24. Intento no parecer desinteresada (II)

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Como quien no quiere la cosa, me mantuve inmersa en el etéreo mundo de los sueños hasta la campanada que marcaba el fin de la jornada lectiva. Su sonido me sacó de mi reposo más rápido que una trampa aplastando un ratón.

Tratando de hacer pasar mi sopor por cansancio me desperecé sin levantarme mientras todos a mi alrededor hacían lo propio y se dirigían a alguna de las salidas del aula. No había ninguna mirada acusadora entre ellos, así que supuse que mi camuflaje había sido efectivo.

—Alto ahí, Princesa.

Aunque no sería la primera vez que me equivocaba.

Gorka Georgson requería mi presencia mientras preparaba un café en la cafetera más vieja y ruidosa que había visto jamás. Eso me hizo desconfiar: ¿Lo del café era una indirecta? ¿Me había pillado?

Ante la duda, mejor fingir ignorancia y actuar con normalidad:

—Avisaré a alguna de las princesas que acaban de salir para que vuelvan —Inquirí con una ofensa sólo falsa en parte—. Yo no recuerdo haber aceptado ese nombramiento.

—Bueno —contestó él haciendo una pausa para verter el humeante líquido en una taza y dar un largo trago de la misma—, dado que eres la hija del rey de este castillo me parece un título adecuado.

No sabía si estaba hablando en serio o bromeaba, pero aun así sus palabras convirtieron la fracción falsa de mi enfado en una genuina. Además, quizás porque me acababa de despertar, su aspecto me recordaba al de un póster que había visto una vez del actor Theo James y eso no ayudaba a mantener la calma ¿Por qué los otros miembros de la Orden se libraban de aquel atractivo de manual presente en casi todos los habitantes del Palacio excepto su líder?

 Además, quizás porque me acababa de despertar, su aspecto me recordaba al de un póster que había visto una vez del actor Theo James y eso no ayudaba a mantener la calma ¿Por qué los otros miembros de la Orden se libraban de aquel atractivo de man...

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Tampoco se me malentienda, la patente diferencia de edad cortaba puentes a mis pensamientos para ir más allá del mero reconocimiento de su atractivo. Siempre había preferido a gente de generaciones cercanas a la mía y Georgson debía de llevarme una docena de años mínimo.

—¿Por eso tengo escolta?, ¿porque me tomas por una princesa indefensa?

—¿Escolta? —Se extrañó al escuchar mis palabras— ¿Quién te ha dicho eso?

A modo de ofrenda de paz, tendió en mi dirección otra humeante taza de café recién preparado. La rechacé, el café no me desagradaba, pero sí cuando iba cargado del óxido y herrumbre provenientes de la máquina encargada de prepararlo, como era el caso.

—Uno de ellos —mascullé.

—Ya hablaré con Georg más tarde —me sorprendió con sus dotes deductivas.

Daba la impresión de que no le hacía gracia verse al descubierto a causa del joven alemán, pero pronto hizo desaparecer cualquier rastro de frustración en su rostro mientras se daba la vuelta para alcanzar algo y lanzármelo con suavidad. Lo cogí al vuelo. Era una colorida bolsa de galletas, como las que él remojaba con parsimonia en su café. 

Tanta insistencia en alimentarme comenzaba a tocarme la moral, así que acepté el ofrecimiento para ver si así paraba.

—¿Y? —Preguntó cuando hubo ingerido su tentempié— ¿Te parece mal que proteja a una princesa acosada por un dragón? Esa ha sido la función de los míos desde hace siglos.

—Me molesta en muchos sentidos —me sinceré—. Sé protegerme sola.

—Considéralo una vieja costumbre de un perro viejo.

Nunca me habían gustado las personas sobreprotectoras, me resultaban agobiantes. Y ya tenía suficiente de eso con Drake como para además tener que estar atenta al profesor de Antropología y los suyos.

—Una costumbre innecesaria.

Viendo que no me iba a hacer cambiar de idea, Georgson redirigió la conversación:

—Dejando eso a un lado y yendo al grano: ¿Has encontrado instructiva mi clase?

¿Era eso realmente ir al grano o volvía a rondar una trampa que creía evitada? Sus profundos ojos castaños eran casi tan difíciles de escrutar como los de Weissman.

—Las he tenido peores —contesté.

—Es posible —replicó el caballero—, pero seguro que te resultan más atractivas las de mis compañeros —observó señalando con su taza tanto mi ropa como el libro que llevaba bajo el brazo.

—Más o menos —asentí arrastrando mis palabras.

Al final no parecía haberse dado cuenta de mi pequeña siesta. Aunque saber eso me llevó a preguntarme a dónde quería llegar con esa conversación.

—¿Es un Libro Rosetta lo que llevas ahí? —Afirmó más que preguntar—¡Qué recuerdos! Runas era mi asignatura favorita cuando llegué aquí. Eso de poder crear hechizos complejos con el maná de otros resulta muy conveniente cuando eres uno de nosotros.

—Seguro que era un estudiante aplicado —bromeé.

—¡Cómo no serlo! —comentó con algo parecido a la nostalgia en su voz— ¿Quién despreciaría la oportunidad de convertirse en el escudo de la humanidad?

Lo cierto era que me costaba imaginármelo como estudiante. Aunque no era nada nuevo, cuando lo había conocido en el despacho de Weissman su actitud caballeresca me había resultado tan sacada de algún relato épico que no lo habría relacionado con la Tierra de no ser por las múltiples explicaciones sobre la Orden y todo lo demás.

—¿Quiere ir a algún lado con eso? —pregunté tajante— Porque estoy algo cansada y me encantaría irme a mi cuarto.

—Efectivamente —cambió su tono desenfadado por otro más serio—. Por poco que te apasione mi asignatura, sería conveniente que asistieras a ella con cierta regularidad.

—¿Y eso? —Me extrañé— No es ningún secreto que me crié en la Tierra, ¿no implica eso que tengo los conocimientos necesarios sobre cómo funcionan las cosas allí?

—Por supuesto, de hecho mis hermanos únicamente acuden a mi clase como ayudantes. Pero, aunque te trate como a una de ellos, tú no eres miembro de nuestra orden sino del Clan Blanco. Has de tener siempre en mente las responsabilidades que dicha posición conlleva.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora