Tutorial para arruinarlo todo - Parte 1

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 Releo una vez más lo que acabo de escribir para cerciorarme que nada esté mal escrito, y así pueda memorizar una vez más el texto —no tan complejo— plasmado en la hoja del viejo diario que alguna vez decidí escribir de niña, contando las vivencias que transcurrían en mi día a día.

 ¿Quién no soñó alguna vez tener algún diario de vida? Creo firmemente que la mayoría de nosotros tuvo un diario, ya sea porque se lo regalaron para un cumpleaños o por la fascinación de relatar nuestros amoríos.

 Yo también comencé a escribir en uno, pero me di cuenta de que despiste tras despiste siempre terminaba siendo leído por Finn, así que opté por dejar de escribir dado a que todos mis escondites no eran un reto para el Primero. Mi bocón hermano mayor terminó contándole a todo el mundo que ya había dado mi primer beso, que me atraía el profesor de deporte, que me encerré con un chico en el armario de las escobas y que fantaseaba con personajes literarios (pese a que ya no es una novedad).

 Sin embargo, tras todos esos bochornos e invasiones a mi privacidad, puedo decir con total seguridad que he llegado a un punto de madurez donde los diarios de vida ya no me son la gran cosa. Sé que muchos hoy en día lo usan, mas como soy alguien especial —en muchos sentidos— quise darle un nuevo uso y hacer anotaciones importantes en él, así al menos le daré un buen uso y llenaría un par de hojas vacías antes de quemarlo para no padecer más vergüenzas.

 Tomé la determinación de hacerlo mientras veía una película en el cine con Jollie, invitación que hice para que se distrajera un poco. No me pregunten el nombre de la película porque no le presté mucha atención que digamos, lo único interesante fueron los avances y el anuncio de los monitos de seguridad en caso de alguna emergencia. Allí, sentada comiendo palomitas, las voces de la película se hicieron roncas hasta el punto de que no pude escucharlas, las risotadas de los espectadores también. Puse suma concentración y planeé las tres benditas reglas para mi chico ideal.

 Y bueno, ahora las anoté para no olvidarlas.

 —Estando así de seria me recuerdas a tu madre, Murph... Tienes el mismo ceño fruncido.

 —No digas eso o tendré que sonreír más a menudo, abuela.

 —¡Señorita! —La abuela se levanta del sofá del frente para caminar con paso de tortuga hacia  mí. Extiende su bastón de madera que perteneció al abuelo Edwin y lo pone frente a mis ojos. Su mirada de anciana comprensiva y caritativa es una completamente diferente. Apego la cabeza al respaldo del sofá mientras suplico que ella no use sus movimientos de karate que tanto presume en sus relatos— ¿¡Cuántas veces debo decirte que no soy abuela, soy mama!? —inquiere con un fuego saliendo de sus ojos.

 Trago saliva esperando que alguien venga en mi ayuda. Es Saya quien se asoma al living y nos mira con asombro.

 —Suegra, no se estrese o le subirá la presión. Venga, ayúdeme con la cena...

 Saya la toma por los brazos guiándola hacia la cocina, pero la abuela opone resistencia. Antes de acceder a la sutil petición de Saya, voltea a verme por encima del hombro y se acomoda su dentadura.

 —Te quedas sin cazuela por un mes.

 Olvidé decirle que la abuela es un amor, siempre y cuando no le llames abuela. Pero como soy una chica ruda siempre la llamo así.

 En mis pensamientos, claro.

 Miro la hora y me apronto en guardar el viejo diario de vida debajo del sofá. Es entonces que golpean la puerta.

 —¡Familia Reedus, ha llegado la doctora especialista en amor!

 Esa trastornada chillando es Maya Sonne. Estudiante de Psicología de mi universidad, y mi  amiga (lamentablemente) desde hace años. Vive a dos casas de la nuestra. Su aspecto y efusiva personalidad le ha dado el privilegio de gustarle a miles y miles de chicos con los que regularmente habla por internet hasta la madrugada.

 Por ese motivo tan particular es que la llamé. Maya Sonne tiene a mi candidato indicado, o al menos eso es lo que me ha dicho.

 Abro la puerta sin mucho ápice de ánimo. La rubia y bien maquillada Maya avanza por la puerta para sentarse en el sofá donde la abuela antes estaba sentada.

 —Murph, siéntate. —Sus ojos hacen un movimiento hacia el sofá donde hace unos segundos reposaba mis nalgas. Por algún extraño motivo me siento como en una oficina de psicólogo, esas típicas de las películas—. Traje la carpeta con cinco candidatos perfectos que cumplen tus tres penosas reglas. Cada uno de ellos ha sido analizado por expertos especializados en temas amorosos.

 —¿Expertos? ¿Quiénes?

 Una sonrisa llena de confianza se dibuja en los rosados y brillosos labios de Maya. Sus ojos están cargados de confianza argumentando sus palabras anteriores.

 —Por mí, claro —responde con voz apacible—. ¿Quién mejor que yo para presentarte chicos y organizar citas? ¡Pues nadie, corazón! Mamá Maya es la mejor en todo este asunto.

 —Bueno, ¿quién es el primer candidato?

 Me hace entrega de una carpeta verde plastificada. Al abrirla compruebo que las hojas archivadas en ella están empastadas cuidadosamente y adornadas con calcomanías de niña pequeña. Alzo las cejas queriendo preguntar el porqué de las calcomanías, pero me contengo cuando una carcajada se escapa sin previo aviso de mi interior.

 —¿Esto es una broma? —le pregunto sin apartar los ojos de la fotografía de Petyr Sonne, el hermano de Maya.

 —Dale otra oportunidad, ¿sí?

 Petyr Sonne es un idiota. Estuve babeando por él durante meses y meses, mucho tiempo de mi vida, y nunca se interesó en mí. Resulta de después de unos años se interesó en mí. ¿Les suena de algo? Ajá, la típica historia de "te quiero-no me quieres, no te quiero-me quieres". Tuve mi corazón acongojado por mucho tiempo soñando con Petyr Sonne como para que me fije de nuevo en él.

 Si algo bueno saqué de mi desamor por Petyr, es que aprendí a no ser tan enamoradiza.

 —Me niego.

 Maya larga un bufido y blanquea sus ojos.

 —Bien, pasa al siguiente entonces. —Doy vuelta la hoja encontrando al siguiente candidato. Maya se endereza e inclina hacia mí para ver quién es el siguiente, al comprobarlo esboza una enorme sonrisa—. Oh, ese es Ashton Black. Es un bombón y estudia Medicina. Creo que él y tú congeniarían perfectamente, ¿sabes? Es amante de la lectura, la música clásica, suele practicar tenis y tocar piano. Además, es millonario.

 —Amante de la lectura, ¿eh?

 —Sí. Al final de la hoja está su número telefónico.

Cambiando tus Reglas TR#3 ✔️| DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora