24. Intento no parecer desinteresada (I)

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Llegué a mi última clase de la jornada sin saber muy bien cuanta información más podría asimilar. Para ser el primer día estaba resultando bastante intenso.

Si algo me animaba a seguir adelante era conservar todavía en la palma de la mano el hormigueo producido por haber hecho magia. Vale, según Emi Hattori no había sido "magia" sino "hechicería"; tampoco había sido un acto voluntario, ni había empleado mi propia energía existencial para ello... ¡Pero había mandado a freír espárragos las normas de la biología con una sola palabra! ¿Cómo no iba a estar motivada después de algo así?

Al igual que sus predecesoras, el aula de Antropología se desveló como un espacio digno de recordarse. Para empezar, porque se desarrollaba en un ala del edificio con un estilo arquitectónico completamente único dentro del Palacio Cristalino:

Los cristales dominantes por doquier estaban cubiertos allí por paneles metálicos que hacían las veces de pared. Ni el suelo ni el techo eran uniformes, sino que se distinguían en ellos los cortes artificiales de las planchas que los componían. Y la luz natural tenía que conformarse con entrar por ventanales colocados de forma estratégica mientras multitud de lámparas tubulares aguardaban apagadas a tomar su relevo.

Rápidamente se me vino a la mente la comparación con uno de esos museos diseñados por arquitectos de vanguardia, sobre todo por la multitud de artículos de exhibición dispersos donde quiera que posase la vista: Pantallas de plasma aquí, equipos de sonido allá, máquinas de aspecto industrial junto a multitud de ordenadores y planos, un modelo a escala del Concorde flotando estático en las alturas e incluso un impresionante superdeportivo biplaza, de esos cuyo precio tenía tantas cifras que hasta resultaba obsceno.

Rápidamente se me vino a la mente la comparación con uno de esos museos diseñados por arquitectos de vanguardia, sobre todo por la multitud de artículos de exhibición dispersos donde quiera que posase la vista: Pantallas de plasma aquí, equipos de...

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Aquel lugar decía "humanidad" a gritos, ¿habría salido del ascensor en el piso equivocado y vuelto a la Tierra vía la mansión de algún ricachón?

La llamativa gama de rojos y blancos en todos los elementos, así como los escudos de carácter religioso dispuestos en lugares bien visibles aseguraban otra cosa: Estaba en los dominios de la Orden de San Jorge.

Y como cualquiera habría adivinado tras haberlo visto compartiendo su jarra con Nayra en la mesa del profesorado, el hombre a cargo de impartir Antropología no era otro que Gorka Georgson.

El líder de la orden de caballeros huérfanos me saludó con otro anticuado gesto de cortesía nada más verme llegar. Esta vez iba desarmado y había cambiado la parte superior de la armadura por una camiseta muy similar a las que vestían Georg y compañía. Debía de ser algún tipo de uniforme informal.

Ya nos conocíamos de antemano, así que se limitó a darme una breve descripción de su asignatura, cuyo temario se me antojó bastante gris en comparación con el colorido de las otras cinco disciplinas:

Como su nombre vaticinaba, el cometido de Antropología consistía en explicar a los demás seres el comportamiento, la historia y cultura humanas de cara a una futura coexistencia. En resumidas cuentas, se parecía mucho a Sociología, pero enfocada en una única especie y lo que esta había hecho con la Tierra tras el Tratado. 

Perteneciendo a la especie en cuestión, eso tenía tan poco atractivo para mí que incluso Georgson debió notarlo, pues añadió en voz baja al final de su presentación:

—Procura no parecer demasiado desinteresada.

Y tras esa petición poco halagüeña, me dispuse a tomar asiento en uno de los pupitres dispuestos entre la multitud de material antropológico allí reunida. Me alegró descubrir un asiento solitario libre en la parte posterior del aula y me dejé caer en él conforme el caballero se disponía a tomar las riendas de la clase.

Por aburrido que fuese, fingir interés hasta que sonara el toque de retirada no debería ser difícil. O eso pensaba hasta que comenzó la lección:

Era innegable que Georgson explicaba con pasión y vehemencia desde su tribuna. Los demás alumnos bebían de sus palabras fascinados, como si les estuviera revelando los misterios del universo. Sin embargo, pronto me encontré incapaz de compartir dicho entusiasmo dado el tema a tratar: el funcionamiento de un sistema democrático a gran escala.

¿Se entiende mejor ahora mi falta de interés? No es que tuviera nada en contra de la democracia, pero habiendo sido educada en los Estados Unidos me habían explicado su funcionamiento una, otra, otra vez... y no podía interesarme menos. Como menor, no podía votar y, aún cuando cumpliera la mayoría de edad, tenía bien claro que ni demócratas ni republicanos me iban a arreglar la vida.

Así pues, dada mi poca afinidad hacia la política humana, lo único que se ganó un rescoldo de mi atención fueron los comentarios de mis compañeros. Por lo que escuché de sus sorprendidas bocas, la democracia a gran escala era una rara avis en el Mar de Esferas. Ninguno entendía eso de "dar poder al pueblo", pues en sus lugares de origen imperaban los linajes reales, casas nobles, consejos de sabios, e incluso algunos se regían por la fe, la ley del más fuerte u otros métodos más variopintos.

Por desgracia, incluso la llama de ese interés tuvo una vida corta rodeada del río del agotamiento. Y como siempre que agua y fuego se juntan, surgió humo en forma de somnolencia.

Primero noté un leve entumecimiento que podía despejar martilleando con los dedos sobre la tapa del libro que me había prestado Hattori-sensei, pero pronto me encontré a mí misma dando ostentosas cabezadas.

La ausencia de relojes a mi alrededor hacía imposible calcular cuánto tiempo quedaba de clase, así que opté por desempolvar uno de los trucos más viejos de mi "Manual de la estudiante media":

Me incliné hacia delante, apoyando el codo izquierdo sobre la mesa y llevé esa misma mano hasta mi frente en una postura intermedia entre "Cómo me duele la cabeza" y "Su fascinante lección da qué pensar, profesor".  Tapaba así mis ojos ante cualquiera que cotilleara en mi dirección y evitaba cabecear, ocultando a su vez lo que no tardó mucho en suceder: Que me quedé frita.


Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora