23. La profesora preadolescente (I)

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«Un demonio solucionador de problemas» Reí para mis adentros mientras me apoyaba en la pared del ascensor. 

Pues desde luego conmigo se había promocionado ante la persona equivocada. En el orfanato me habían obligado a asistir a las suficientes misas como para aburrirme de la Palabra del Señor. Pero, aunque eso me había conducido a sentir cierto rechazo hacia ella, había asuntos en los que prefería tener en cuenta algunos de sus consejos y "No hacer tratos con demonios" era una cita tan repetida e ilustrada con ejemplos desagradables que algo de razón debía de llevar.

Además, mi único problema grave era la obsesión cansina de cierta lagartija humanoide y no creía que un simple alumno del Palacio Cristalino pudiera solucionar algo que daba problemas incluso al director de la institución.

Así pues, guardé la tarjeta de Luke en el bolsillo de mi pantalón sin mucha intención de sacarla o de tratar con habitante del infierno alguno. No obstante, el azar (o la estadística, para quienes prefieran creer en la misma mentira con otro nombre) quiso hacerme tragar dicha intención al ponerme cara a cara con otro tipo de demonio, este con cuernos en la cabeza incluidos...Pero estoy adelantando acontecimientos.

Como iba diciendo, cuando las puertas del ascensor se abrieron para granjearme el paso a la clase de Runas, en lugar de acceder a un aula (dentro de las muchas variables de dicha clasificación) me encontré a mí misma en la biblioteca más grande y exuberante que había visto jamás.

Y no es decir poco, pues había visitado la Biblioteca Pública de Nueva York en multitud de ocasiones, una de las mayores del mundo según todos los guías. Sin embargo el edificio neoyorquino era como una simple balda casera a medio llenar en comparación con la inabarcable catedral de la palabra escrita donde me encontré.

 Sin embargo el edificio neoyorquino era como una simple balda casera a medio llenar en comparación con la inabarcable catedral de la palabra escrita donde me encontré

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Mirara donde mirara había libros. No sólo eso, las colosales estanterías creaban calles en todas direcciones y se alzaban tan altas que era imposible distinguir a simple vista dónde estaba el techo. A su vez, infinidad de escaleras y plataformas se abrazaban a ellas creando un incomprensible caos de salientes, balconadas y niveles.

Allí debía de haber más volúmenes de los que mil personas podrían leer en mil vidas...

Todo lo anterior, en conjunto con la ausencia total de seres vivos a la vista me planteaba un problema: Si aquella inmensa y laberíntica estancia era el aula de Runas las iba a pasar canutas para encontrar al profesor de turno.

O eso creía yo, porque antes de que el eco de mi primer paso se ahogara entre la marabunta de libros ella cayó ante mí.

Y sí, he dicho "cayó", porque sólo tuve que parpadear para encontrármela descendiendo desde las alturas hasta posarse a unos centímetros de mí. Desde luego en el Palacio Cristalino no ganaba una para sustos.

Es curioso el detalle de que, a pesar de descender a toda velocidad, tocó suelo de pie, sin doblar las rodillas para absorber el impacto y matando su impulso de una forma tan seca que cualquier ser humano lo suficientemente inconsciente como para intentar replicar aquel acto se habría partido las piernas en mil pedazos. Aunque eso no le ocurrió a ella.

— ¿Eres la chica nueva, no? —preguntó mientras se acomodaba el vestido, descolocado por su veloz aparición— Ya pensaba que no aparecerías. Soy Hattori Emi, profesora de Runas.

—Diana W... —mi sistema cognitivo aún se estaba recuperando de su inesperada aparición cuando se detuvo en otro aspecto de la misma— Un momento, ¿eres la profesora?

Sé que la pregunta suena estúpida de buenas a primeras, pero tenía mis razones para planteármela. Por ejemplo, que mirase como lo mirase, la persona ante mí era una cría.En serio. No aparentaba tener más de diez o doce años y tampoco llegaba al metro y medio de altura. Además, sus ojos verde enebro tenían esa mirada inocente e infantil del niño que estudia un juguete nuevo.

—¡Pues claro que soy la profesora! —Se enfurruñó poniendo los brazos en jarras e inflando los mofletes de forma pueril— Puedes llamarme Sensei o Hattori-sensei.

—Claro, claro... —la verdad es que no me convencía de todo.

Aunque las evidencias estaban ante mí, pues la había visto junto al resto del profesorado durante el descanso. Sin embargo no era sencillo unir el esquema preconcebido en mi mente de lo que era un profesor a quien tan sólo parecía una niña pequeña vistiendo uno de esos yukatas japoneses con aires de grandeza. Y mi incredulidad debía de resultar hasta palpable.

— ¡Ah! ¡No me crees! Pues, para que conste —comentó señalándose la frente— tengo unos cuantos siglos más de experiencia de lo que aparento.

Con su dedo dirigía mi atención dos inusuales apéndices que sobresalían entre el flequillo de su cabello negro y liso: ¡Cuernos! Un par de ellos coronaban su cráneo no distinguiéndose bien dónde comenzaban debido a una piel casi tan blanca como la porcelana ¡Lo que me faltaba por ver!

Con su dedo dirigía mi atención dos inusuales apéndices que sobresalían entre el flequillo de su cabello negro y liso: ¡Cuernos! Un par de ellos coronaban su cráneo no distinguiéndose bien dónde comenzaban debido a una piel casi tan blanca como la...

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Intentando seguir su insinuación especulé:

—¿Eres un demonio?

No tardé más de un segundo en caer en el hueco de dicha suposición: Ni Luke ni Liss, a quienes había conocido unos minutos antes y afirmaban pertenecer a dicha especie, los tenían. O al menos yo no se los había visto.

—Cerca, pero no. Soy una asura. Aunque entiendo tu confusión, hubo un tiempo en el que nos llamaron por ese nombre.

¿Asura? No me sonaba

—¿Entonces eres un demonio o no? —Admití mi duda no resuelta.

—Eso da igual. Estás aquí para descubrir los divertidos misterios de las runas, no los míos.

E indicándome que la siguiera tomó rumbo hacia las profundidades del laberinto literario.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora