Capítulo 36.

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Nuestra sala de mentores está demasiado vacía. Echo de menos los cuchicheos, el tarareo de canciones antiguas de Mags, los coqueteos constantes de Finnick o incluso las quejas de Johanna. Ahora, sólo silencio.

Empieza a amanecer en la Arena. Gale camina sin rumbo fijo, al igual que Pam, Nadine y Penélope. Emily sigue en el árbol, alerta. Philippe come una manzana en un claro del bosque. Alix se esconde entre unos matorrales, aún demasiado débil para poder hacer algo que no sea estar tumbado.

-Peeta, deberías ir a dormir.-le aconsejo yo. Él me mira con curiosidad.-No recuerdo la última vez que te vi fuera de esta sala…Haymitch y yo podemos encargarnos.

Él no pone ninguna pega. Está cansado: veo reflejado su agotamiento en sus ojos. Así, se levanta y se dispone a abandonar la habitación.

-¡Espera!-digo yo, recordando mi conversación con Finnick.- ¿Te importa si te acompaño a tu habitación?

-En absoluto.-responde él. Aprecio  cierto tono de sorpresa en sus palabras, pero él evita mirarme directamente a los ojos.

-Volveré enseguida.-le digo a Haymitch.

-Tomaos vuestro tiempo.-dice él, sin mirarnos directamente, pero, al pasar, noto cómo me guiña un ojo. Yo le doy un pequeño empujón cariñoso en el brazo. Él sonríe ligeramente.

Peeta y yo caminamos en silencio hasta su habitación, sin mirarnos. Cuando llegamos, él abre la puerta.

-¿Te gustaría pasar?

-Claro.-respondo yo, tímidamente y él me deja pasar primero.

Los dos nos sentamos al borde de la cama. Él parece incómodo, no me mira y mueve mucho las manos. Para que se tranquilice, tomo una de sus manos y consigo su atención. Durante unos instantes que se pasan como horas, mis ojos se clavan en los suyos, en esos profundos ojos azules de los que jamás me cansaría. Siento lo mismo que aquel día de Cosecha, aquel día de nieve, a las cinco de la mañana cuando me acercaba a casa de Haymitch y le vi desde la ventana de su cocina. Nuestros ojos se sumergieron en los del otro, tal como lo hacen ahora, y en ese momento sentía que lo había perdido, que él me odiaba, que jamás me querría. Tal como ahora me siento. Sin querer, una lágrima se me escapa, y se desliza sobre mi mejilla. Sin embargo, yo no hago nada, la dejo. En cualquier otra situación me la hubiera limpiado con la mano enseguida, para demostrar que no soy débil, pero al chico que tengo delante de mis ojos no tengo que demostrarle nada. No tengo que esconder mis lágrimas ante él.

Sin apartar los ojos de los míos, me acaricia la mejilla, secando la lágrima.

-Te quiero.-susurro yo, sin miedo. Peeta me sigue mirando, pero no dice nada. Sólo silencio.

Entonces yo, miro hacia abajo.

-Te quiero. Lo supe cuando trajiste a mi familia para celebrar mi cumpleaños, y la verdad, no sé cómo no me he dado cuenta antes. Pensaba decírtelo en la terraza.-Sin que pueda hacer nada para evitarlo, caen más lágrimas, acumuladas de todas las emociones vividas en los últimos días.-Y…bueno, si dijeras algo ahora sería fantástico.-concluyo, sonriendo ligeramente.

Él también sonríe.

-Yo también te quiero, Katniss.-dice él, suavemente.

Yo asiento con la cabeza.

-Pero las cosas no son así de fáciles, Peeta.

-¿Por qué no? Si los dos nos queremos todo debería ser fácil.

-Lo sería, sí, en condiciones normales. Uno de los debería estar muerto ahora mismo, tú mismo lo dijiste. Los Juegos del Hambre nos debieron haber separado y…tarde o temprano, lo harán.

En Llamas. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora