38. Juramento de Almas (I)

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Luke M. Septimus. No me hizo falta leer las sobrias letras negras escritas en aquella tarjeta, ni escuchar a Marina pronunciar su nombre para saber a quién pertenecía. Menos aún cuando el propio príncipe del Infierno apareció sentado en el banco que yo misma había estado ocupando no hacía mucho con su actitud chulesca de siempre.

—¿Qué se ta ha perdido aquí, Septimus? —Lo ataqué en cuanto apareció.

Su poca oportuna entrada, junto a la renovada sonrisa de la semidiosa, no auguraban nada bueno. Y podía ser peor si aquella resultaba no ser la primera vez que ambos se encontraban ese mismo día.

—Lo he llamado yo —lo defendió la Reina de las Sardinas—. Tú quieres algo que yo tengo y a mí me interesa ponerle fin a esa desfachatez tuya.

—¿Y qué pinta él? —Insistí.

—Tu recelo me duele, Weiss—fingió ofensa el aludido— ¿Acaso te ha dado algún motivo para desconfiar de mí?

—Los mismos que ella —apunté a quien lo había convocado—, absolutamente ninguno.

—Y eso es recíproco, por eso lo he llamado —siguió moviendo su batuta Marina—. Como ninguna de las dos confiamos en la otra, qué mejor forma de garantizar el cumplimiento de nuestra palabra que apostar utilizando un Juramento de Almas elaborado por alguien imparcial.

No fui la única en alzar una ceja al escuchar eso:

—¿Me pagarás lo acostumbrado, Marina? —Quiso saber el demonio antes de recibir un asentimiento mudo a modo de respuesta— ¡Pues por mí, perfecto!

Tal vez él estuviese feliz de entrometerse en nuestra trifulca siempre y cuando recibiese un pago adecuado, pero verlo así no era tan sencillo para mí. Sabía de antemano que Marina tenía en su mano la carta del Juramento de Almas, no obstante había confiado en poder evitarla en la medida de lo posible, sobre todo conociendo las consecuencias de jugar con algo así.

—¿Creéis que voy a caer en la misma trampa que ella? —Los corté señalando a la dragona escondida tras la mesa de mármol cual víctima inocente ante un terremoto.

—Lo sabes... —se sorprendió la semidiosa, fulminando automáticamente con la mirada a Tessa pese a no tener culpa alguna— Pues eso lo hace todo más sencillo —aseguró ocultando de nuevo el desprecio en su tono—. No puedes romper un Juramento de Almas sin el acuerdo de todas las partes involucradas y Luke creó el nuestro, por tanto es indispensable si quieres modificarlo.

Así que mi cebo tiraría de mí hacia las profundidades mientras me negara a soltar la caña... Por desgracia para mí, desentenderme de la asustadiza Drachenblut a esas alturas no sólo resultaría demasiado sospechoso, tampoco me apetecía:

—Supongamos que te creo —accedí—. Si yo gano esta "apuesta" tuya liberarás a Tessa, ¿y si pierdo?

—No te preocupes, ganarás incluso si pierdes, pues entonces tendrás el inmenso honor de jurarme lealtad absoluta para poder corregir esa actitud irreverente tuya.

¿Jurarle lealtad a Marina? ¡Ni loca! Ni siquiera podía enumerar qué me horripilaba más de esa frase. Sonaba peor que unirse al equipo de waterpolo de los Gremlins.

Nunca habría tenido problema en acceder si pudiera jurar en falso, en la Tierra los juramentos tenían tan poco valor como los chicles, tan pronto un delincuente juraba ante un juez estar arrepentido de su delito como salía absuelto y reincidía. No obstante, aquel no era un juramento cualquiera, sino una magia tan poderosa que incluso había condicionado la vida del mismísimo Sydonai Weissman.

Además, Marina apuntaba esa bala hacia mi tesoro más preciado, la libertad de actuación. Y por muy menguada que se hubiera visto esa capacidad en los últimos tiempos seguía gozando de algunos de sus frutos, algo que desaparecería por completo si la tarada Reina de las Sardinas me ataba en corto. Ya mejor ni pensar en qué querría de mí una vez subyugada. Lo más seguro sería que me convirtiera en algún tipo de trofeo: La demostración visible de que podía humillar al Clan Blanco cuándo y cómo quisiera.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora