muchas cosas —repliqué—, pero Drake no es una de ellas.

—El respeto es algo imprescindible —filosofó ella a modo de contraargumento—.  Ya sea en la guerra, en la vida, o en mi asignatura.

Lo que me faltaba. Otra profesora que me pedía respeto sin ofrecerme nada a cambio, era como volver al instituto.

—El respeto hay que ganárselo —bufé.

Frunció el ceño. Estaba claro que ni yo le caía bien a ella ni ella a mí, y la sensación de inferioridad que transmitía el tener que levantar la cabeza para cruzar miradas lo empeoraba todavía más.

 —¿Eso cree? —No hubo tiempo para respuestas. Un siseo metálico, un movimiento que se perdió tras mi parpadeo sorprendido y me encontré con el acero de uno de sus sables apoyado en la garganta—. Esa es la actitud de un cadáver. Si espera a respetar a un enemigo para tomárselo en serio morirá antes de poder desenvainar. El respeto ha de ser su estado básico. Con él se gana todo: las oportunidades, las batallas, los derechos...

Una helada gota de sudor se deslizó desde mi garganta y recorrió la hoja de su arma hasta la empuñadura. No obstante, lo de amenazarme hacía mal juego con mi inclinación instintiva hacia el cinismo:

— ¿Los derechos? —Reí entrecortada, sin pensarlo—. De donde yo vengo tienes derechos por el mero hecho de existir.

—Los derechos hay que ganárselos. Creer lo contrario es algo muy propio de los humanos —rechazó mi afirmación con un suspiro—. Por suerte para usted, tal vez sea su humanidad la que compense su falta de una actitud apropiada en mi clase.

Y devolviendo el arma a su lugar de descanso, se dio media vuelta mientras me ordenaba seguirla.

Y devolviendo el arma a su lugar de descanso, se dio media vuelta mientras me ordenaba seguirla

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Atravesamos entonces la arena de una punta a otra. Más de una cabeza se había girado por ver a su profesora amenazar a la recién llegada, aunque se refugiaron de vuelta en sus quehaceres en cuanto esta se dio la vuelta. Eso evitó bastantes miradas indiscretas, si bien algún que otro alumno se dejaba vencer por la curiosidad cuando estaba seguro de que la adalid no lo veía.

Sin embargo, durante todo el trayecto tuve la punzante sensación de que me observaban. Drake había dicho que Artes Marciales era su asignatura favorita, pues en ella podía medir sus fuerzas enfrentándose a los miembros de otras especies bajo la tutela de una guerrera sin igual. Eso me hizo temer que él apareciese por allí en cualquier momento, pero no tardé en identificar a alguien muy diferente: Schwarz Long.

La dragona estaba apoyada en uno de los prismas que ejercía de pared, con los brazos cruzados y clavando sin disimulo alguno sus ojos metalizados en mí. No dejó de hacerlo ni siquiera cuando era evidente que me había dado cuenta.

Mi sola presencia allí daba la impresión de irritarla, aunque yo ignoraba la razón de por qué ¿Le había hecho o dicho algo? Si era así no lo recordaba.

Su escrutinio me distrajo durante un instante, provocando que tropezase incluso en un suelo tan liso como aquel. Para cuando hube recuperado el equilibrio preferí apurarme en alcanzar a Nayra, quien me esperaba junto a una especie de armero de cristal que recorría la base de cada uno de los cristales del lugar. 

Una vez más, no estaban talladas, sino que parecía que aquellas gemas hubiesen adoptado de forma natural una disposición destinada a servir de expositor. En su interior había espadas de todo tipo: cortas, largas, sables, estoques, con dos hojas, sin ninguna, con mil y una formas, proporcionadas o no. Todas ellas entremezcladas con una amplia variedad de cuchillos, lanzas, hachas, escudos, mazas, bastones, arcos, flechas, ballestas, un largo etcétera... Y eso sin mencionar la multitud de utensilios que sólo me sonaban de películas, videojuegos o que entrañaban un completo misterio para mí.

Un arsenal un tanto medieval, pero nutrido a más no poder.

—Esta —señaló la profesora— es una de las pocas contribuciones provechosas de los humanos a las demás especies. Herramientas creadas para compensar su debilidad, que no dependen del dominio de la magia y cuya maestría disciplina al usuario.

¿Iba en serio? Porque aunque sonase así, en mi cabeza no lo hacía ¿De entre todas las creaciones a las que había dado origen la inventiva humana, la única que tenía en cuenta eran las armas? ¿Ser la adalid de la guerra le venía por ser una colgada de la violencia o viceversa?

Ante mi cara de incomprensión, ella siguió a lo suyo sin inmutarse:

—Escoja una y domínela —sentenció—. Elija la que mejor se le adapte y tarde el tiempo que quiera en aprender a manejarla. Cuando vea que tanto su destreza como su actitud cumplen mis requisitos mínimos, se habrá ganado el derecho a ser mi alumna y le enseñaré como tal.

—Espere, ¿qué?

¿No iba a enseñarme?

—Lo que ha oído —se volvió momentáneamente hacia mí mientras volvía donde estaban el resto de alumnos— ¿A qué espera?, ¿acaso le tiene miedo a las armas?

¿Miedo? Quizá, aunque tal vez "inquietud" fuese una palabra más adecuada. No sólo hacia las armas, sino también hacia toda aquella situación: Me estaba pidiendo aprender por mi cuenta a manejar algo potencialmente letal sin tener conocimiento alguno del tema

Por supuesto, no reconocería dicha inseguridad en voz alta.

—Soy americana —contesté en su lugar—. Si tuviera miedo a las armas no podría ni salir a la calle.

Bravata contestada en el acto con un desinteresado:

—Pues demuéstrelo.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora