12. Filosofía mágica básica (I)

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Cerré los ojos, me cubrí con los brazos como si eso fuese a protegerme de nosecuantas toneladas de agua y me resigné a recibir el impacto del tsunami generado por la iracunda semidiosa. No obstante, por más que esperé, no me vi aplastada ni tampoco arrastrada... apenas llegó hasta mí un violento chapotear cercano que no tardó en extinguirse.

Al volver a separar mis párpados la superficie del lago volvía a estar donde debía, tal vez un poco agitada, pero nada más. De Marina no había ni el más mínimo rastro mientras que, a mi derecha, Drake se notaba tan desconcertado como yo.

El dragón comenzaba a dibujar una ostentosa muestra de alivio en su rostro por haberse librado de un buen baño cuando una familiar voz grave a nuestras espaldas se la borró de un plumazo:

—Me cuesta entender si es usted un imán para los líos o disfruta con ellos, señor Redfang.

Dado que el número de individuos con quienes había hablado allí era bastante reducido me resultó sencillo identificar el tono grave y calmado de Sydonai Weissman. Lo que me descolocó por completo al darme la vuelta para encararlo no fue tanto quién, sino cómo se dirigía hacia nosotros: El siempre apacible director del Palacio Cristalino iba sentado en algún tipo de silla de ruedas semitransparente empujada con delicadeza por Schwarz Long.

Lo admito, no me esperaba eso. Sé que puede sonar algo violento decirlo así, pero es la verdad, su condición me impactó ¿Sería por no concordar con su inquebrantable aura autoritaria? ¿Porque durante la colisión de egos llevada a cabo en su despacho me había formado en mi cabeza la imagen de él levantándose de aquel escritorio que ocultaba su discapacidad para dar un golpe sobre la mesa? ¿ O por algo tan simple como que aquel era el primer matiz de fragilidad en la colorida exhibición de fortaleza y perfección del Palacio Cristalino?

Ni idea, pero no pude evitar que mis ojos gravitasen hacia el manto blanco que le cubría las piernas, casi como una extensión de su túnica.

Entre tanto, Schwarz acercó la silla hacia nosotros con una actitud cuidadosa poco acorde al hecho de irme matando una y otra vez con su mirada acerada conforme la distancia entre ambas se acortaba ¿Estaba enfadada por algo o continuaba ardiendo en ella el cabreo del día anterior?

—D-director Weissman —se apuró Drake al verlos—, yo no quería. La culpa ha sido de Marina por...

Una vez frente a frente, el aura alrededor del anciano hizo palidecer y empequeñecerse al dragón pese a la obvia diferencia de altura creada por la posición sentada de Weissman.

—Ignoro cómo podría ser eso posible —contestó él sin perder su característico tono afable— ¿Acaso sacó ella a nuestra invitada de su cuarto pese a dejar bien claro anoche que debía mantenérsela confinada tanto por su propio bien como por el de los demás?

Ni siquiera hubo un intento de réplica. Con el alma en los pies, Drake boqueaba pidiendo ayuda en mi dirección. De no ser culpa suya el haberme visto arrastrada a toda aquella locura sin sentido, tal vez hasta me habría dado pena el ver cómo aquel día le explotaban las cosas en la cara una tras otra.

—Ha sido cosa mía —mentí por simple capricho mientras abría los brazos—. Vi todo esto desde mi cuarto y cuando Drake se pasó a ver cómo estaba lo incité a enseñármelo.

—¿Es eso cierto, señor Redfang? —consultó el anciano.

—Ni una palabra —respondió él sin dudarlo— Yo lo organicé todo. Lamento haber desoído sus advertencias, pero no veo por qué debería obedecer los designios de Georgson, no soy uno de sus "hermanitos".

Sentí de inmediato la apremiante necesidad de tirar a aquel idiota al lago ¡Aún encima que desperdiciaba uno de mis caprichosos momentos de amabilidad en él, iba y lo malgastaba desmontando mi trola a la primera de cambio!

En cambio, a Sydonai Weissman se lo notaba satisfecho ante la sinceridad de su alumno, como un abuelo orgulloso de su nieto (Que yo no tuviese uno no significaba que no hubiese visto esas cosas por la calle).

Entonces comprendí por qué Marina había puesto pies en polvorosa dejando su jugarreta a medio terminar: lo había visto acercarse antes que nosotros. Todo el mundo me había dejado claro que aquel individuo adoraba el orden y la convivencia pacífica, lo cual distaba mucho del lío armado a orillas del lago pero, ¿quién o qué era exactamente aquel hombre capaz de imponer tal respeto a dragones y semidiosas sin perder su aspecto bonachón?

—Deje a Redfang en mis manos, señor director —intervino la malhumorada Schwarz Long—. No bastando con sus gravísimas infracciones contra el Tratado de ayer, ha desobedecido sus órdenes expresas poniéndonos en riesgo a todos; será para mí un placer meterle algo de sentido del deber en su dura mollera.

—¡Oh, cierto! —reaccionó Weissman con simpatía a la hostilidad desbordante de su acompañante— Señorita Long: Si es tan amable, acompañe al señor Redfang a mi despacho y vaya empezando con eso.

Pese a estarle dando la razón, Schwarz se mostró sorprendentemente disconforme con las palabras del anciano, hasta el punto de agacharse para susurrarle algo que enseguida se vio contestado por un leve gesto tranquilizador:

—No se preocupe, deje eso en mis manos —respondió él antes de asegurar— Me gustaría tener una larga y provechosa charla con nuestra invitada.

Y, pese a dar una vez más muestras de reticencia (entre ellas, alguna que otra mirada furibunda en mi dirección), la dragona agarró a un resignado Drake por el cuello de su camisa y lo arrastró en dirección al Palacio Cristalino dejándome a mí a solas con Sydonai Weissman.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora