05. El palacio Predator (II)

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La loca de la cuchilla en el brazo tendría todas las ansias homicidas que tuviese, pero al menos parecía mínimamente interesada en devolverme a donde pertenecía (y me era más fácil soportarla). Así pues, seguí sus pasos, dando la espalda a la chica encapuchada y al obseso de mi bienestar.

Para mi desagrado, este último no estaba muy por la labor de dejarme en paz (como tampoco lo estaba para responder a mis preguntas), pero al menos hizo una pausa en su incesante acoso al cruzarse con la joven que nos había estado observando en silencio.

—Redfang... —Trató de hablar ella con tono sumiso.

—Ya hablaremos de eso de delatarme a la Sargento de Acero, Argo —la avasalló él con un tono muy diferente al empleado conmigo.

Esas palabras quedaron flotando en el eco de la amplia sala, sin respuesta. Tampoco la esperaban, pues enseguida sonaron los intermitentes pasos de Drake mientras se apuraba a retomar su papel de mi segunda sombra, dejando a la tal Argo silente y envuelta en la oscuridad del lugar.

Schwarz nos esperaba con expresión crispada cerca de la pared exterior. Al vernos acercarnos soltó una exhalación hastiada antes de golpear con la palma de su mano dicha superficie. Al tocar la pared una onda luminosa se expandió por ella como si alguien hubiera arrojado una piedra a un lago tranquilo. Se formó entonces un círculo de luz más grande que nosotros el cual, llegado a su máxima extensión, se abrió desde el centro del mismo en una imagen propia de las películas de ciencia-ficción.

Los tres pasamos bajo la apertura recién formada (sobra decir que, en mi caso, lo hice con bastante reticencia). Entramos así a un espacio tubular poco más grande que el ascensor medio. Todo el habitáculo estaba labrado en cristal transparente, por lo que se podía ver lo que había en su exterior y, para no desentonar con lo anómalo del sitio, en lugar de paredes de cemento o vistas a la ciudad, más allá esperaba un indescriptible espacio lleno de formaciones y cristales translúcidos unos dentro de otros llenándolo todo mirases donde mirases. Era como observar un caleidoscopio gigante hecho de geodas a través de los ojos de un adicto al crack hasta arriba de dicha sustancia.

Lo he dicho y me repito: indescriptible. En cuanto volviese al orfanato iba a tener muchas cosas que contarle a cierta compañera de cuarto... o a un loquero. Y ninguno de los dos se creería ni la primera.

Hablando de locuras, todo se volvió todavía más loco cuando la puerta se cerró tras Drake y el habitáculo se puso en movimiento. Por un instante pude seguir viendo la sala de la que procedíamos, pero pronto desapareció en un torbellino de colores que me hizo agradecer el no ser epiléptica.

No moví ni un músculo mientras estuvimos en movimiento, me ponía de los nervios el simple hecho de estar cargando mi peso en un objeto de cristal moviéndose a toda velocidad a través de semejante montaña rusa.

Afortunadamente, el trayecto no duró demasiado. Pronto el ascensor volvió a abrirse dándonos acceso a un pasillo ascendente formado por multitud de arcos góticos colocados en espiral, todos labrados en el más puro cristal.  

No sabía gran cosa de arquitectura, pero muy resistente debía de ser aquel cristal para soportar un diseño tan enrevesado. Sobre todo porque, a juzgar por lo que podía verse a través de él, el pasillo formaba parte de un puente entre dos partes del edificio suspendida a varias decenas de metros sobre una zona ajardinada. 

Lo que hasta una persona con estudios mínimos como yo podía comprender era que los rayos de sol bañando la estructura, fragmentándose al atravesarla y tiñéndolo todo de tonalidades cálidas, eran propios del atardecer ¿Ya era tarde cerrada?  No había pasado tanto tiempo desde que había abandonado el instituto... aunque, que las horas se me escapasen resultaba lo menos extraño de toda aquella jornada.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora