34. La rana y el escorpión (II)

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Al levantarme de mi lugar junto a mis cómplices no tenía ni idea de cómo exponerle mis futuros actos al anciano director sin tardar demasiado; no obstante, la fugaz conversación con Schwarz me había recordado cierto relato corto de carácter animal y ante el visto bueno de Sydonai Weissman se lo conté:

Dice la fábula que en una ocasión un escorpión quiso cruzar el río.

Por supuesto, los escorpiones no saben nadar, lo cual convertía su propósito en algo inalcanzable por sí mismo.

Sin embargo, en la orilla había una rana demasiado amable para su propio bien y, ni corto ni perezoso, el escorpión le pidió a la rana que lo cargara sobre su lomo hasta el otro lado.

La rana, que era voluntariosa pero de tonta no tenía un pelo, se negó en redondo:

— Ni loca —contestó, palabras más o menos — Sé lo que eres y cómo actúas. Si te dejo acercarte a mí terminarás clavándome tu aguijón y moriré envenenada.

—Eso no tiene sentido —le respondió entonces el escorpión—. Si te picara mientras cruzamos nos hundiríamos los dos y yo también moriría.

Convencida por esa argumentación, la rana accedió. El escorpión se colocó así sobre su espalda y juntos comenzaron a cruzar las agitadas aguas el río.

Iban ya a la mitad del trayecto cuando la rana sintió un fuerte aguijonazo atravesarla y el veneno invadir su cuerpo

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Iban ya a la mitad del trayecto cuando la rana sintió un fuerte aguijonazo atravesarla y el veneno invadir su cuerpo. El escorpión se había mantenido fiel a sí mismo, clavando su cola mortífera incluso sobre la pobre ilusa que lo llevaba a cuestas para no ser arrastrado por la corriente.

Inmovilizada mientras se hundía, con su último aliento ella preguntó:

— ¿Por qué lo has hecho? Tú también morirás.

Y antes de desaparecer ambos bajo el agua él contestó:

—Ya lo sabes, es mi naturaleza.

Habría quedado genial un largo silencio teatral para resaltar mis palabras una vez finalizado el relato, por desgracia la campanada del descanso hizo entonces su puntual aparición desde las alturas.

—Al joven Esopo también le encantaba contarme esa historia —aseguró Weissman cuando el Palacio Cristalino dejó de vibrar.

¡Cómo no! A veces olvidaba que hablaba con un hombre con la suficiente edad, no sólo para haber escuchado todas las fábulas del mundo, sino también para llamar "jóvenes" a los antiguos sabios griegos.

—Mientras entienda a dónde quiero llegar con ella me da igual quién se la haya contado.

—Ya se lo dije en su momento: Dejo en sus manos si su estancia aquí la lleva a lo que desea, a perderlo todo... o a arrastrar al mundo al conflicto —citó inesperadamente los antecedentes a mi adopción— ¿Acaso tiene dudas a estas alturas?

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora