Confesiones y encuentros cercanos - Parte 1

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Hierba mala nunca muere, ¿no me creen? Pues vean a la abuela, tantos años y parece karateka. Ese fue el primer pensamiento que pasó por mi cabeza cuando me acerqué hacia Jax y comprobé si estaba con vida. Estaba con los ojos cerrados y un hilo de sangre bajaba por sus fosas nasales. El peso de la culpa se alojó sobre mi espalda y no pude hacer más que apoyar su cabeza sobre mi regazo olvidando por completo que el piso del baño estaba mojado. Ahora ambos estamos olor a orina, barro y humedad de camino al hospital sobre una ambulancia.

No sabía que mi izquierda podía ser tan letal como para dejarlo inconsciente, supongo que su resfrío colaboró para que todo ocurriese de esta forma.

—¿Estará bien? —Miro al paramédico sentado junto a la camilla. Él asiente en silencio sin quitar su mano de la frente.

En estos momentos lo único que deseo es que el unineuronal abra los ojos, dibuje su tonta sonrisa, se siente en la camilla y diga que es una broma. Pero no lo hace, está completamente dormido, como un bebé recién nacido. Es extremadamente raro verlo tan calmado y callado, ni siquiera está roncando como suele hacerlo cuando duerme en clases. Amaso mis manos sin saber qué hacer. Si tuviese una máquina del tiempo definitivamente no lo habría golpeado a él, sino a las dos plásticas de las que me defendió; y aunque por un lado fue su culpa por besarme y agarrarme una nalga, fui yo la que cruzó la línea esta vez.

—Por un demonio... ¿Qué es este jodido dolor de cabeza?

Su voz quebrada y rasposa es como la sinfonía más hermosa de Mozart, me incorporo junto a la camilla para verlo con detenimiento. Está totalmente pálido, sus ojos están inyectados en sangre causando que el azul de sus iris se intensifique.

Tengo la tentación de preguntarle cuántos dedos ve, pero no parece estar dentro de sus sentidos. Se toma la cabeza en un intento por ver a su alrededor.

—Jax lo lamento mucho, no medí mi fuerza y te golpeé muy fuerte. Es que no creí que fueses tan debilucho, ¿sabes? Necesitas hacer más ejercicio o no sé, hacer algo para tener más resistencia, hasta Emer aguanta más golpes.

Frunce el ceño como haciendo un esfuerzo imperial por reconocerme. La confusión adorna su rostro y me hago un ovillo creyendo que no logra reconocerme.

—¿Quién eres?

Contengo la respiración unos segundos para descifrar si es una pregunta en broma o realmente no me recuerda. Sin embargo, una sonrisa burlona lo delata.

—Debí esperarlo de un unineuronal —refunfuño, cruzándome de brazos. Sus carcajadas logran oírse por toda la ambulancia, incluso el paramédico que lo revisaba sonríe. Chasqueo la lengua y le enseño el dedo del medio.

Tendrías haberlo golpeado más fuerte.

—¿Debería ponerte una demanda por violencia? —pregunta rascando su barbilla, luego se dirige al paramédico— ¿Debería hacerlo? ¿Tú qué dices?

Cambiando tus Reglas TR#3 ✔️| DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora